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Tormenta de Galgos. 40



Cuadragésima entrada a mi blog.

No hay nada peor que dar rienda suelta a la locura, bueno quizá, desquitar la frustración con la persona equivocada. El comportamiento de mi exmarido: su prepotencia, su pedantería… todo él con ese aire de superioridad, de estar por encima de Dios y hombre, me habían sacado de los cabales, pero no era capaz de enfrentarme a él, de pararle los pies con la primera grosería ni de cantarle las cuarenta por todo lo anterior que seguíamos posponiendo. No podía. En lugar de eso giré mis pasos a otra persona, a la que iba a acusar con el dedo y a descargar toda mi rabia.
Aparqué el coche justo detrás de la furgoneta que seguía aparcada en el mismo lugar que por la mañana. Entré a la residencia resoplando como un miura y me dirigí a los cheniles sin mirar a los lados. Entré y le vi al fondo hablando por el móvil, no lo pensé ni me paré a esperar que terminase.
-¿Quién coño te crees para preguntarme dónde estoy? ¿Cómo te atreves siquiera a llamarme usando conmigo ese tono de cabreo? – me dirigí al fondo sin mirar a los lados, pero sentí la presencia de la Rubia con aquella penetrante colonia y la Portes aguantando la respiración.
-Cuando alguien se compromete a una cosa no lo deja corriendo porque su exmarido la llama.- aquella calma de la que siempre hacía gala, había desaparecido, era una mezcla de cólera y desfallecimiento.
-Tenías a la Rubia y la Portes, ¿Cuántas más necesitas para vitorear tus hazañas?
-¿Todavía sigue con esas?- pregunta la Portes a la Rubia que por una vez es coherente y la hace callar.
-Por tú culpa no hemos salido a rescatar a los galgos, necesitábamos bastante ayuda pues son cuatro. – pero esto no es lo que le molesta.
-¿Qué te sucede a ti?- le digo señalando con el dedo índice su cabeza.- Tú no estás bien. De qué nos conocemos, cuándo hemos comido juntos,…
-En la cena de Navidad.- apunta la Rubia que si no habla revienta.
-Yo no entiendo por qué tenemos que aguantar a esta tía.- el Greñas fulmina a la Portes con la mirada.- Podíamos decírselo a la presidenta que la eche, pero teniendo en cuenta que jamás se pasa por la residencia ni sabemos nada de ella… le dará lo mismo que está loca ande suelta con nuestros flacos.
-¡Loca estará tu madre!- me giro y doy dos pasos hacía ella, pero la Portes no se amilana y saca pecho.
-Me da que estamos algo tensas.- dice la Rubia sujetando a la Portes que parece desear pegarme una hostia.
-No podéis echarme… me voy yo… - le digo toda chula.
-1324.-la voz llamándome suena lastimera.- No puedes dejarnos colgados cuando contamos contigo, se planifica cada cosa con detalle y una ausencia pone en peligro todo.
-Suena melodramático…
-Y lo es ¡coño!- grita la Portes mientras me da la espalda y entra al chenil para sacar un galgo esquelético con sarna.- Este es el resultado de llegar una semana antes o un mes más tarde.
-Me parece absurdo lo que me dices.- y le dedico un gesto hostil y una mirada fría.
-No sé cuánto tiempo podré aguantar esta situación.- y pasa a mi lado besándome la frente.- ¡No puedo más!
Me da pena.
-Tendrás que cogerte unos días de descanso y sabiendo que te tomas tan a mal las deserciones, te juro que no se repetirá nunca más.- me sonríe con pesar y salé a la calle no sin coger antes su chaqueta colgada en el pomo de la puerta de la entrada y dedicarme la última mirada con las gafas de aviador ya colocadas.
La Rubia suspira mientras como yo, le ve alejarse por el camino de arena que esta frente a los cheniles. La Portes maldice la cantidad de locos que hay fuera de los manicomios. Pero yo no tengo ganas de más intercambios de insultos ni riñas. Salgo tras el Greñas pero guardando la distancia. Y mientras camino tras él mirando fijamente su espalda y su trasero, escucho su voz en la distancia:
-Si sales conmigo no te vas a arrepentir, te prometo pelos por tu ropa al por mayor, babas en grandes cantidades sobre tus mejillas y miles de ladridos dándote los buenos días.- mi risa se confunde con los ladridos de los perros que me despiden desde sus cheniles.
-No me fio de los hombres. Uno me destrozó el corazón.
-Yo soy mestizo. Tengo cuerpo de hombre y alma de perro.- le veo frente a mí parado, con la mirada risueña, el pelo más largo pero con la ropa igual de desastrosa.
-Solo por tener alma de perro debería fiarme, pero eres demasiado guapo y los guapos sois peligrosos.- me siento feliz, soy feliz.
-Eso lo arreglamos en un santiamén.- moja su pelo en un charco del suelo y se peina con la raya al medio, saca unas gafas espantosas de un bolsillo y se las coloca con picardía.- Me das una oportunidad, ahora que ninguna otra me va a mirar con lascivia.
-En ese charco ha podido mear un perro…
-Eso por lo menos vale por una cita para tomar una cerveza.- y nuestras risas se mezclan desapareciendo en la distancia.

La voz de la etóloga me hace regresar a la tierra de los vivos, mientras me sacude el hombro con su regordeta mano.
-¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.- coloca su palma sudorosa sobre mi frente agitada por la imagen tierna un hombre confuso, o mejor dicho, que me confunde.
-Soñaba despierta…- le digo mientras veo desaparecer al Greñas por la esquina más alejada de las naves, se que antes de girar me ha mirado y nuestros ojos se han cruzado, lo sé.
-No tienes fiebre, pero estás agitada, tienes las venas del cuello muy marcadas y las pulsaciones elevadas. Vamos a sentarnos y me cuentas qué te está sucediendo.- me sujeta el brazo, pero yo no me muevo ni un centímetro.
-Quiero ir a casa.-me zafo de su agarre.
-No dudes en pedir ayuda. Pedir ayuda es bueno y necesario.-está como una cabra. La sonrió y salgo a la carrera.
Pero el Greñas se ha ido. Sola, estoy sola. Me siento sola.

Romy. Asociación Galgo Español

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