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Capítulo 2.




Tenía que planear algo diferente, un cambio drástico en el sistema de ataque, cada día llegaba más molido a palos. Los cardenales tardaban más tiempo en desaparecer y los huesos crujían durante meses. Aunque su cuerpo tenía el aspecto de un treintañero, su alma si la tuviera, tendría unos quinientos años, año arriba año abajo. Su alma corrupta, vendida hace mucho tiempo por un minuto más de vida. Una vida que había malgastado corriendo detrás de todo aquello que se salía del redil. Dentro del “mal total” existía un juez que marcaba el equilibrio y ese era él, Drako.
Últimamente su trabajo era complicado, por un lado cazar las “almas negras” y por otro repeler el ataque continuo de los demonios sin clan, los “Repudiados”, que atacaban sin descanso los límites de la ciudad en busca de caza, una caza indiscriminada que no diferenciaba entre un alma u otra. Y una cosa estaba clara, el territorio de Drako era lugar seguro para un “alma pura”.
Se tiró de espaldas en la cama y se quitó las zapatillas lanzándolas por los aires, golpeando en el techo y rebotando en el escritorio de la esquina donde había dejado los cuchillos, las dagas y demás armas validas para matar cualquier “alma negra”. Tintinearon al golpearse unas con otras. Odiaba ese sonido, le recordaba que el trabajo no tenía jamás fin, ni fines de semana, ni vacaciones. Cada día aniquilaban a cien o doscientas pero al día siguiente nacían otras trescientas. Si alguien le hubiera contado lo que sería de mayor, habría creído que era de los buenos, el héroe que todo niño sueña, pero él y sus hombres eran de los malos, el terrible hombre del saco, el hombre lobo de la luna llena. Eran grandes depredadores de almas, aquellas almas que abandonaban el buen camino, aquellas almas que día a día con sus acciones la ennegrecían hasta el punto que dañaban cualquier alma blanca de su alrededor. Había que aniquilarlas para mantener un equilibrio muy frágil. Frágil porque la otra parte de la ecuación rara vez ayudaba. Ellos llegaban con su varita posando su extremo más delgado sobre la cabeza del “alma negra” y decían: “Te libero de tus pecados, ve en paz”. Era un suponer pues jamás se había acercado lo suficiente como para ver los pasos de la transición del “alma negra” en “alma pura o blanca”. Cada vez que se acercaba a uno de ellos, sus poderes enloquecían y jamás soportó no tener autocontrol en su persona, sentirse vulnerable no era lo suyo.
Siglos y siglos para llegar a este punto, y seguía sin comprender como alguien era capaz de perdonar lo imperdonable.
En una ocasión se lo preguntó a uno de ellos y mirándole con sus profundos ojos azules le contestó: “Esa es la diferencia entre vosotros y nosotros, el bien y el mal, la luz y la sombra, somos capaces de perdonar porque somos todo Amor, ¿sabes tú lo que es amar a alguien que no seas tú mismo?”. No volvió a hablar jamás con ninguno de ellos, le hubiera pateado las entrañas y eso hubiera sido muy malo para ese maravilloso equilibrio que hace que el mundo gire. Los miraba de lejos hacer su trabajo y una vez que terminaban les dedicaba una sonrisa diabólica y entre dientes les decía: “Dentro de poco será mío”. Rara vez se confundía, antes o después él o uno de sus hombres le llevaba el alma de aquellos bastardos, porque todos ellos reincidían en sus pecados.
Sus hombres llamaban a los ojitos azules los ositos amorosos, “Son todo amor” repetían entre risas. Solo uno de ellos, Oráculo, mantenía una relación casi estrecha con uno de ellos, sin que él lo supiera sus compañeros apostaban en una porra cuanto tardaría este osito amoroso en unirse a su club diabólico. Oráculo era el más idóneo para este tipo de relaciones, el único en dominar el tiempo pasado, presente y futuro, no existían secretos y para hablar con los ojitos azules era necesario saber qué efecto tiene en el futuro cada acción y palabra dicha ante ellos, pues ellos tiene el don de dominar el libre albedrío.

Las falsas verdades, origen.


