Vamos con la reflexión
del día.
Creo que todo el mundo
tiene derecho al pataleo, partamos de esta base, pero también pienso que antes
de hablar hay que meditar lo que vamos a decir. No suelo escuchar las
conversaciones ajenas, a no ser que me resulten chocantes.
Un grupo de mujeres se
queja del estrés del trabajo y de la carga que supone los hijos. Yo me hubiese
unido al club si no fuera porque una de ellas inmediatamente añade que quiere
ser una mujer florero. En pleno siglo
XXI donde se lucha por la igualdad, alguien declara que quiere ser mantenida
por un hombre. Luego dice <<Quiero dejar a mis hijos en el colegio, e ir a
tomar café, después al gimnasio, y hacer la compra en el Mercadona sin estrés. Comer
con amigas y recoger a los niños sin prisa. No quiero trabajar, que me mantengan
y pasar el día en casa. Como todas esas “madres”.>>. Llama la atención
que una mujer hable con tanta ligereza de otra.
Pienso en mi círculo de
amistad. Tengo amigas cuya jornada de trabajo es de diez horas con dos para
comer de lunes a viernes, una es dentista y la otra administrativa de un
supermercado; otras trabajan en centros comerciales de lunes a domingos,
librando un fin de semana cada dos meses, todas ellas madres, algunas
divorciadas y otras viudas, la mayoría casadas. Son madres.
Pero también tengo amigas
floreros como fueron bautizadas por este grupo, ¿cuál es su historia? ¿por qué
dejaron de trabajar?
Como contadora de
historias que soy, voy a inventar.
Una de ellas tuvo un hijo con cinco meses de
gestación, unas horas después de nacer al bebé le dio un ictus, el pronóstico
grave, pero quizá con equinoterapia, natación, fisioterapia y <<lo que
haga falta>> como dice esa mamá coraje, se logre el milagro. Nueve años
después siguen con terapia, pero ya se mantiene erguido en la silla de ruedas,
come solo y va al colegio con otros niños a pesar de todas las dificultades y
limitaciones que tiene. Mi amiga tiene dos hernias en la columna vertebral de
coger el peso muerto de su hijo y no trabaja, la agenda de ella no era compatible con la de él.
Sigamos analizando la
vida de estas mujeres floreros. En menos de tres años uno de los gemelos vuelve
a padecer leucemia. Ha dejado el trabajo y se dedica en cuerpo y alma a él, a las
quimios.
Leo perdió a su hijo una
semana antes de que este cumpliera los cuatro años. Ella dejó de trabajar unos
meses después, tenía miedo a que se muriera la pequeña y decidió sobreprotegerla.
Continuemos. Cuando
alguien trabaja de lunes a domingo no hay vida familiar que sostenga esa presión. Hay peleas, malos modos, y gritos a los niños, que terminan pagando los platos rotos
por la frustración de sus progenitores. Y sobre todo cuando en ese matrimonio uno
de los dos es un árbol sin raíces, sin abuelos que echen una mano cuando la mujer
está trabajando y los niños tienen cuatro y un año. Ricemos más el rizo de esta
familia, supongamos que el padre trabaja de lunes a viernes casi doce horas, llega
el fin de semana y su esposa se va, pero no a jugar al pádel ni a tomar café ni con la amigas, sino a trabajar. Pero podemos apañarnos entre todos, como me gusta esta frase.
También las hay que perdieron el trabajo, cerraron la empresa, tienen 48años y no encuentran nada. Hermosos floreros.
Son ejemplos. Cualquier parecido con la
realidad es pura ficción.
Estas mujeres floreros,
compensan esa aportación mensual que no reciben con un sobreesfuerzo. Llevan el
coche al taller, pasan la ITV, hacen la compra y van a cientos de terapias,
arreglan la cisterna del baño, colocan cuadros y lámparas, ponen enchufes y
pintan paredes, pagan los recibos y se encargan de la casa, los niños y de todo
lo que sea, porque el marido trabaja y aporta el dinero. Pagan con creces su subsistencia.
Toman cientos de decisiones diarias, nada le dan hecho.
Me apuesto que muchas de
ellas quisieran trabajar, supondría que sus vidas no tienen penas. Otras para tener un sueldo a fin de mes y comprarse ropa o maquillarse o disponer de libertad o quizá para repartir cargas.
No voy a entrar en una estadística que sobrecoge, las mujeres que mueren a manos de sus parejas, la mayoría de ellas son mujeres floreros, siguiendo el hilo de aquel grupo tan parlanchín.
Cuando me junto con mis
amigas y hablamos sobre esto, todas terminamos diciendo lo mismo,
<<¡Ojalá, nos toque la lotería!>>.
Para terminar mi reflexión, hay que hablar sin mirar al ombligo.