Las
críticas son demoledoras, y quién diga lo contrario tiene una fuerza de
voluntad inquebrantable o le importa muy poco aquello a lo que dedica su
tiempo.
Una
de mis novelas preferidas es “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole.
Se suicidó a los 31 años, los motivos pudieron ser muchos y seguro que algún
psiquiatra nos relata una serie de motivos todos plausibles; su madre aseguró que su hijo se sumió en una profunda tristeza cuando todas las
editoriales le aconsejaron dejar de enseñar aquel pésimo manuscrito, que en el
año 1981 ganó el premio Pulitzer. ¡Cuánto pesa una crítica!
Muchos
escritores dicen que sus novelas son como hijos, yo discrepo pero respeto. Un
hijo es un ser que evoluciona como individuo independiente de nosotros, que
cometerá sus propios errores y tomará sus decisiones desligándose totalmente de
nosotros. Una novela, jamás. Estaremos unidas de por vida, ella nos
representará, sus errores serán siempre los nuestros, y sus decisiones están señaladas
por el dedo que las escribió.
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Cada novela nos muestra un momento de quién la escribió. |
Para
mí una novela es algo mío, no como una posesión sino una prolongación de mí
misma. Cada personaje lleva una esencia, un dolor, un sentimiento, incluso un
complejo que me pertenece. Una novela abre una ventana que nos permite sin
pretenderlo revelar una parte profunda de nuestra alma. Escribir es una pasión,
un sentimiento que no se controla, que domina la razón y trastorna la voluntad,
el amor, el odio, los celos, incluso la ira, son las experiencias de quién las
escribe, las conoce porque son suyas y las trasmite.