“¿Dónde estoy?”, las palabras resonaron en su
cabeza. Los labios no se movían, al igual que sus ojos. Nada en su cuerpo
respondía a los impulsos de su cerebro. Qué estaba sucediendo, dónde estaba,
por qué todo a su alrededor era oscuridad y silencio. No sentía nada ni calor
ni frio ni hambre ni sed… solo la oscuridad que la rodeaba. Quería gritar,
llorar y correr. Jamás había sentido tanto miedo, no era la oscuridad lo que la
aterraba, era la soledad. No sentir el aire en la cara no escuchar el rumor del
agua o el canto de los pájaros, la suavidad de la hierba entre los dedos o el
roce de los pétalos en su cara. Todo aquello que le gustaba y le consolaba
cuando estaba triste.
Se concentró en los sonidos de su alrededor, no
había nada… ni un ligero murmullo, nada. Intentó recordar que es lo que hacía
antes de dormirse, no recordaba haberse acostado… quizá sufriera un accidente…
estaría muerta pero entonces dónde estaba en el cielo o en el infierno o en el
tránsito, el purgatorio. ¡Qué tontería! Ella no creía en esas cosas o sí. Tampoco
sabía eso.
El miedo iba
adueñándose poco a poco de cada célula de su cuerpo, alimentándose de aquella
oscuridad que le aterraba. Se encontraba sola y tenía claro varias cosas… no
sabía dónde estaba, no sabía por qué estaba allí y lo más importante quién era.
Quizá si lograse averiguar quién era, el resto de las preguntas se contestasen
solas. Lo primero era su nombre, ¿Cómo se llamaba? “Un nombre da carácter a la
persona”, alguien le había dicho aquella frase hasta la saciedad. Intentaba
recordar quién,… “Cuando no sabes quién eres, careces de total importancia.
Poco te importa el otro si no sabes quién eres tú.”, algo en este pensamiento le
hizo estremecer, ella no era así, anteponía al prójimo a sí misma. No recordaba
su edad ni su color de pelo ni nada…ni el nombre de sus padres o amigos, si es
que los tenía. ¿Qué es lo que sabía?
Recordaba la montañas, los árboles, la hierba, las
flores, los pájaros… recordaba un gran bosque rodeado de altas montañas nevadas,
un río con enormes piedras en la orilla… ¡ufff! Y un agua helada. Esto le hizo
reír… no era una risa sonora pero le reconfortó, pensar en el agua helada, le
traía un vago recuerdo de felicidad. Se concentró en el agua helada. Hasta
ahora era lo único que le traía una sensación. Sentía el frio en sus pies, en
las manos y en la cara. Vio como sus manos se sumergían en el agua y dejaba que
corriera por sus dedos, hasta que se entumecían, las sacaba y las extendía
mirando al sol. Calentaba poco. Miró el sol filtrándose por sus dedos, con los
ojos entornados, parecían brillar como diamantes. Las gotas se deslizaban hasta
sus muñecas y sacudió las mangas para que no se mojaran, mientras seguía
mirando el efecto del sol en sus manos húmedas. Algo oscureció esa imagen, algo
se interpuso entre el sol y sus manos. Le hizo encogerse y todo volvió a ser
oscuridad. Era lo último que recordaba, aquella sombra le aterrorizó, algo malo
le hizo aquella sombra.
Iba a recuperar de nuevo la sensación que le producía el
riachuelo e intentar ver qué le rodeaba. Se concentró en sus manos, en el río… el
frío, el movimiento del agua entre sus dedos… era demasiado consciente de la
oscuridad que la envolvía y no era capaz de encontrar la paz que había tenido
apenas unos segundos antes, antes de que le quitasen los rayos del sol de sus
dedos, antes de que la empujasen de nuevo a la oscuridad. Creyó sentir una
lágrima deslizándose por su mejilla, una única y solitaria lágrima que le
recordaba lo sola que se hallaba. Pero ella siempre fue una luchadora, no podía
decir porque lo decía pero estaba convencida que ese era su lema “Nada en este
mundo te lo dan sin esfuerzo”.
Las falsas verdades, origen. |
Se intentó relajar. Evocó nuevamente el paisaje, las
montañas cubiertas de nieve, el hilo plateado que discurría entre ellas
perdiéndose en el bosque de enormes árboles, el riachuelo que se encontraba a
escasos metros de sus pies descalzos. Estiró las piernas y alcanzó a tocar con
los dedos una piedra blanca, redondeada y suave, jugueteó con ella mientras
esperaba a que algo sucediera. Se fijó en la piedra… “la piedra”… las palabras
salieron de su boca como un susurro y sin saber cómo dentro de aquel recuerdo
viajó a otro.
