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Mostrando entradas de marzo, 2018

“¡Soy una zorra con mucha honra!”

A partir de Navas la M-501 es de un único sentido y me obligó a concentrarme en la conducción, en un principio juré en hebreo aquel embudo, pero luego viendo el paisaje me di cuenta lo mucho que se perdería ensanchando esta carretera. Estaba llegando a Piedralaves cuando recordé una excursión que hicimos de niñas a sus piscinas naturales. Como mis sentimientos me sacuden como si de una pelota de pin-pon me tratase, me embargó la nostalgia y decidí parar a tomar un café.   Pregunté a unos y otros,   al final di con el lugar y me senté con mi taza humeante, en el mismo sitio donde veinticinco años antes coloqué una toalla raída y una mochila vaquera llena de chapas de “Europe”. Disfrutaba del momento cuando sonó mi móvil, al ver el número hubiera lanzado el aparato por encima de la presa, pero no puedo vivir sin él. -¿Dónde coño vas? Me ha contado Tere que tampoco quieres ir con ella a la playa, que prefieres un pueblo perdido de la mano de Dios, en la sierra de Ávila. ¿Tú estás

Demonio de la guerra.

Cubren los campos ríos de sangre nacidos de mi espada, almas arrebatadas de sus cuerpos por mis manos, pueblos sumidos en el caos por capricho. Saboreo la venganza, me divierto con el odio y creo envidia. He vivido durante milenios como demonio de la guerra y no conocía más existencia que la de servir a mi amo arrancando al hombre su humanidad. Pero un día todo lo conocido se torno extraño. Cuán fácil es cambiar la oscuridad con la mirada más pura de un espíritu de luz . Ensordecido por los gritos de los que morían sobre la  fría  vía  del tren en el fragor de la batalla,   una mano blanca tocó la mía aferrada en la empuñadura de mi espada. Alcé la vista y ante mí estaba ella con su melena rubia suelta al viento, su tez blanca y su sonrisa cálida. Escuché historias sobre ellos pero siempre pensé que eran leyenda.   Ahora entiendo el efecto de mis palabras sobre los hombres. Sentí el  roce de sus labios sobre mi oído, su voz suave penetró hasta lo más profundo de mi ser y toda mi

“¡Abraza farolas!”

  M 501 hasta Navas del Rey es una autovía, que me dejó pasearme por mis recuerdos y abrir esas puertas que antes tanto miedo me daban. Según mi psiquiatra, nuestra mente es como una casa, con su entrada, sus pasillos, sus escaleras y sus habitaciones con sus respectivas puertas y ventanas. Cada habitación, como en nuestra casa, muestra un mobiliario diferente dependiendo del uso que demos a la estancia. De igual manera funciona nuestra casa-mente, una habitación es para cocinar y guardamos los recuerdos relacionados con esta actividad, otro es el salón y lo mismo… hasta llegar al dormitorio. Según ella mi casa tenía puertas fortificadas que jamás abría por miedo a lo que ocultaba tras ella, llevaba tantos años tirando en aquellas habitaciones todo tipo de situaciones, acontecimientos que no era sólo el caos, era el dolor que me causaban porque nunca me enfrenté a ellas, nunca me molesté en averiguar por qué dolían, me limitaba a ocultarlas tras las puertas. ¡Paparruchas de loquero

Capitulo 3.

Sintió un leve zarandeo, abrió los ojos y parpadeó, una luz oscilante se acercaba. La luz no terminaba de acercarse, entonces desapareció. Un dolor agudo se extendió por todo su brazo derecho subiendo al cuello y aproximándose a su cabeza. Alguien la sacudía la cara… dejó de concentrarse en el dolor de su cuerpo cuando un susurro llegó a sus oídos, se quedó quieta, sin respirar, alguien la llamaba. Abrió los ojos y una imagen borrosa se mostró ante ella. Dos mujeres y un hombre la miraban fijamente. El hombre tenía en su mano un lápiz linterna que dirigía directamente a su ojo derecho, al comprobar que su grado de respuesta era el correcto lo apagó y le dedicó una sonrisa de alivio. La mujer más mayor le preguntaba algo, las palabras entraron lentamente en ella, su cerebro no las reconocía pero ella las repitió lentamente… “¿Cómo se llama?” inmediatamente supo no solo lo que la preguntaba sino cómo conjugar una respuesta en un idioma que era la primera vez que escuchaba o eso creía

Movimiento ciego.

