Cogí mi ropa esparcida por el suelo y
salí descalza de la habitación. El agua de la ducha continuaba corriendo en el
baño y después de debatir durante unos minutos si quería añadir más mierda
sobre mi vida sabiendo con quién me había acostado, decidí que la ignorancia
era una buena terapia para mi escasa salud mental.
El camarero sexy de los mojitos no
era el afortunado, ¿por qué lo sé?, el traje de chaqueta que estaba doblado con
esmero en el galán de noche, costaba la paga de todo un año de un camarero, o
más, los gemelos y el alfiler de corbatas era de oro con zafiros incrustados, ¡pasta
gansa! Me había tirado a un pez gordo, alguien del consejo y para mi pesar,
eran todos unos vejestorios… ¡Dios mío! Esa era una opción y la otra un poco
más cariñosa, muchos de mis compañeros iban con sus mejores galas a este tipo
de eventos para cazar el interés de algún gerifalte. El problema de esta
segunda, era que todos estaban casados, y conocía a sus esposas e hijos… Lo
mirase como los mirase, era lo más parecido a una puta, una puta barata, mejor
dicho una puta de saldos. Grité en el
ascensor vacío y golpeé mi cabeza contra el espejo dejando la huella grasienta
de mi frente en aquella superficie pulcramente limpia.
Tengo el pelo liso como una tabla y
con mis dedos conseguí darles una apariencia algo más decente, mi vestido no
mostraba los excesos de la noche, sólo mi rostro era el reflejo de mi alma,
asique con toda la dignidad que fui capaz esperé mi turno en recepción. Hubiera
salido corriendo pero tenía la duda de si había llegado con mi coche. ¡No!, me dijo
la amable recepcionista. No estaba en su garaje, me quedé reflexionando, seguro
que continuaba aparcado en mi plaza, la fiesta fue en el salón principal de mi
empresa. La recepcionista confundió mi maraña de recuerdos confusos con algún
tipo de remordimiento extramatrimonial, me tendió una toallita desmaquilladora
disimuladamente y me informó que mi acompañante era un hombre muy elegante que
conducía un Mercedes descapotable SLS, no sé qué más, cómo si aquello pudiera
ayudarme en algo. Le di las gracias con una sonrisa de complicidad, prefería
ser una mujer infiel que una puta de rebajas. Ahora casi tenía la identidad de
mi amante secreto, era un hombre elegante que tenía un cochazo, tendría que
investigar el lunes. Pero para qué coño iba a investigar, no acababa de auto
convencerme que era mejor para mi salud quebradiza ignorar todo. ¡Joder con mi
mente retorcida y bipolar!
El taxi se dirigía al edificio donde
había caído un peldaño más en mi pozo particular. Yo iba recostada pensando,
intentando recordar que era lo último que hice, y entonces me di cuenta, había
dejado al hombre en la ducha, abandonado… ¿se sentiría él como yo? o ¿los
hombres no padecen como nosotras? Empecé a sentir remordimientos, un malestar
horrible,… cuando me despertaba en la cama vacía, me sentía sucia, ultrajada,…
me iba a la ducha y me frotaba con mi guante de crin y mucho jabón intentando
borrar de mi piel cualquier huella que
delatase mi noche de sexo vacío. Golpeé mi frente con la palma de la mano, me encontraba
terriblemente mal y ¡no era nada justo!, yo sufría eso mismo miles de veces, no
podía ser que ahora estando en el lado contrario tuviera también desasosiego,
¡¡No es justo!! ¡¡Malditos remordimientos!! ¡Odiaba mi conciencia! sólo
conseguía apagarla con tres o cuatro botellas de coñac o whisky o lo que fuera,
yo no hacía ascos a nada, lo malo de la muy puta, es que despertaba al día
siguiente con más fuerza y más cabrona. Pero entonces bloqueé ese torrente de
culpabilidad y sin saber cómo lo trasformé en ira, una ira que nacía en la boca
del estómago y se mezclaba con la bilis. ¡¡Qué se joda!! ¡¡Por capullo!! Y
pagué con el amante desconocido, toda la rabia que durante años guardé en lo
más profundo de mi corazón hecho girones. Me vengué de todos aquellos que me
abandonaron tras un revolcón mal ejecutado…