Aguardaba
a que el tiempo pasara tan deprisa que no sintiera el vacío que su muerte había
dejado. La tristeza no era lo peor
que portaba sobre su ánimo, tenía miedo a que llegará la noche y los recuerdos
del pasado se agolparan en su pecho, acentuando su separación; la nostalgia era una soga colocada
alrededor de su cuello y cada mañana oprimía más al no ver sus mensajes por Line,
ni sus parte del tiempo en Facebook, las redes sociales enmudecieron, marcando
la soledad en la que estaba sumida.
Sus
últimos minutos asaltaban su cabeza, lo malo pesaba más que todas las risas,
bromas y anécdotas vividas; era un tormento. “¿Dónde iré ahora?” dijo aferrando su mano con fuerza mientras
clavaba sus ojos en los de ella, buscando una respuesta que ninguno encontraba,
“No quiero dejaros, a donde vaya sentiré vuestra
ausencia.”, añadió.
Y
ella con el corazón roto y el alma desgarrada en un hilo de voz le dijo, “Te dije que no tuvieras miedo hasta que yo
lo sintiera, yo no lo tengo.- mintió.- Mañana
regresaremos a casa.”. Doce horas después caminaba por un largo pasillo con
una bolsa apretada al pecho, su radio, su colonia y su pijama.
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Para María Pérez Serna. |