Sigo encerrada en mi casa, no salgo ni de noche ni de día. Las dos primeras veces que me atreví a franquear mi puerta y pisar el pasillo, no encontré a vecino alguno, nadie contestó a mis llamadas ni acudió a mis gritos. Vi iluminarse el triángulo sobre el ascensor, señal de que alguien llegaba, y cuando las puertas se abrieron, no había nadie. Sentí un leve roce sobre mi mejilla, luego una presión violenta sobre mi muñeca de la que me zafé bruscamente arañando al aire con la mano libre. Corrí y me encerré echando tras de mí los dos cerrojos y la cadena. Coloqué ante la puerta un viejo taquillón que fue de mi abuela. Y esperé asustada. Si tú hubieras estado en casa, me hubiese abrazado a tu pecho evaporando con tus besos esta angustia. Están sucediendo cosas anormales que me aterran. No sé si he perdido el juicio. Sigo tragando pastillas para calmar mis nervios, pero lejos de conseguirlo siento mi corazón más alocado y sobresaltado, como cuando me besabas el cuello. Me asomo por

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Mi mente por fin estaba vacía sin riesgo de caer en remordimiento. Pero no hay descanso para los pobres de espíritu. Sonó mi móvil.

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La pluma de San Pedro.

Con ella sobre el papiro blanco se escriben los nombres de las almas que dejarán su hogar para entrar en el Reino de los Cielos . San Pedro está agotado de ver como su trazo convierte la pluma en la daga que sesga la vida, mudando la alegría en tristeza, pero no puede dejar que esta arma mortífera caiga en las manos equivocadas. Una ráfaga de viento desliza la pluma fuera del atril y cae sin miedo hacia la tierra. A los pies de una muchacha que sueña con escribir novelas de amor y cuentos de hadas. Son historias que llenan su cabeza, anécdotas de amigas que quiere plasmar en el cuaderno de hojas blancas. Recoge del suelo el brillante objeto que mece suavemente en su palma. Abre su cuaderno y rasga la hoja con una línea recta, es delicado su trazo y suave al tacto. Y sin pretenderlo la inspiración la asalta como en un torrente, el relato fluye ágil de su mano inquieta y la hoja antes blanca toma los nombres de sus amigas y las vidas de estas,  así como los lugares y recuerdos que

“¡Putón desorejado!”

Cogí mi ropa esparcida por el suelo y salí descalza de la habitación. El agua de la ducha continuaba corriendo en el baño y después de debatir durante unos minutos si quería añadir más mierda sobre mi vida sabiendo con quién me había acostado, decidí que la ignorancia era una buena terapia para mi escasa salud mental. El camarero sexy de los mojitos no era el afortunado, ¿por qué lo sé?, el traje de chaqueta que estaba doblado con esmero en el galán de noche, costaba la paga de todo un año de un camarero, o más, los gemelos y el alfiler de corbatas era de oro con zafiros incrustados, ¡pasta gansa! Me había tirado a un pez gordo, alguien del consejo y para mi pesar, eran todos unos vejestorios… ¡Dios mío! Esa era una opción y la otra un poco más cariñosa, muchos de mis compañeros iban con sus mejores galas a este tipo de eventos para cazar el interés de algún gerifalte. El problema de esta segunda, era que todos estaban casados, y conocía a sus esposas e hijos… Lo mirase como lo

Capítulo 2.

