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EL HOMBRE PERPENDICULAR.


Las dos obras que leí anteriormente de Fernando G. Mancha, eran historias que jugaban con los sentimientos, como dije en su momento “encogían el corazón y ponían los ojos acuosos”. Como nunca leo las sinopsis, me esperaba algo en la misma línea pero me sorprende gratamente al conocer el personaje principal, Aidan, que presenta un cuadro muy inquietante.

En cientos de veces he comentado lo mucho que me gusta la psicología, dar respuestas a las preguntas que me invaden sobre por qué la gente actúa de una forma si solo acarrea dolor. Personas que son máquinas precisas de automatización y pierden su espíritu ante tanta rutina y control. Aidan lo ordena todo, por tamaños, dando a cada objeto un lugar determinado; necesita que las esquinas de las servilletas queden perfectamente alineadas; que la tostada de miel tenga el trazo simétrico y regular; su taza  de café son veinticinco sorbos, no dos ni tres; y su horario está sujeto a las manecillas de su reloj. TOC, trastorno obsesivo compulsivo. De esta forma se controla la ansiedad, es una relativa calma en un alma atormentada por el equilibrio, el orden.

¿Qué sucede con Eileen, su esposa? En este tipo de relaciones no hay espacio para la espontaneidad. La relación requiero un gran esfuerzo, someterse a esa rutina mortecina que mina toda vida en pareja. Y un día decide no regresar.

Me encanta que un libro me sorprenda. También la forma de narrarlo es curiosa.



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