La
novela romántica nunca me ha seducido. Leí en su día a Sherrilyn Kenyon, cuando
todavía pensaba que la vida era cíclica y se podía recuperar el tiempo, no
digo perdido ni siquiera olvidado, simplemente recuperar el tiempo. Un tiempo
de complicidad, un tiempo de sentarse a ver una puesta de sol, un tiempo sin
secretos ni silencios, un tiempo donde las inquietudes del otro interesen.
La
novela romántica son historias de pasión, atracción sexual que llevan al lector
a desear el beso en la primera parte, a encamarlos en la segunda y al “vivieron
felices para siempre” en la tercera. Y yo leo. Pero no me identifico con
ninguno de los personajes, me veo más representada en el dragón de “Eragon” de
Christopher Paolini, que en cualquier doncella enamorada y seducida por el
galán.
Entonces,
¿crees en el amor?
Creí
como todo el mundo, cuando el enamoramiento me hacía sentir mariposas en el
estómago, cuando mi cara la cubría una sonrisa bobalicona y andaba con la
cabeza aturullada de corazones y flechas de Cupido, cuando tenía espinillas y
llevaba brackets. Pero ahora soy reacia o escéptica en el amor. Y no es que
alguien me haya roto el corazón, nadie me abandonó a las puertas del altar ni
me cambió por mi mejor amiga ni me prometió el cielo para darme el infierno,
no, a mí nada de eso me ha sucedido. Yo observo desde la distancia el amor
ajeno, el de mis amigas, y procuro mantenerme a salvo de posibles príncipes azules
cuyo valor es el caballo que montan.
Soy
como soy, me he hecho a mí misma tal como me veis, independiente y solvente, no
voy a cambiar nada de lo que tengo por un hombre. Por mucho que mis amigas
deseen emparejarme, no pienso intentarlo pues toda relación está abogada a la
destrucción de la mujer. No calzo una coraza como dicen, no protejo un corazón
romántico. Soy una superviviente.
Inés Soto (Jainis)