BABAO Despertó nervioso e inquieto. No estaba cómodo en aquel colchón que olía a lejía. La almohada no era la suya, blandita y suave, sino áspera y dura. Huele a desinfectante , pensó. Sollozó asustado bajo la sábana. No se encontraba en la habitación que compartía con su hermano pequeño. Faltaba el sonido de los trenes entrando y saliendo de la estación, esos que cada noche observaba antes de dormir mientras se preguntaba, ¿Dónde irá toda esa gente? Él nunca había viajado, no conocía el mar. Una presión delicada sobre su pierna derecha le hizo saber que no estaba solo. Asomó sus ojos azules por encima de la colcha. Allí, sentada a los pies de la cama una mujer le dedicaba una bonita sonrisa. —¿Qué tal te encuentras Babao? —dijo la mujer. —No me llamo Babao. Soy José como mi padre —dijo orgulloso. Miró a su alrededor. Era una habitación alicatada con azulejo, con una ventana enrejada, una puerta metálica y pobre mobiliario. Blanco, luminoso y frío. —¿Dónde estoy...
Me niego a que mis historias se pudran en las carpetas de mi escritorio digital. Algún día morirá mi portátil y con él las vidas de mis personajes. Mi mente es un 80 % de imaginación y un 20 % de realidad, dicho eso te diré que este blog será un caos entretenido. ¡Feliz lectura!