Tenía que planear algo diferente, un cambio drástico
en el sistema de ataque, cada día llegaba más molido a palos. Los cardenales
tardaban más tiempo en desaparecer y los huesos crujían durante meses. Aunque
su cuerpo tenía el aspecto de un treintañero, su alma si la tuviera, tendría
unos quinientos años, año arriba año abajo. Su alma corrupta, vendida hace mucho
tiempo por un minuto más de vida. Una vida que había malgastado corriendo
detrás de todo aquello que se salía del redil. Dentro del “mal total” existía
un juez que marcaba el equilibrio y ese era él, Drako.
Últimamente su trabajo era complicado, por un lado
cazar las “almas negras” y por otro repeler el ataque continuo de los demonios
sin clan, los “Repudiados”, que atacaban sin descanso los límites de la ciudad
en busca de caza, una caza indiscriminada que no diferenciaba entre un alma u
otra. Y una cosa estaba clara, el territorio de Drako era lugar seguro para un
“alma pura”.
Se tiró de espaldas en la cama y se quitó las
zapatillas lanzándolas por los aires, golpeando en el techo y rebotando en el
escritorio de la esquina donde había dejado los cuchillos, las dagas y demás
armas validas para matar cualquier “alma negra”. Tintinearon al golpearse unas
con otras. Odiaba ese sonido, le recordaba que el trabajo no tenía jamás fin,
ni fines de semana, ni vacaciones. Cada día aniquilaban a cien o doscientas
pero al día siguiente nacían otras trescientas. Si alguien le hubiera contado
lo que sería de mayor, habría creído que era de los buenos, el héroe que todo
niño sueña, pero él y sus hombres eran de los malos, el terrible hombre del
saco, el hombre lobo de la luna llena. Eran grandes depredadores de almas,
aquellas almas que abandonaban el buen camino, aquellas almas que día a día con
sus acciones la ennegrecían hasta el punto que dañaban cualquier alma blanca de
su alrededor. Había que aniquilarlas para mantener un equilibrio muy frágil.
Frágil porque la otra parte de la ecuación rara vez ayudaba. Ellos llegaban con
su varita posando su extremo más delgado sobre la cabeza del “alma negra” y
decían: “Te libero de tus pecados, ve en paz”. Era un suponer pues jamás se
había acercado lo suficiente como para ver los pasos de la transición del “alma
negra” en “alma pura o blanca”. Cada vez que se acercaba a uno de ellos, sus
poderes enloquecían y jamás soportó no tener autocontrol en su persona,
sentirse vulnerable no era lo suyo.
Siglos y siglos para llegar a este punto, y seguía
sin comprender como alguien era capaz de perdonar lo imperdonable.
En una ocasión se lo preguntó a uno de ellos y
mirándole con sus profundos ojos azules le contestó: “Esa es la diferencia
entre vosotros y nosotros, el bien y el mal, la luz y la sombra, somos capaces
de perdonar porque somos todo Amor, ¿sabes tú lo que es amar a alguien que no
seas tú mismo?”. No volvió a hablar jamás con ninguno de ellos, le hubiera
pateado las entrañas y eso hubiera sido muy malo para ese maravilloso
equilibrio que hace que el mundo gire. Los miraba de lejos hacer su trabajo y
una vez que terminaban les dedicaba una sonrisa diabólica y entre dientes les
decía: “Dentro de poco será mío”. Rara vez se confundía, antes o después él o
uno de sus hombres le llevaba el alma de aquellos bastardos, porque todos ellos
reincidían en sus pecados.
Sus hombres llamaban a los ojitos azules los ositos
amorosos, “Son todo amor” repetían entre risas. Solo uno de ellos, Oráculo, mantenía
una relación casi estrecha con uno de ellos, sin que él lo supiera sus
compañeros apostaban en una porra cuanto tardaría este osito amoroso en unirse
a su club diabólico. Oráculo era el más idóneo para este tipo de relaciones, el
único en dominar el tiempo pasado, presente y futuro, no existían secretos y
para hablar con los ojitos azules era necesario saber qué efecto tiene en el
futuro cada acción y palabra dicha ante ellos, pues ellos tiene el don de
dominar el libre albedrío.
