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“¡Joder el puto tanga!”



Por dónde iba, esto de ir en el tiempo de un lado a otro, me descoloca. Íbamos camino de un pueblo perdido en la Sierra de Gredos. No son los efectos de las pastillas, ni de si voy con una copita de más… lo que os estoy contando pasó hace cuatro, casi cinco años, tampoco estoy segura, para mí los días se cuentan por semanas los meses por años, el tiempo se dilata para que la agonía sea mayor y no veas la luz al final del túnel.
¿Qué sea más exacta con la cronología? ¡¡Manda huevos!! Por la fecha que te dé la gana, joder y sigue leyendo. No hay cosa que me moleste más que coger una novela y saber lo que va a suceder en el capítulo siguiente, pasarme tres páginas y continuar con el hilo de la historia como si nada hubiera sucedido… aquí o estás al tanto o te lías y lo dejas por caótico. Soy de ciencias y lo que sé de letras es por mi afición a la lectura y poco más.
En la rotonda de Arena de San Pedro me para la guardia civil y me pide la documentación, ¡me ataco!, empiezan los sudores fríos, el tartamudeo y nunca sé en cual de todas las guanteras llevo los papeles. Abro una y se caen los chalecos reflectantes metidos a presión, en otra se desparraman los papeles de algún proyecto rechazado, clínex, botellas vacías, envoltorios de chicles, bollos, caramelos… El chaval, porque es un adolescente recién salido de la academia, continua con su posición regía y su metralleta señalando al suelo, los otros tres que rodean el coche son los que se impacientan un poco más, aquello es un despliegue digno de un atentado y a mí tanto cuerpo de seguridad y tanta metralleta, me está empezando a marear. El compañero golpea la ventanilla del copiloto, la bajo rauda y me indica que abra el maletero para ir adelantando. Con una sonrisa obedezco no sin antes soltarle con una risa boba, “Si mi guantera es un caos, allí atrás hasta un muerto puede encontrar” ya está dicho, luego critico a Ana que habla sin pensar, ¡Joder! Me veo en una celda llamando a Tricia para que me saque de la trena, estudió dos años de derecho antes de dejarlo por el periodismo, de algo le servirá. Debajo del asiento encuentro mis papeles, cuando se dirige a comprobar si soy peligrosa o una tarada en potencia, siento la sensación de ahogo, el coche es cada vez más pequeño, más opresivo… no llega el aire y salgo de golpe, con furia. Todos en guardia pero sin violencia, levanto la mano saludando y me dirijo disimulando hacia el guardia del maletero que revisa lo que hay, junto a otro compañero que no sé de dónde salió. Si iba mareada y con una opresión en el pecho, al ver lo que ellos miran con tanto interés la sangre se desvanece de mi rostro, ¡palidecí! No eran las bolsas del Mercadona amontonadas en una esquina, ni los cartones que llevaba al contenedor desde finales del año pasado, ni mi mini maleta vacacional, era mi ropa interior sucia tirada por todos los lados, habría como treinta tangas y diez sujetadores. ¿Qué escusa das? … eres una guarra ninfómana, decían sus miradas. “¡¡Uff!!” llegué a articular sin mucho éxito. “¿Es prostituta?” me dijo de los dos el más mayor. Yo puse cara de ofendida y contesté con un “no” rotundo, “diseñadora de ropa interior”, puntualicé muy seria. El joven dio un empujón al compañero y añadió “Te lo dije, pedazo coche para ser una fulana” la mirada que le dedicó el sermoneado, me heló la sangre, el joven bajó la vista y no dijo nada más.
A los veinte minutos iniciaba la marcha. Cuando estuve lo suficientemente lejos solté por la boca todo las blasfemias que conocía y contra más gorda más alto la repetía.
Voy a tomar la firme decisión de ir en pelotas, es decir, no llevar ropa interior, está prenda es mi perdición. En cuanto bebo más de la cuenta, lo primero que me arranco es el tanga, siempre me olvido de recogerlo del suelo, no gano para reponer prendas íntimas.
En el mes de junio me invitó Tricia a cenar en su casa con unas amigas de las cuales dos eran pareja, es decir, lesbianas. Contaré lo de Tricia otro día porque hoy me viene mal. Cenamos copiosamente y bebimos como cosacos, o yo lo hice. La cosa es que a la mañana siguiente amanecí en mi cama con  mi camiseta de dormir y sin mi famoso tanga, la cama revuelta y vacía. Ya pensaba lo peor, está vez éramos cinco a cenar y todas chicas, ahora ya sí que no sabía donde agarrarme. Estaba mortificándome pensando, en qué punto de mi vida sexual me encontraba. ¡Puta existencia! Cogí el teléfono y marqué el número de la única persona que arrojaría luz sobre tanta oscuridad.

Los relatos de Jainis.


-¿Ya has dormido la mona?- me preguntó Tricia tranquilamente.- Sabes que tienes un problema con el alcohol.
-No me sermonees, me duele la cabeza y tengo un runrún que me mata… ¡Coño! ¡Me he acostado con una de tus amigas! ¿Soy ahora lesbiana? Pero a mí me gustan los penes… pienso en vaginas y tengo ganas de vomitar… ¡Dios mío!- la risa de Tricia me enfureció tanto que colgué. A los pocos segundos sonó mi teléfono, era mi amiga.
-Te llevé a tu casa, desvestirte fue un horror, eras un peso muerto y para lo delgada que estás, pesas un quintal. Mis amigas lesbianas han dormido en el sofá del salón y ahora desayunan ante mí… creo que piensan que estás chalada… - tapó el auricular lo justo para que su voz me llegase a pesar de todo.- Piensa que por cenar con vosotras es lesbiana.
-No digas gilipolleces… yo no he dicho eso.
-Tranquila, saben que no estás cuerda, ayer te arrancaste las ropa interior y bailaste “pajaritos por aquí pajaritos por allá…” sobre mi mesa del salón… Por cierto ¿Qué tal tu cabeza? Te golpeaste con el techo tres veces.- se escuchaban risas detrás de ella, esa risa que hace que duela la tripa, ¡Joder! Con las amigas- Tu ropa interior se la tiraste a una pareja que paseaba por la calle con su perro, el sujetador está colgando del árbol.
 Y entonces mientras decía todo esto recordé que no recogí el tanga de la habitación del Ritz. …

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