Tenía que planear algo diferente, un cambio drástico en el sistema de ataque, cada día llegaba más molido a palos. Los cardenales tardaban más tiempo en desaparecer y los huesos crujían durante meses. Aunque su cuerpo tenía el aspecto de un treintañero, su alma si la tuviera, tendría unos quinientos años, año arriba año abajo. Su alma corrupta, vendida hace mucho tiempo por un minuto más de vida. Una vida que había malgastado corriendo detrás de todo aquello que se salía del redil. Dentro del “mal total” existía un juez que marcaba el equilibrio y ese era él, Drako. Últimamente su trabajo era complicado, por un lado cazar las “almas negras” y por otro repeler el ataque continuo de los demonios sin clan, los “Repudiados”, que atacaban sin descanso los límites de la ciudad en busca de caza, una caza indiscriminada que no diferenciaba entre un alma u otra. Y una cosa estaba clara, el territorio de Drako era lugar seguro para un “alma pura”. Se tiró de espaldas en la cama y se qu

Babao.

Despertó nervioso e inquieto. No estaba cómodo en aquel colchón duro que olía a lejía, y la almohada no era la suya, no era blandita y suave, sino áspera y con ese mismo olor a desinfectante. Gimió bajo la sábana. Se sentía extraño en aquel lugar, no tenía mucha certeza de dónde se encontraba pero no era la habitación que compartía con su hermano pequeño. Faltaba el ruido continuo de los trenes entrando en la estación, esos que cada noche observaba antes de dormir mientras se preguntaba, ¿dónde irá toda esa gente? Él que nunca había viajado, ni siquiera a ver el mar. Una presión delicada sobre su pierna derecha le hizo saber que no estaba solo. Asomó sus ojos azules por encima de la colcha. Allí estada a los pies de la cama, una mujer con una bonita sonrisa. -¿Qué tal te encuentras Babao?- su voz era un susurro, cálida y afable. -No me llamo Babao. Me llamo José como mi padre.-dijo todo orgulloso. Miró a su alrededor. Era una habitación toda alicatada con azulejo blanco, con u

“¡A tomar por culo mi vida!”

Salí de Madrid por la M 501, con la certeza de que sin mí la oficina se vendría abajo. Seguro que muchos pensabais que con aquel jamacuco vi la luz y reconduje mi vida por el buen camino; me duró   tres semanas, tres escasas semanas. En esos días volví a ver a mis amigas y a sus cansinos hijos, quedé a cenar con un viejo amigo de la facultad, con la vaga esperanza de tener una relación sentimental sin el “aquí te pillo, aquí te mato”. Pero mi amiga Tere me dijo una noche por teléfono: “Hasta que no veas el fondo del pozo, no te darás cuenta lo rápido que has caído y lo profundo”, de todas mis amigas es la única que no tiene estudios universitarios, de todas ellas, es la más sabía. Pasadas las tres semanas, dejé de contestar las llamadas de ese amigo cansino y zalamero, dejé de ver a mis amigas, pero no de mensajearme, se hubieran presentado las cinco en mi oficina montándome la de San Quintín, y dejé de ir al pueblo a ver a mi madre. Volví a centrar mis cinco sentidos en el tra

Capítulo 1

“¿Dónde estoy?”, las palabras resonaron en su cabeza. Los labios no se movían, al igual que sus ojos. Nada en su cuerpo respondía a los impulsos de su cerebro. Qué estaba sucediendo, dónde estaba, por qué todo a su alrededor era oscuridad y silencio. No sentía nada ni calor ni frio ni hambre ni sed… solo la oscuridad que la rodeaba. Quería gritar, llorar y correr. Jamás había sentido tanto miedo, no era la oscuridad lo que la aterraba, era la soledad. No sentir el aire en la cara no escuchar el rumor del agua o el canto de los pájaros, la suavidad de la hierba entre los dedos o el roce de los pétalos en su cara. Todo aquello que le gustaba y le consolaba cuando estaba triste. Se concentró en los sonidos de su alrededor, no había nada… ni un ligero murmullo, nada. Intentó recordar que es lo que hacía antes de dormirse, no recordaba haberse acostado… quizá sufriera un accidente… estaría muerta pero entonces dónde estaba en el cielo o en el infierno o en el tránsito, el purgatorio.