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FRACASO



E
n un futuro no muy lejano, los padres de hoy tendremos que lidiar con el fracaso de nuestros hijos en las redes sociales, he hablado en infinidad de ocasiones de como Instagram, Twitter y Facebook minan a diario la autoestima del adulto, pero no pensamos en nuestros hijos que se abren cuentas para subir sus fotos y vídeos. ¿Acaso los vemos invulnerables por ser los niños de la ‹‹era tecnológica››?
Hace unos días mi hija me dijo que no tendría, jamás, una cuenta en Instagram, qué haría si nadie le da un corazón. Con diez años ya está pensando en cómo marcará su vida la soledad de las redes sociales, es consciente de la presión y teme el fracaso. Si no logra esa popularidad ficticia que proporciona ese mundo virtual lleno de mentiras, empañará su felicidad en este plano de realidad.
¿No tenemos dos existencias diferentes? Una en el plano virtual donde nos vestimos con un avatar sonriente, cargado de postureo y con una vida social activa de amigos y viajes fascinantes. Y otra real, sumida en la monotonía y la rutina tediosa del día a día. ¿Por qué pasamos tantas horas enganchados a las aplicaciones del móvil?
Muchos aseguran que hablo cargada de miedos infundados, porque no nací en la ‹‹era tecnológica››, puede ser.
No me gusta ponerme como modelo, pero no tenía nada más a mano que el propio tuit que puse en mi perfil, uno que se ignora: sin corazones ni respuestas. ¿Demonizamos la ausencia de comentarios? ¿Se puede vivir con este tipo de fracasos? Sí, pero ambos mundos se rozan en una frontera muy fina que atraviesa la mente.
El vestido de Gala no deja de lado ese virus llamado ‹‹app›› que infecta nuestro cerebro.

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