Es de esas novelas que cuando
terminan me dejan durante unos días pensando, me doy cuenta que la escritora
tiene entre manos dos esquemas de grandes historias.
Me enganché al naufragio, sentí cada embestida
de las olas en ese cascarón viejo y oxidado que se rendía ante el mar, que se hundía
dejando cientos de historias contadas con breves pinceladas. Los ancianos, el adolescente de quince años
que nadie atiende ni escucha, el capitán que no duda en entregar su salvavidas,…
quería saber más, incluso de Bárbara en esos últimos minutos.
La segunda historia que me
dejó con un regustillo agridulce fue la trama de drogas que nos relata por
encima y que marca la vida de una niña que vio morir ante sus ojos a su madre.
Traumático. ¿Por qué la definición dada?, es dulce porque me encanta el
misterio que encierra, la traición, la ruta revelada, la desaparición del padre
y no saber qué fue de su suerte hasta terminar casi la obra; es agria, porque
pienso que se puede exprimir más.
No comparto la vida de
Carlos, ni lo que rodea a este momento de su vida cargado de hechizos y pócimas
de amor, rompe con el resto.
Cuando leía esta novela la
escritora revelaba que estaba realizando grandes cambios en la obra y le habían
ofrecido la segunda parte. ¡Felicidades!