El Greñas.
Esperar.
Nadie contesta a mis mensajes y mis llamadas
reciben una y otra vez el mismo tono mortecino de esa voz digital: “El teléfono
al que llama está apagado o fuera de cobertura”. Y no voy a lucubrar de si es a
mí sola o a todo el mundo. He decidido ser una persona normal y esperar a la
llamada del Greñas. Pero a mí lo de esperar se me da fatal. Ya no me quedan
padrastros en los dedos ni uñas tampoco. Sigo esperando.
Dicen que quién espera, desespera. Y, ¡qué
razón tiene! La vida está cargada de momentos de espera. Recuerdo las tardes
esperando al autobús para ir a la Universidad, siempre con retraso y no digo
nada con los paros injustificados del tren y sus largas esperas en mitad de una
vía rumbo a ningún sitio, atrapada allí viendo pasar las horas y perdiéndome clases.
Supongo que me resignaba. Pero yo jamás acepté como irremediables aquellas
tardanzas injustificadas sobre el horario previsto del trasporte. No, no me
resigne. Me entraba agobio, mucho agobio.
Luego llegó el trabajo y la espera volvió a
estar presente en mi vida. La noticia tenía que llegar a tiempo a redacción con
una foto perfecta y un texto impactante, pero o no llegaba la foto, o el texto
se perdía en bagatelas sin sentido como mi blog en estos últimos días, porque
en realidad nos importa a todos, incluida a mí, una mierda mis pajas mentales,
todos queremos saber dónde está el Greñas y por qué no da señales de vida.
Esperas, siempre hay que esperar. Para
encontrar el novio ideal, aunque luego resulte un capullo integral; o el marido
perfecto aunque luego te ponga una cornamenta ejemplar; para que pasen los
malos momentos hay que esperar, y para que lleguen los buenos, uno entra en
letargo de lo que se dilata el tiempo. Y supongo que la madurez es hacer de la
espera un don, desarrollando esa paciencia de la que yo carezco, haciendo de
esos momentos insustanciales algo creativo. Pero cuando estoy preocupada o impaciente
por conseguir algo, tengo todo menos creatividad.
Y mi móvil podría salvarme de este tiempo
perdido en mi vida, me encantaría contaros miles de cosas pero no las recuerdo
y lo poco que me viene a la cabeza son majaderías sin sentido. Mi móvil está
mudo: ni un whatsapp, ni un correo, ni un Line, ni un Facebook, ni un Twitter…
nada, como si estuviera sin datos.
He creado dependencia por las redes sociales
y mucha. Cada mañana miro quién lee mis comentarios en el blog, luego quién los
comparte y seguidamente conjeturo por qué este sí o aquel no. Me gusta leer los
correos de la gente, algunos me insultan por estar loca, otros por no ser
decidida y muchos me piden que cierre el blog y me ponga a hornear galletas. No
entiendo por qué galletas y no bizcochos o pavo en salsa. Algunos comentarios
duelen, depende del día, unos me sacan una sonrisa y otros pasan sin pena ni
gloria por mi cerebro lagunar. He notado que los que más me hieren son aquellos
que me dicen que deje de escribir, que no sirvo ni para redactar una esquela. Y
quizá sea cierto pues después de unos meses contando mis penas en las redes, el
número de mis seguidores sigue siendo el mismo, y sólo recibo frases lapidarias.
Nos gusta destruir. El ser humano disfruta haciendo daño, esa es mi conclusión
después de todo lo visto y oído.
Y a mí me gusta escribir y martirizar a todos
los que dicen que soy ridícula. Todos en algún momento hemos hecho sentir a los
demás cierta incomodidad por un comentario o por un gesto, o porque no, por un
vestido algo ajustado que marca nuestras seductoras lorzas. Y esa persona nos
ha hecho sentir ridículos por ese acto inconsciente. Dicen que hacer el
ridículo es dejarse a uno mismo en un mal lugar, yo no lo creo. Yo me he
sentido ridícula cuando alguien me ha recalcado que esa frase estaba fuera de
lugar o ese gesto grosero era sin razón o ese vestido algo provocador me
sentaba como el culo, no es algo que nazca en mí, nace en cómo se sienten los
demás y como no saben sobrellevar esa situación me hacen cargar con su peso. Me
hacen sentir ridícula. Hace unos días me dice alguien: “¿No te da pudor contar
tu vida en las redes?” ¿No te da vergüenza a ti leerme para luego criticarme? Añade:
“Intento ser comprensiva cuando leo en las redes tus fracasos como persona,
fracasos que no interesan a nadie. Te dejas en mal lugar, haces el ridículo.”
Menos mal que no la conozco de nada ni entra dentro de mi círculo de amistad. Pero
yo pienso que haces el ridículo cada mañana, leyendo unos textos que te
desesperan y molestándote escribiendo un correo que leo por cortesía, no
intentes que yo enmendé la plana, una cosa que deberías saber tú que tanto me
lees, es que soy tozuda.
Y no puedo seguir contando sin decir, hoy
necesito sentarme y esperar. Una espera que acorta mi vida con cada segundo que
pasa. Necesito saber algo, lo que sea, me conformo con lo malo a estas alturas.
Gracias por seguirme cada día a los que os
gusta y a los que lo aborrecéis.