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Solei. Adoptada de Asociación Galgo Español. |
Y ahora comprendo que no soy de las personas que
buscan el perdón de otros. He descubierto tarde que todo esto no depende de
nadie, que soy yo el centro de mi vida, que soy el único personaje que importa
en esta historia, que no es el Greñas ni la Rubia ni ninguno de los que a lo
largo de estas páginas han aparecido los que tenían la clave de mi existencia.
Buscar las respuestas en otros es hipotecar lo que solo a nosotros nos
pertenece.
Llevo muerta
más de lo que nadie es capaz de comprender, aquella bala segó el último aliento
de vida que me quedaba, pero como hay un Dios justo, decidió que tenía que
pagar por mi pecado. Lo comprendo. Muchas personas no estarán de acuerdo con mi
decisión, muchas dirán que Dios no castiga a los justos y buenos, pero yo no
soy ni justa ni mucho menos buena. Comprender esto me ha llevado mi tiempo,
pues en el fondo quería borrar de un plumazo mi pecado, y como no era posible,
lo bloqueaba, lo suprimía, lo escondía en lo más recóndito de mi mente, pero
ningún secreto permanece oculto de por vida. Y una y otra vez tenía que empezar
de cero, pero cada nuevo yo que surgía era más cruel y tirano que el anterior,
ese pecado que tanto intentaba ocultar era como la semilla del diablo que
germina con fuertes raíces en el alma.
Y esa rabia que descargaba sobre los que más me han
amado, tiene una lógica algo enfermiza, los odiaba por no castigarme, los
aborrecía por sus muestras de cariño cuando yo solo era merecedora de su
desprecio.
Debería sentarme con ellos y contarles la verdad,
pero soy cobarde, tengo miedo a olvidar lo que ahora recuerdo, tengo miedo a empezar
de nuevo y destrozar la vida de los que constantemente me muestran amor.
He tomado una decisión. Es la correcta para todos.
Pero no me voy a ir sin dejar escrito los motivos.
No es nada sencillo remontarse a un tiempo donde yo
creía que mi moralidad era intachable, donde mi voluntad era férrea y enjuiciaba
las decisiones de los demás con la misma ligereza que tienes al valorar el
vestido de una amiga. Se me llenaba la boca diciendo “Yo jamás hubiera hecho
eso…”, “No merece perdón por lo que hizo…”… No te veas nunca en las
encrucijadas en las que te coloca la vida, en aquellas donde se te pone a
prueba esa moral que crees tan recta y esos valores tan arraigados.
Yo me vendí.
Mi pecado está escrito con sangre sobre la arena del
desierto junto a un pozo de agua que convertí en una trampa mortal para una
enfermera y un grupo de niños asustados.
Cuando viajé por primera vez a aquellas tierras y
descubrí lo que se escondía bajo falsas creencias y rituales mágicos que lo
único que buscaban era hacer ricos a unos pocos con el sufrimiento de unos
niños con un problema genético, empecé una cruzada por encontrar un lugar donde
se sintieran seguros, dar a conocer aquella locura al mundo entero y que sus
voces silenciosas fueran escuchadas y salvadas del miedo.
Cierto es que huía de mí, y tomé como salvavidas una
tarea que despertó la admiración de muchos, un reconocimiento que también
buscaba al sentirme traicionada y abandonada por aquellos que consideraba
familia. Y si arañamos la superficie, dejando de lado la tarea loable que
desempeñaba, yo buscaba mirar por encima del hombro a un marido que me dejó por
una imitación burda de mí misma y a una amiga que podía quitarme lo que yo
creía amar, pero jamás conseguiría hacerme sombra en mi nueva empresa, porque
para eso no valían unas tetas bonitas o un buen culo.
Tan convencida estaba de mi buen hacer que la vida
me sonreía. Encontraba la estabilidad con un chico de aspecto desaliñado que
encontré en un momento de mi vida donde rumiaba mi venganza. Por lo que no
podía ser tan malo fingir que algo te importa solo por interés.
Dicen que el medio justifica el fin. No estoy de
acuerdo. Que hice el bien durante un tiempo, es cierto, que logré llegar lejos
con mis imágenes y contar la historia dramática de aquellos niños albinos,
correcto, pero mis intenciones no eran ellos era yo, siempre fui yo. Acudía a
las conferencias, a los congresos, denuncié, juzgué, sentencié y ejecuté con
mis palabras a cientos de personas que vendían a sus congéneres para salvar sus
vidas o por unas pocas monedas. Incluso en una ocasión llevé yo misma ante la
justicia a una madre que entregó a su hija para salvar a su otro hijo. “Jamás,
jamás…” gritaba yo por aquellos pasillos cuando aquella mujer me daba miles de
explicaciones: les hubieran matado a todos, se hubiesen llevado al pequeño…
Y me subía a un avión y regresaba a mi casa con la
frente alta y sin ninguna duda sobre mis decisiones, era intachable. El Greñas escuchaba
solo lo que yo quería contar, pues en mi subconsciente sabía que aquello
rechinaba, pero miraba hacia otro lado. Siendo justa conmigo misma, tampoco creo
que supiera muy bien lo que movía mi vida. Ahora sólo tengo dudas. No puedo
irme pensando que todo responde a un plan, no soy tan meticulosa ni premeditada,
no soy tan cruel, creo.
Y empecé a rechazar las entrevistas que me ofrecía
las cadenas de mi exmarido, y dejé caer aquí y allá con sutiliza lo que me
había hecho y como me había abandonado. Y el éxito que había cosechado tomaba
forma y recibía los frutos que verdaderamente movían mis intereses, conseguir
que todos vieran a mi exmarido y su amante como yo los veía, que los señalaran
con el dedo y que sus vidas se tornaran oscuras como una vez estuvo sumida la
mía.
Y entonces, en algún lugar del reino de los Cielos
se me juzgó por mi vanidad. Fui declarada culpable. Y se me aplicó mi propia
medicina.