Un hombre de hermosos cabellos rojizos y grandes
ojos verdes le entregaba en su mano dos piedras en forma de corazón, cada una
de ellas engarzadas en sendas cuerdas de cuero negro. El hombre la miraba
tiernamente y le ofrecía una gran sonrisa dejando ver unos preciosos dientes
blancos. La puso de pie sujetándola por las manos y tirando de ella hacia
arriba. Era impresionante, su cabeza estaba a la altura de su torso, un torso
totalmente desnudo que dejaba ver un cuerpo nacido para el pecado.
Perfectamente delineado cada uno de sus músculos suplicaban una caricia, un
beso, un simple roce. Ella amaba a ese hombre, daría su vida por él, cambiaría
toda su existencia por estar juntos un segundo más. Cogió su mano entre las
suyas y la besó, vio como se movían sus labios aunque no era capaz de escuchar
sus palabras, se oían lejanas… distorsionadas. Tomó de su mano una de las
piedras. La hizo girar sobre sus pies dejándole a su espalda y la colocó el
colgante en el cuello. Nuevamente la giró y besó primero donde descansaba la
piedra después el nacimiento de su cuello y de ahí fue subiendo colocando un
reguero de besos hasta que fijó su mirada en sus ojos, besó cada uno de ellos y
después sus labios, primero de una forma suave casi casta, luego desesperada.
Ella fue acercándose cada vez más, posó sus manos temblorosas en su pecho
desnudo y se puso de puntillas cuando él se alzó en toda su magnificencia para dedicarla
una sonrisa picarona. Él sujetaba con su mano su barbilla, ella no soportaba
más el deseo y apoyó su mejilla sobre su corazón, escuchando aquel ritmo lento
y rítmico con el que tantas noches se dormía. La separó de su pecho y fue
bajando lentamente su cabeza acercando sus labios a los de ella, los rozó
suavemente pero esta vez ella no quiso que se escapara, rodeo su cuello con sus
brazos y tiró de él a un más. Lo besó con timidez pero con necesidad, necesidad
de saborearlo, de entrelazar sus lenguas y bailar entre sus dientes. Apretó su
cuerpo al suyo y sintió como todo su ser correspondía a cada una de sus
caricias, le necesitaba cerca de ella. Ya no se sentía sola, ya no temía a nada
ni a nadie. Cerró los ojos y continuó besándole mientras acariciaba su espalda,
él apretó a un más su agarre, la alzó en sus brazos y comenzó a caminar hacia
el bosque.
En un rincón entre dos grandes abetos habían
improvisado una pequeña choza de palos y pieles, ella sabía dónde iban y lo que
sucedería en cuanto la tumbase en aquella preciosa piel de oso blanco. Su
cuerpo correspondió a su deseo y se humedeció, deseaba tenerle dentro de ella,
en ese momento sabía que era su dueña, que nadie más tenía aquellas caricias,
ni aquellos besos, con cada embiste de su cuerpo, tierno y firme, ella se
dejaba poseer y él era poseído. La unión más perfecta.
Ansiaba llegar a la choza, no podía dejar de besarle
y juguetear nerviosa con su melena. Él la miró fijamente y se echó a reír, ella
se sintió avergonzada por desear de aquella forma tan irracional aquel cuerpo
unido a aquel ser tan noble y bueno. Faltaban poco más de dos pasos cuando el
sol desapareció tras las grandes ramas de los abetos y la sombra comenzó a
proyectarse entres sus piernas subiendo por su cuerpo… Un miedo atroz se adueñó
de ella, aquella sombra la atrapaba y la engullía por un túnel oscuro. Él
continuó su paso lento ajeno al miedo que empezaba a atenazar el cuerpo de ella,
iba a desaparecer de allí otra vez, regresaría a la oscuridad, lo presentía. Le
miró tiernamente y en ese instante todo se volvió negro.
Lloró amargamente cuando supo que había regresado,
el dolor era a un mayor que la primera vez. Ahora sabía que alguien la amaba y
ella se sentía segura en sus brazos. Pero ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué no estaba
aquí con ella?... Regresar a sus brazos se le hizo una tarea difícil, se
encontraba extenuada y solo quería dormir. Cerró sus ojos, si es que alguna vez
los abrió pues la sensación era la misma y se dejó llevar por el cansancio.