Cuando empecé esta novela fue un
día cargado de tensión, física y emocional, el Facebook nada más abrir el ojo
me envió un post de mi padre, con lo que todas mis barreras que me protegen, se
vinieron abajo cual castillo de naipes; para más inri, llevaba 15 minutos parada en el túnel del
metro, una estación antes de mi destino. Arremetí con el abuelo. Pero soy de
las que dice, hay un momento para cada libro, igual que una lectura para cada
lector. Dos días después retomé la mía.
El abuelo se muere, sus últimos momentos
los quiere vivir con sus nietos, este principio de novela lo leí de puntillas
con mis hijos, pues hace casi dos años que nuestro yayo se fue y seguimos
pensando que sigue entre nosotros, nos negamos a dejarle ir. Es una maravillosa
historia donde cuenta su vida, comparte sus anécdotas de juventud, sus
travesuras y sus sentimientos, aconsejando con sus vivencias cargando sus jóvenes
existencias de valores; y me suena a mi
padre contando a mis hijos sus andanzas en pantalón corto y calcetines altos,
hoy atesoramos cada recuerdo, manteniéndonos cerca de ellos para agarrarnos a
lo que nos queda de él.
Se mezcla la realidad con la
fantasía porque es una lectura destinada a los más jóvenes de la casa, y hay
ciertas edades donde se debe creer en la magia, en la idea de que el yayo nos
ve desde el cielo, o que hay una puerta que se abre en un momento determinado y
nos acerca a un mundo mejor, ya nos darán los años y la experiencia las
bofetadas que necesitamos para dejar de creer, aunque recordando los últimos
meses de mi padre junto con mis hijos, la magia nos alcanza de nuevo haciendo esos instantes único, especiales y fantásticos.
Gracias Leno Berrmúdez.