Supongo
que tras oír el testamento no me quedó más remedio que creer todo lo que decían
de él. Al fin y al cabo lo había visto en cinco ocasiones. Estaba en constante búsqueda
viajando de un extremo a otro del mundo tras cualquier leyenda de dragones.
De
niña lo admiraba, de la vida anodina de mis padres y la mía, la suya era
apasionante, llena de aventuras y magia. Cuando fui creciendo aprecié la
tristeza en sus ojos, las constantes disputas de la familia porque dejase de perseguir
una quimera, lejos de ayudarle incrementaban su angustia.
Y
ahora tengo en mis manos lo que tanto anheló. Una turquesa engarzada en un medallón de oro blanco brillante. Sobre su color azul verdoso
veo mi ojo reflejado y en el fondo de mi pupila unas llamas de fuego. De su
puño y letras su último deseo:
“Mi querida sobrina lo que tienes en tus
manos es el corazón de un dragón.
Si al mirar la piedra algo inusual
sucede, no te asustes, él te observa. Llegará y pondrá a tus pies cada una de
las estrellas del firmamento.”
Y
lloro porque malgastó su vida. Quisiera creer, pero tengo cuarenta años y el
corazón roto. Son los desvaríos de un loco.
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Para Laura T. G. |