Las falsas verdades.
(El origen)
Prólogo
El hombre salió de entre las sombras, llevaba
observando desde hacía horas el juego macabro del padre con el hijo. Sabía que
intervenir era absurdo, en otras ocasiones lo había hecho complicando a un más
la situación para el muchacho, cuestionar la forma de educar del padre ponía en
peligro la naturaleza de un muchacho noble y bueno. Era difícil creer que
aquella astilla saliera de aquel leño podrido y espinoso.
El claro
estaba vacío de todo curioso, hacía escasos minutos todo bicho viviente que
formase parte del clan había estado allí. Obligados a mirar y a vitorear a un
jefe brutal y cruel. Desapareció todo rastro de vida, en el mismo instante que
el padre dejó de encontrar divertido ensañarse con el cuerpo del muchacho.
El hombre se acercó despacio, sus piernas se hundían
en la nieve recién caída, blanca y fría. Su paso lento y cansado, no delató su
presencia al muchacho que continuaba con la cabeza caída entre los brazos,
atados a un poste de madera salpicado de gotas de sangre; sangre que continuaba
manando de su espalda. Se paró detrás de él y observó su espalda llena de
desgarrones causados por el látigo de piedras. Las heridas eran peores que en
otras ocasiones, el hombre estaba extrañado de tal destrozo, su padre no había
sido ni más cruel que otras veces ni más concienzudo, pero sus laceraciones
eran dolorosas incluso para el hombre, que también sabía lo que era la crueldad
y el dolor del látigo.
Sacó una daga de su bota y cortó las ataduras de sus
muñecas, el muchacho se cayó de rodillas. El agotamiento que sufría cuerpo y
mente en aquellas sesiones, era inmenso. El muchacho no solo debía aguantar los
latigazos, sino no emitir ni un solo quejido, por cada lamento, queja o suplica
los latigazos se intensificaban y se multiplicaban al antojo de su padre. Un
suspiro hondo hizo saber al hombre que el muchacho salía de su letargo. Levantó
su cabeza despacio hacia donde esperaba él con un respeto profundo. Sus miradas
se cruzaron unos segundo y el hombre vio decepción en aquellos ojos verdes, no
era la persona que esperaba ver a su espalda. Los ojos del muchacho vagaron por
la orilla del bosque buscando a alguien o algo con desesperación. Una leve
sonrisa se marcó en sus labios agrietados por la tensión sufrida y su cabeza
volvió a caer golpeando su barbilla contra su pecho, los brazos descansaban
sobre sus piernas desnudas. El hombre escudriñó el bosque sin ver nada inusual
entre las ramas ni los arbustos, su mirada era tan aguda como la del águila,
allí no había nadie.
Se agachó junto al muchacho y lo ayudó a levantar.
No podía curar sus heridas ni socorrerle de ninguna manera, hacerlo sería
desobedecer una orden de su padre y el juego se reanudaría con más saña, si es
que era posible.
El muchacho se dejó guiar por aquel hombre imponente,
con una altura más de un dios que de un hombre y un aspecto letal y asesino, le
hubiera deseado como padre mil veces más que al que le había tocado por
designios del azar, un azar cruel. Le conocía de toda la vida, no formaba parte
de su clan, iba y venía a su antojo y su padre le mostraba cierto respeto,
quizá infundado por el miedo, lo desconocía, pero cuando él estaba cerca su
vida mejoraba.
Con él aprendió otras lenguas, a escribir y leer, a
orientarse mirando las estrellas y a conocer las plantas con las que curar las
enfermedades. Con su padre había aprendido el significado de crueldad y maldad
en grado extremo, como matar de mil formas distintas y conseguir sacar la
verdad más falsa de cualquier hombre. Bajo tortura un hombre declara como cierta
cualquier falsedad con tal que el suplicio termine cuanto antes, a eso su padre
llamaba verdad.
-No
puedo acompañarte más allá de este punto, alguien podría ir con el cuento a tu
padre. ¿Te ves con fuerza de caminar hasta tu tienda?- el hombre le sujetó por
los hombros y clavó sus ojos dorados con reflejos rojizos en los del muchacho. Éste
asintió despacio. – Mañana vendré a verte. – los ojos del muchacho se desplazaron
hacia el bosque y vio un ligero asentimiento. El hombre se enderezó y miró
hacia donde él miraba, pero no había nada, nada que sus ojos pudieran ver.
-¡Aquí
estaré!- dijo el muchacho algo más alto de lo que hubiera deseado, buscaba desviar
la atención del hombre.- Has tardado mucho en venir esta vez, ha pasado un año
entero.
-¡¡¡Ummm!!
No fue mi intención pero mi presencia era requerida junto a mi familia. Juro
que te recompensaré por todo. He traído libros y aparatos que compensarán tu
soledad.- el hombre acarició la cabeza del muchacho.- Erik, eres un gran chico
y tu futuro será tan grande como tu persona…
-Ja,
ja, ja…-rió amargamente.- Estoy cansado de mi vida y solo tengo nueve años… -
miró al hombre a los ojos- Jamás me has engañado… confío en que mi futuro,
compense mi presente.
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