Muchos
lectores se habrán quedado con la historia de amor de Mariposa y Darío, pero
las primeras líneas de esta novela pusieron en mi foco de atención la figura de
Roxana, fría, calculadora y sin escrúpulos.
Hay
personajes que levantan pasiones, tanto para bien como para mal, que amamos y
otros que deben desaparecer de la faz de la Tierra por su crueldad sin sentido,
este es el caso de la fabulosa madre de Darío que hace buena a la madrastra de
Balcanieves. Una mujer que con sus actos resulta aborrecible, el odio es un
elemento importante dentro de esta novela y está servida en grandes dosis.
Para
mí la trama no cuenta la historia de dos personas que se encuentran un día en
un burdel, me quedé en esa mujer proxeneta, quería saber de dónde provenía ese
desprecio hacía lo que la rodeaba, qué la hizo ser como era. El perfil de la
persona que se dedica a la trata de mujeres para la explotación sexual suele ser
gente de bajos recursos criado entre violencia. Ella no encaja, que su padre
tuviese una amante, no es detonante pues significaría cierto aprecio por su
madre, que no vuelve a mostrar; Roxana es una persona violenta con baja moral y
capaz de lo que sea por lograr su objetivo, incluso pasar por encima de su amadísimo
esposo e hijo.
La
mujer dedicada al proxenetismo suele ser más peligrosa, más sádica y cruel,
como nos hizo ver la escritora con la escena de Mariposa y Sasha. Aunque ella
no cumple con el perfil, suelen ser mujeres que sufrieron estas vejaciones, nada
justifica ese odio hacia las prostitutas que trabajan en su negocio lucrativo,
a no empatizar, ni como mujer ni como supuesta víctima. Aunque es cierto, para
sobrevivir en este mundo de hombres, debes ser más despiadada que ellos. Es la
representación de la semilla del diablo.
Me
quedo con la denuncia social hacia la trata de mujeres, los abusos que padecen
y de los que no hay forma de escapar.