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“¡A tomar por culo mi vida!”




Salí de Madrid por la M 501, con la certeza de que sin mí la oficina se vendría abajo.
Seguro que muchos pensabais que con aquel jamacuco vi la luz y reconduje mi vida por el buen camino; me duró  tres semanas, tres escasas semanas. En esos días volví a ver a mis amigas y a sus cansinos hijos, quedé a cenar con un viejo amigo de la facultad, con la vaga esperanza de tener una relación sentimental sin el “aquí te pillo, aquí te mato”. Pero mi amiga Tere me dijo una noche por teléfono: “Hasta que no veas el fondo del pozo, no te darás cuenta lo rápido que has caído y lo profundo”, de todas mis amigas es la única que no tiene estudios universitarios, de todas ellas, es la más sabía. Pasadas las tres semanas, dejé de contestar las llamadas de ese amigo cansino y zalamero, dejé de ver a mis amigas, pero no de mensajearme, se hubieran presentado las cinco en mi oficina montándome la de San Quintín, y dejé de ir al pueblo a ver a mi madre. Volví a centrar mis cinco sentidos en el trabajo, cubrir la soledad con más proyectos y los fines de semana acudiendo a seminarios y congresos de todo tipo, fueran o no de mi interés, hasta que descubrí que el fin de semana lo podía dedicar a otro tipo de actos.
¿Qué cambió mi vida aquel ataque de pánico raya stress? Lo único, lo único que había cambiado eran dos cosas, era consciente de mi dramática existencia, y de mis visitas quincenales a un psiquiatra que tenía tanto interés como yo en la manecilla del reloj que colgaba en la pared, ni él quería escucharme ni yo hablarle.
 Muchos pensareis que las pastillas las desterré en el fondo de un cajón, pues ¡no!, descubrí que la pastillita azul hacía más llevadero los días de lluvia y las rojas amenizaban las fiestas. Mi juicio fuera del trabajo se quedaba en algún cajón de la mesa de mi oficina. Estaba más segura dentro de aquellas paredes que en campo abierto y al aire libre.
 Cambié de psiquiatra, no porque me diera cuenta que el anterior pasaba de mí, sino porque se negó a recetarme más pildoritas de colores.
Pregunté a mis compañeros y me recomendaron una mujer entrada en años, con cara de buldog y con una voz susurrante que me desquició sólo al escucharla, tenía que haber salido corriendo nada más verla, pero me quedé sentada ante ella, pensando en mis pastillas de colores. La observé colocar la mesa de su consulta, mientras yo pensaba cuantas recetas me daría en la primera visita. La pagaba un pastón la hora, seguro serían cinco o seis. No terminó mi hora y ya bajaba las escaleras a la carrera, llevaba una sola receta y sobre mi cabeza la amenaza de un programa de desintoxicación que me quitaría lo que más quería en este mundo o lo único que me hacía levantarme cada mañana, mi trabajo. ¡La odiaba!
En fin, llevaba dos meses viviendo a base de pastillas y fueron tres meses sobreviviendo sin ellas, y voy a confesar, que solo de alcohol no vive el hombre, pero lo intenté.

Los relatos de Jainis.

Pedazo de mierda de resaca mañanera, ni zumo de naranja ni nada, me sentía peor cada día, más ruinosa, menos persona y más despojo. Pero era preferible perderse en el fondo de una botella, que mirarme al espejo, mis sueños, mis esperanzas se habían cubierto de ojeras y de piel cetrina marcada por unos ojos vidriosos y una boca pastosa. Tenía que volver a vivir conmigo misma, tal y como era ahora, un despojo humano, con olor a alcohol y a noches borrosas.
Un mes escaso después, recuperaba las riendas de mi vida, o eso pensaba yo ufana. Se celebró el aniversario de mi empresa en España. Una gran cena un viernes del mes de mayo. Puedo decir que la fiesta fue tan increíble que ni el recuerdo tengo, desde que entré en el salón donde se servía el Buffet libre, no me separé de un camarero que preparaba los mejores mojitos del mundo.
A la mañana siguiente desperté en la habitación de un hotel, no un hotel de carretera ni un cuchitril de mala muerte, desperté en el Ritz. Me dolía la cabeza y tenía la boca como esparto, estaba despeinada y con el maquillaje corrido, mi imagen era lamentable no, lo siguiente. El reflejo que me mostraba el espejo del armario  era el de una total desconocida…

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