Aunque se jactaban en decir que ellos dejan a todo ser a su libre elección. ¡Paparruchas!, ellos orientaban cada alma con un ligero susurro en el oído. Esa vocecilla que los humanos llaman conciencia, no es otra que los ojitos azules. Por el contrario su gente no era tan sutil, ellos sabían explotar los siete pecados capitales como nadie, colocar la zanahoria ante el burro y esperar. Si no funcionaba se anulaba la conciencia, aunque este paso daba más de un quebradero de cabeza en las altas esferas. Al fin y al cabo eran dos grandes empresas rivalizando por lo mismo, las almas humanas.
Como en toda empresa existía una jerarquía y él era el Director del departamento de Justicia, Captura y Ejecución. Juez, jurado y verdugo. Rara vez el acusado cuando oía la sentencia se quedaba quieto, todos salían corriendo, ¡panda de cobardes!
Drako se levantó, dejando aparcadas sus discusiones mentales y se dirigió al baño para darse una ducha antes de bajar al casino. Después de mucho buscar un negocio donde ninguno de ellos llamase demasiado la atención, descubrieron que un casino era el lugar más adecuado por dos razones: -Primera, sacar dinero para su sustento, pues su trabajo no era remunerado. “Por un minuto más de vida un trabajo para la eternidad y sin cobrar un duro, vamos una ganga” reía Drako entre dientes. -Y segunda, viene el trabajo a casa pues más de un “alma negra” se les servía a domicilio. A si nació el Casino Hotel Valhalla.
El Casino Valhalla era una gran ciudad dentro de las Vegas, un lugar de corrupción y depravación digna de un Rey, la mejor ubicación que se hubiera podido encontrar. En medio de ninguna parte, rodeados de desierto. Una ciudad donde el bullicio y la vida son nocturnos, ellos se movían con total libertad. Si la gente desaparece, nadie da cuenta de ellos. Una ciudad donde el trasiego de personas hace imposible quedarse con una cara más de una semana, a la larga todas las caras son iguales, al fin y al cabo son las mismas historias con distintos nombres.
Al llegar a las puertas del Casino Valhalla, dando la bienvenida se alzaba El Colosos de Rodas, la representación del dios griego Helios podía parecer una contradicción para una ciudad que vive la noche. Muchos se preguntaban si la famosa estatua hubiera sido tan espectacular como aquella copia, nadie se planteó si era o no la autentica. Cruzando bajo sus piernas la carretera discurría en un círculo prefecto en cuyo centro una fuente de luz y color dejaba ver el lujo que se derrochaba en el interior de la pequeña ciudad de diversión. La fuente era objeto de continuas visitas nocturnas de los turistas que se pasaban horas muertas contemplando el movimiento rítmico del agua al son de una música y acompasado con un baile de colores. Al franquear las puertas principales, en ese mismo instante, sientes como si fueras el único cliente de todo el complejo, cada movimiento tuyo va acompañado de una respuesta simultanea del personal del casino-hotel. Ante la necesidad de beber algo, una camarera deposita una copa de champagne en un posavasos cerca de tu mano, acompañada de una sonrisa seductora. Cuenta con las boutiques más caras del mundo en moda, en joyas, los estilistas más reconocidos, miles de celebridades pasan semanas allí para tratamientos que en ningún otro lugar encontrarían, ¿Quién no sueña con comprar el cuadro de Dorian Gray? Y de esa forma tan sencilla van cayendo en los pecados capitales.
Bajando una planta encontramos El Casino más grandes de todo el país, con mejor reputación y más volumen de juego. En este casino nadie hace trampa, ni siquiera la casa. En este Casino se pagan las deudas de una forma u otra, no interesa la vida de nadie pero el alma es otra cosa. En habitaciones privadas se juegan partidas peligrosas con altas apuestas de dinero, en estas mesas se sienta habitualmente el director del hotel, Drako, al que no le importa ponerse una pistola en la sien y disparar hasta tres veces seguidas sin girar el tambor del arma. Qué más da morir una noche más, al día siguiente despierta con la misma vida infernal, siempre queda la esperanza lejana de que sea la definitiva, que alguien se canse de resucitarte, noche tras noche.
 El hotel de treinta plantas con dos mil habitaciones de lujo, donde la reserva de una habitación requiere un año de antelación. El hotel cuenta con todo tipo de actividad deportivas y de diversión, si lo sueñas ellos lo tienen, cualquier cosa, sea o no legal, de eso se trata, de tentar y ver quién caía en el abismo. Un lema sencillo que le hizo famosos en todo el mundo “Si lo sueñas, existe y nosotros lo tenemos”.
Las dos últimas plantas son las viviendas de los cazadores de almas y el ático la casa de Drako, a efectos legales el Director del Casino-Hotel, en realidad uno de los seres más peligrosos que caminaban bajo el cielo.
Su casa con una decoración minimalista falta de todo rasgo personal, cuenta con cuatro muebles funcionales y mucho espacio para entrenar. En el ático una gran piscina y un enorme jardín. Dentro de aquel jardín te trasportabas a un recóndito rincón de un bosque nórdico donde había nacido y crecido, contaba con un falso riachuelo con enormes piedras en las orillas de cantos suaves y blancos, que terminaba en una pequeña cascada sobre la piscina, el agua siempre helada, independientemente de la estación del año. Cuando se sentía verdaderamente cansado de su trabajo, se sentaba en la orilla de su riachuelo y sumergía los pies, miraba hacia la otra orilla donde tenía dos grandes abetos y una choza de troncos y pieles, allí acampaba las noches de cielo estrellado, allí y en esa posición siempre anhelaba que sucediera algo pero nunca pasó nada, ni una estrella fugaz ni un avión en llamas, nada, pero no dejaba de esperar.
Entró en la ducha y metió la cabeza debajo del grifo, el agua caliente le caía sobre los hombros, relajando aquellos músculos agotados de correr tras aquel mal nacido que había asesinado a las parejas del parque por unos cochinos dólares para gastar en papelinas. Para ir drogado hasta las cejas, el tío corría como alma que lleva el diablo, ante aquel pensamiento no pudo reprimir una carcajada. Agachó la cabeza dejando que el agua cayera por su nuca como una cálida caricia, cuánto tiempo hacía que nadie le acariciaba de aquella manera, siglos. No dejaba que nadie se le acercase tanto, las relaciones con las mujeres eran solo para satisfacer sus necesidades como hombre, ni siquiera dejaba que le acariciasen mientras las poseía, mantenía sus manos sujetas sobre el colchón, mesa o suelo, cuando terminaba se levantaba y se iba sin importarle si ellas quedaban o no satisfechas. En rara ocasión le había importado sus orgasmos, él era capaz de hacerlas sentir lo que ellas no sabían que existía pero descubrió que esto era perjudicial, luego regresaban suplicándole que las amara una y otra vez y no era tío de relaciones duraderas ni monógama. Él era un buen amante si se lo proponía, todo se lo debía a su padre. Dos cosas le enseñó, cómo tratar a una mujer en la cama y como matar de mil formas distintas y a cual más cruel, su padre fue un desecho de virtudes. “El amor y la guerra van de la mano, Erik. Cuando conquistas un país, tu deber es amar a tu nuevo pueblo y que mejor que empezar con sus delicadas mujeres…” Su voz áspera terminaba en una ensordecedora carcajada. Odió a aquel bastardo hasta el último día de su vida.

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