Aunque se jactaban en decir que ellos dejan a todo
ser a su libre elección. ¡Paparruchas!, ellos orientaban cada alma con un
ligero susurro en el oído. Esa vocecilla que los humanos llaman conciencia, no
es otra que los ojitos azules. Por el contrario su gente no era tan sutil,
ellos sabían explotar los siete pecados capitales como nadie, colocar la
zanahoria ante el burro y esperar. Si no funcionaba se anulaba la conciencia,
aunque este paso daba más de un quebradero de cabeza en las altas esferas. Al
fin y al cabo eran dos grandes empresas rivalizando por lo mismo, las almas
humanas.
Como en toda empresa existía una jerarquía y él era
el Director del departamento de Justicia, Captura y Ejecución. Juez, jurado y
verdugo. Rara vez el acusado cuando oía la sentencia se quedaba quieto, todos
salían corriendo, ¡panda de cobardes!
Drako se levantó, dejando aparcadas sus discusiones
mentales y se dirigió al baño para darse una ducha antes de bajar al casino.
Después de mucho buscar un negocio donde ninguno de ellos llamase demasiado la
atención, descubrieron que un casino era el lugar más adecuado por dos razones:
-Primera, sacar dinero para su sustento, pues su trabajo no era remunerado. “Por
un minuto más de vida un trabajo para la eternidad y sin cobrar un duro, vamos
una ganga” reía Drako entre dientes. -Y segunda, viene el trabajo a casa pues
más de un “alma negra” se les servía a domicilio. A si nació el Casino Hotel
Valhalla.
El Casino Valhalla era una gran ciudad dentro de las
Vegas, un lugar de corrupción y depravación digna de un Rey, la mejor ubicación
que se hubiera podido encontrar. En medio de ninguna parte, rodeados de
desierto. Una ciudad donde el bullicio y la vida son nocturnos, ellos se movían
con total libertad. Si la gente desaparece, nadie da cuenta de ellos. Una
ciudad donde el trasiego de personas hace imposible quedarse con una cara más
de una semana, a la larga todas las caras son iguales, al fin y al cabo son las
mismas historias con distintos nombres.
Al llegar a las puertas del Casino Valhalla, dando
la bienvenida se alzaba El Colosos de Rodas, la representación del dios griego
Helios podía parecer una contradicción para una ciudad que vive la noche.
Muchos se preguntaban si la famosa estatua hubiera sido tan espectacular como
aquella copia, nadie se planteó si era o no la autentica. Cruzando bajo sus
piernas la carretera discurría en un círculo prefecto en cuyo centro una fuente
de luz y color dejaba ver el lujo que se derrochaba en el interior de la
pequeña ciudad de diversión. La fuente era objeto de continuas visitas
nocturnas de los turistas que se pasaban horas muertas contemplando el
movimiento rítmico del agua al son de una música y acompasado con un baile de
colores. Al franquear las puertas principales, en ese mismo instante, sientes
como si fueras el único cliente de todo el complejo, cada movimiento tuyo va
acompañado de una respuesta simultanea del personal del casino-hotel. Ante la
necesidad de beber algo, una camarera deposita una copa de champagne en un
posavasos cerca de tu mano, acompañada de una sonrisa seductora. Cuenta con las
boutiques más caras del mundo en moda, en joyas, los estilistas más
reconocidos, miles de celebridades pasan semanas allí para tratamientos que en
ningún otro lugar encontrarían, ¿Quién no sueña con comprar el cuadro de Dorian
Gray? Y de esa forma tan sencilla van cayendo en los pecados capitales.
