TORMENTA
DE GALGOS
PRIMER
DÍA DE MI BLOG.
Cuando ha sonado mi despertador a las 5 de la
mañana y he escuchado las gotas de lluvia golpear el cristal de mi ventana, he
pensado: “No va a ser un buen día, ¡no señor!”. No es porque me vaya a mojar
mientras corro mis diez kilómetros diarios, ni siquiera por el hecho de que
luego tenga que limpiar el barro que dejo en el felpudo o las pisadas que
marquen este mármol frío y blanco que cubre el suelo de todo este piso impersonal
y minimalista, que diseñé en una etapa de reinvención de mi misma. Un momento
de mi vida donde todo estaba patas arriba y mi cabeza patas abajo. No, no es
por la lluvia, es porque hoy tengo un no sé qué que no me deja de oprimir el
pecho y agarrar la garganta.
Mis padres siguen guardando una
representación de lo que un día fue mi verdadero yo en las cajas de cartón que
tan amablemente me empaquetaron mi ex y su nueva pareja. Todo lo que un día
pudo representar mi persona, está primorosamente protegido con ese papel lleno
de bolitas de aire, como que a estas alturas de mi existencia me puede importar
algo guardar el dedal que compramos juntos en Roma, o el abridor que birlamos
de las bodegas de la ribera francesa. Para amortiguar los posibles golpes de la
mudanza, bolitas redondas y perfectas de papel de periódico, sé que habrá más
de un artículo escrito por mi puño y letra. Y por último y no menos sangrante,
etiquetadas cada una de ellas con una letra redondeada, sin florituras y
directa, como siempre ha sido, tan familiar en mi vida desde octavo de EGB.
¿Por qué pienso en esto ahora? porque llueve
igual que aquel día, porque hoy hace cuatro años que me dejó, porque me dijo mi
madre que la otra tarde ella había ido a casa a pedirles disculpas por el daño
infringido, y ya aprovechando la coyuntura contarles que la abandonó por la
mujer del tiempo, como si eso disculpase todo lo sucedido.
¿Cómo sucedió todo?
Sólo han pasado cuatro años y está todo
desdibujado en mi cabeza, recuerdo el dolor, pensar que aquello nunca lo iba a
superar, que moriría desgarrada por dentro… y ahora no estoy segura de cómo
sucedió.
Tenía mi maleta hecha y mi billete bien a la
vista para coger el primer vuelo que me alejase de aquellas tierras bañadas en
sangre, de las tristeza que manaba de todos los rincones y la sensación de
abatimiento que me inundaba cada mañana al saber que aquello no tenía solución
porque cada día el odio era mayor y los buenos actos, que los había, se los
llevaba el viento como los montículos de arena en el desierto. Y entonces
escuché el politono del whatsapp, ese que ahora escucho y entro en trance. Mi
vida que tenía sentido, mi vida perfecta y romántica, se desvaneció de un
plumazo cuando leí el breve texto que terminaba con cientos de muñecos
diabólicos de cara amarilla y lagrima solitaria en aquel redondo ojo derecho
que me miraba fijamente, diseccionando mi dolor.
Miré mi billete que asomaba por el bolsillo
de mi maleta pulcramente colocada al lado de la puerta, como si fuera posible
salir de allí sin ella, como si pudiese olvidarme de mis únicas pertenencias en
aquella tierras en guerra. Y me di cuenta que aquel lugar me engullía como a
todos sus habitantes, que había sido mera espectadora y creyéndome a salvo,
había programado mi regreso al hogar sin saber que estaba a punto de entrar en
el infierno, y esta vez no iba a caminar por él con mi cámara y mi cuaderno de
notas contando una historia que al mundo parecía no importar y a mí no
alcanzar.
Me levanté y rompí mi billete en miles de
trocitos para que fuera imposible componer aquel papel si llegaba a
arrepentirme de mi decisión de quedarme. Otro hubiese salido corriendo al
aeropuerto y luchado por lo que quiere, pero yo ya estaba infectada por la
desolación de estas gentes con las que compartía techo y comida desde hacía
casi un año. Me dejaba arrastrar hacía un mundo donde se pierde la conciencia
del tiempo y el espacio, donde los demás manejan nuestros cuerpos cual muñeco
de títere. Me quedé en aquellas tierras porque en pocas palabras me dijeron que
no tenía hogar donde regresar ni amigos que me dieran consuelo ni un lugar en
la redacción, que en todo este tiempo fui reemplazada por mi mejor amiga que
usurpó mi espacio sin remordimiento. Me quedé en aquellas tierras sin enseñar
las uñas, sin mostrar los dientes y sacar el coraje para gritar: ¡Basta ya!
Curioso. Hoy llueve, como miles de veces,
pero hoy precisamente hoy, me alcanzan los recuerdos por los que un día creí
morir. No me alegré cuando mi madre me relataba sin pasión alguna el
sufrimiento de aquella que un día llegué a llamar “hermana”. No me sentí mejor
por saberla hoy en el lugar que yo ocupé hace cuatro años. No pretendía nada de
eso y me es indiferente. Quizá lo esté viendo por el lado equivocado y no es un
recuerdo destructivo el que me alcanza sino un logro. ¿Será que hoy celebro que
rehíce mi vida de fragmentos?
Pensar
en él y ella juntos, aun sabiendo que ya no lo están y puedan volver, pues ella
es más luchadora que yo, ya no me
produce dolor ni vértigo ni nada. Nada. Incluso siento pena por ella, y por él…
Ella. Ella. Ella.
Ella no es más luchadora que yo, fui yo la
que me arriesgué a salir con el socio mayoritario del periódico aun sabiendo
que si todo salía mal me quedaría sin nada, como sucedió, fui yo la que aceptó
el puesto de corresponsal mientras ella se quedó cubriendo las noticias locales.
Ella es una gata a la que le gusta caer de
pie y ahora está patas arriba y con la panza al aire, lo que la hace
vulnerable; despechada, al ser sustituida por una mucho más joven, más alta y
más rubia. Y si las malas lenguas no me engañan, y en estos casos de sabanas de
satén rosa buscan hacer herida y exageran lo máximo posible dentro de lo veraz,
el nuevo amor de mi ex, es puro envoltorio y poco cerebro. Pero es cierto que él
está llegando a esa edad donde los hombres presumen de su hombría con un coche
caro y una mujer despampanante, aunque lerda. Asique yo me lo creo, aun no conociéndola.
Mi vieja amiga busca un acercamiento, no sé si
pretende montar un club de cornudas. Supongo que yo sería la presidenta, ya que
la primera mujer de mi ex, murió, yo no levanté el marido a nadie, yo me casé
con un viudo de cuarenta y siete años con dos hijos veinteañeros con los que
conviví más bien poco y con los que no mantengo relación alguna. Creo que puede
ser divertido averiguar hasta dónde puede llegar alguien desesperado. Yo lo sé,
estuve allí y mirando con perspectiva, es odio lo que les guardo por no dejarme
más salida que la destrucción, por arrebatarme la vida sin consideración.Odio.