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Mostrando entradas de enero, 2017

Tormenta de Galgos. 42

Cuadragésima segunda entrada a mi blog. No salí de casa hasta bien entrada la tarde y me fui derecha a ver   a la única persona en el mundo incapaz de mentirme. Mi padre. Cuando llegué trabajaba distraído en la trastienda colocando y etiquetando marcos y álbumes de fotos. Entré sigilosa esperando pillarle infraganti pero mi padre es hombre de costumbres que poco sorprende y nunca asombra. Levantó la mirada tranquila cuando me presintió a sus espaldas. Me dedicó esa sonrisa que representaban los años más dulces de mi infancia, donde mi mundo era rosa y los unicornios se escondían en la espesura de los bosques. Le abracé con fuerza como si estuviese a punto de subir a un tren y fueran a pasar años antes de volver a vernos, y aspiré esa colonia de Heno de Pravia que usaba en todas sus versiones, pastilla de jabón para las manos, gel para la ducha y colonia para desinfectar y para perfumar. Era el aroma de mi infancia. El olfato siempre me ha jugado malas pasadas, sobre todo e

Perdón.

El perdón es una virtud, no guardar rencor a quien nos hizo daño ni buscar venganza ni castigo. A los humanos nos cuesta perdonar hasta la más pequeña de las nimiedades. Perdonar nos ayuda a avanzar, dejamos a un lado la infelicidad, y alcanzamos la paz. Es cierto que tenemos muy buenas razones para no perdonar, cada uno las suyas, todas igual de poderosas. Somos rencorosos y vengativos. He aprendido que ellos son capaces de volver a confiar en nosotros, en no hacer cuenta de lo sufrido y a amarnos con todos nuestros defectos, en una sola palabra: Perdonarnos. ¿Por qué damos el calificativo de bestia a las personas que son capaces de hacer los actos más crueles y despiadados cuando solo deberíamos decir: "Son humanos"? Porque intentamos desvincular a la persona de la humanidad. Y luego la lección la recibimos de ellos cuando nos dan una segunda oportunidad, y muchos hasta una tercera y cuarta, hay gente dice: "Cuanta humanidad muestran". M

Tormenta de Galgos. 41

Cuadragésima Primera entrada a mi blog. Pedir ayuda. ¿Por qué nos cuesta tanto pedir ayuda? Está claro, pedir ayuda es el segundo paso, el primero es reconocer que tenemos un problema. Para reconocer un problema previamente tenemos que analizarnos y valorar nuestro estado de ánimo, incluso reflexionar sobre lo que nos empeñamos en ocultarnos a nosotros mismos. ¿Y si mi problema no tiene solución? ¿Para qué voy a airearlo? Todos los obstáculos pueden saltarse, vadearse o incluso eliminarlos a cabezazos, y si otro lo puede hacer ¿cómo no voy a ser capaz yo? Además, nadie calza mis zapatos para poder ponerse en mi piel, eso de la empatía, lo vamos a dejar a un lado, el que nunca ha sufrido no sabe lo que es el dolor y no se puede poner en mi pellejo. También pienso que cuanto más se habla de una cosa más bombo le damos, es hacer una bola de nieve inmensa, y entonces no habrá quien la pare ladera abajo. Cualquier tipo de ayuda que reciba de otro, hará que este se crea dueño de m

Tormenta de Galgos. 40

Cuadragésima entrada a mi blog. No hay nada peor que dar rienda suelta a la locura, bueno quizá, desquitar la frustración con la persona equivocada. El comportamiento de mi exmarido: su prepotencia, su pedantería… todo él con ese aire de superioridad, de estar por encima de Dios y hombre, me habían sacado de los cabales, pero no era capaz de enfrentarme a él, de pararle los pies con la primera grosería ni de cantarle las cuarenta por todo lo anterior que seguíamos posponiendo. No podía. En lugar de eso giré mis pasos a otra persona, a la que iba a acusar con el dedo y a descargar toda mi rabia. Aparqué el coche justo detrás de la furgoneta que seguía aparcada en el mismo lugar que por la mañana. Entré a la residencia resoplando como un miura y me dirigí a los cheniles sin mirar a los lados. Entré y le vi al fondo hablando por el móvil, no lo pensé ni me paré a esperar que terminase. -¿Quién coño te crees para preguntarme dónde estoy? ¿Cómo te atreves siquiera a llamarme us

Tormenta de Galgos. 39

Trigésima novena entrada a mi blog. Y salgo del coche y remoloneo mirando la rueda delantera como si entendiese algo de neumáticos, compruebo si están bien hinchadas como si se tratase de la rueda de una bici y miro los dibujos que sé son lo primordial para un buen agarre, lo he visto en un anuncio. El Greñas me ha mirado de reojo un par de veces, está molesto, no me digáis porque lo sé pero es como si le conociese de toda la vida, su pose tensa y su paso marcando talón, le delatan. Entra a la residencia para coger el resto del material. Sale la Rubia acompañada de la Portes, ambas me saludan con desgana y yo contesto con la misma efusividad, ¡Qué las folle un pez! Guardan cosas en la furgoneta y recolocan el botiquín, y mi alma se agita, no tengo ni una pizquita de ganas de ir con ellas a ningún   rescate. ¿Para qué coño me necesita a mí si lleva a toda la tropa? ¡Qué ganas de joder la marrana! Pero no me queda otra que avanzar y subirme a esa furgoneta y aguantar mi ca