Bajando una planta encontramos El Casino más grandes
de todo el país, con mejor reputación y más volumen de juego. En este casino
nadie hace trampa, ni siquiera la casa. En este Casino se pagan las deudas de
una forma u otra, no interesa la vida de nadie pero el alma es otra cosa. En
habitaciones privadas se juegan partidas peligrosas con altas apuestas de
dinero, en estas mesas se sienta habitualmente el director del hotel, Drako, al
que no le importa ponerse una pistola en la sien y disparar hasta tres veces
seguidas sin girar el tambor del arma. Qué más da morir una noche más, al día
siguiente despierta con la misma vida infernal, siempre queda la esperanza
lejana de que sea la definitiva, que alguien se canse de resucitarte, noche
tras noche.
El hotel de treinta
plantas con dos mil habitaciones de lujo, donde la reserva de una habitación requiere
un año de antelación. El hotel cuenta con todo tipo de actividad deportivas y
de diversión, si lo sueñas ellos lo tienen, cualquier cosa, sea o no legal, de
eso se trata, de tentar y ver quién caía en el abismo. Un lema sencillo que le
hizo famosos en todo el mundo “Si lo sueñas, existe y nosotros lo tenemos”.
Las dos últimas plantas son las viviendas de los
cazadores de almas y el ático la casa de Drako, a efectos legales el Director
del Casino-Hotel, en realidad uno de los seres más peligrosos que caminaban
bajo el cielo.
Su casa con una decoración minimalista falta de todo
rasgo personal, cuenta con cuatro muebles funcionales y mucho espacio para
entrenar. En el ático una gran piscina y un enorme jardín. Dentro de aquel
jardín te trasportabas a un recóndito rincón de un bosque nórdico donde había
nacido y crecido, contaba con un falso riachuelo con enormes piedras en las
orillas de cantos suaves y blancos, que terminaba en una pequeña cascada sobre
la piscina, el agua siempre helada, independientemente de la estación del año.
Cuando se sentía verdaderamente cansado de su trabajo, se sentaba en la orilla
de su riachuelo y sumergía los pies, miraba hacia la otra orilla donde tenía
dos grandes abetos y una choza de troncos y pieles, allí acampaba las noches de
cielo estrellado, allí y en esa posición siempre anhelaba que sucediera algo
pero nunca pasó nada, ni una estrella fugaz ni un avión en llamas, nada, pero
no dejaba de esperar.
Entró en la ducha y metió la cabeza debajo del
grifo, el agua caliente le caía sobre los hombros, relajando aquellos músculos
agotados de correr tras aquel mal nacido que había asesinado a las parejas del
parque por unos cochinos dólares para gastar en papelinas. Para ir drogado
hasta las cejas, el tío corría como alma que lleva el diablo, ante aquel
pensamiento no pudo reprimir una carcajada. Agachó la cabeza dejando que el
agua cayera por su nuca como una cálida caricia, cuánto tiempo hacía que nadie
le acariciaba de aquella manera, siglos. No dejaba que nadie se le acercase
tanto, las relaciones con las mujeres eran solo para satisfacer sus necesidades
como hombre, ni siquiera dejaba que le acariciasen mientras las poseía,
mantenía sus manos sujetas sobre el colchón, mesa o suelo, cuando terminaba se
levantaba y se iba sin importarle si ellas quedaban o no satisfechas. En rara
ocasión le había importado sus orgasmos, él era capaz de hacerlas sentir lo que
ellas no sabían que existía pero descubrió que esto era perjudicial, luego
regresaban suplicándole que las amara una y otra vez y no era tío de relaciones
duraderas ni monógama. Él era un buen amante si se lo proponía, todo se lo
debía a su padre. Dos cosas le enseñó, cómo tratar a una mujer en la cama y
como matar de mil formas distintas y a cual más cruel, su padre fue un desecho
de virtudes. “El amor y la guerra van de la mano, Erik. Cuando conquistas un
país, tu deber es amar a tu nuevo pueblo y que mejor que empezar con sus
delicadas mujeres…” Su voz áspera terminaba en una ensordecedora carcajada.
Odió a aquel bastardo hasta el último día de su vida.