Desde
las primeras líneas enganchada, comienzo muchas opiniones de la misma forma,
pero cuando algo no atrae mi lectura, esta se hace tediosa. Muchas veces continúo
porque quiero ver algo en la historia que puede mejorar a medida que el escritor
se sienta cómodo con el desarrollo de esa obra que llena sus horas de vigilia.
Aquí
me llevé una sorpresa, pero por partes.
Me
encanta todo lo que lleve implícito o explícito la cultura Egipcia, sus pirámides,
sus paisajes, todo lo que hable de faraones, momias y esfinges. Con la portada
la escritora tenía un punto a su favor y con el título otro.
La
vida de madre e hija es apasionante, pero lo mismo sucede con los fragmentos de
las historias de todos los personajes que van pasando por la obra. La descripción
de la situación socioeconómica en la que se desarrolla, esta bordada. Los
paisajes, el entorno en el que se mueve, podrías tocas los bosques, la arena
del desierto, incluso olor las especias del mercado.
Y
la trama sigue un ritmo dinámico, una intriga que no decae, el ansia de saber
que pasará en la siguiente hoja. Pero, el maldito pero, ¿qué sucede en el último tercio del libro? Todo se embrolla y
se repiten las mismas ideas. Quizá la culpa sea mía que avancé por esas tierras
de arena dorada como un personaje más, como una compañera de esa mujer de ojos
verde esmeralda, y esperé de ese momento otro final, otro desenlace con el
mismo resultado pero distinta escenografía, como hace uno mismo en la vida real
al imaginar cada mañana el día que va a tener, y al anochecer se resigna porque
ninguna de sus expectativas se cumplió.
Muy
recomendable, pero como siempre digo, No
soy la medida de nadie.