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Tormenta de Galgos. El Greñas. Balance.

La adopción marca la diferencia. 

El Greñas siempre fue para mí el resultado de mi buena fortuna, la recompensa a la buena obra del día. Y no lo entendí hasta que aquella bala entró en mi cabeza y me hizo despertar. Mi vida pasó ante mis ojos en fragmentos de segundo. Fotograma por fotograma fui viendo la transformación que obró en mí un desengaño amoroso, porque era eso, un desengaño amoroso. La vida se derrumbó bajo mis pies, pero fui yo la que dejó que todo aquello sucediera, la que puso tierra de por medio, la que comenzó a lamentar su mala fortuna; mi vida a la deriva.  No puedo responsabilizar a nadie de lo que sucedió tras la ruptura, tampoco de lo que sembré en mi corazón, la rabia, la ira y las ganas de venganza. Solo, soy yo culpable.
Y cuando regresé de aquel atormentado viaje que me sumió en la locura, creyéndome la única mujer despechada, la única abandonada por su marido, la única a la que una buena amiga traiciona;  ya tenía un plan perfectamente trazado; El Greñas se cruzó en mi vida. Un instante. Un momento tan fugaz que no dejó huella en mí, estaba demasiado absorta en complicar mi existencia en lugar de pasar página.
Pero nuestros caminos se cruzaron de nuevo y en ese momento yo saboreaba el éxito con el que tanto soñé. Yo no buscaba mi nombre en grandes titulares con letras de imprenta, ni mi rostro en las portadas de los periódicos, yo buscaba que mis imágenes dieran la vuelta al mundo y se colocaran allí donde un par de años antes estuvieron. Y recuperada esa posición se preguntara la gente, dónde ha estado estos años. Los cuchicheos y las malas lenguas se encargaron del resto.
Y todo me iba bien. Mi familia me veía como un Ave Fénix que sale más fortalecida de las llamas del infierno, mis viejos amigos se acercaban con el rabo entre las piernas, pues era la mujer de moda en un mundo muy cerrado y exclusivo al que es difícil llegar, y mucho más ascender a lo alto sin apoyo. El Greñas era como la guinda de un pastel perfecto, la recompensa merecida por mi trabajo, pues olvidaba que todo estaba sujeto a mis intereses personales.
Y fue aquella bala sibilante que entró en mi cabeza la que dio al interrumpir e iluminó mi mente oscura, cargada de telas pomposas y gruesas que no dejaban ver la luz. Comprendí cuando la película de mi vida tocaba a su fin, que el Greñas fue la segunda oportunidad que nos envía la vida, que no era ningún premio por mi falsedad, sino la balanza que se equilibra ante un corazón roto. La vida me quitó a un hombre que solo se amaba a sí mismo y me puso en su lugar a otro que no entiende la existencia sin entregarse a los demás en cuerpo y alma.
En aquella relación amé al Greñas con barreras. Nuestra vida giraba a mí alrededor, iba y venía a mi antojo, le arrastraba conmigo. Hubiera podido amarle muchísimo más si no hubiese continuado ligada con una fina cadena a mi exmarido.
Pero de todo aquello me di cuenta tarde. Los últimos años los llené de odio, ira, rabia y venganza. Había recuperado la autoestima, la seguridad en mí misma, las riendas de mi vida, pero a un precio muy alto, me había vendido, convertido en un ser que solo miraba su beneficio. El Greñas aportaba ese equilibrio, era mi guía, colocado para que no me descarriase tanto que me perdiese para siempre.  Él fue el peso que lo compensaba todo.
¿Qué sucedió?
He intentado olvidarlo. Nadie sabe la verdad. Me escondí tras la apariencia de la víctima que deja la barbarie, sin revelar nunca que yo fui la responsable de todas aquellas matanzas.
Cada noche cada una de aquellas almas se presentaba en mis sueños, recordándome lo que yo les había hecho. No podía escaparme de la verdad por mucho que fingiese normalidad durante el día. Ahí estaban con las primeras sombras del atardecer. Sin ojos en las cuencas arrastrándose sin extremidades por un suelo de arena ensangrentado. Cerraba los parpados con fuerza y sobre ellos colocaba mis manos heladas y entonces escuchaba sus gritos en la distancia. No acallaba sus llantos ni sus voces tapando mis oídos ni golpeándome las sienes, no había forma de sacarlos de mi cabeza. Y lloraba y gritaba con fuerza para sobresalir sobre las suyas. Intenté levantar muros, pero aquellos médicos empeoraron las cosas atiborrándome de pastillas destruyendo mis defensas.
Tenía que hablar, contar lo sucedido, abrirme y dejar salir todo el dolor que tenía encerrado dentro de mí. Y cada terapia, cada charla y grupo de autoayuda, me enfrentaba más a mí misma. Pero si revelaba la verdad, volvería a estar sola, me dejaría el Greñas pues yo era una mala persona, la peor, me abandonaría como lo hizo mi exmarido, me repudiarían los amigos que teníamos, su familia, mi familia…
Quería olvidarlo. Si borrase aquellas horas, mi vida volvería a ser perfecta, incluso más que antes, pues había aprendido lo que realmente importaba en ella, el Greñas.

 Y creé un agujero negro en el que tiré unas horas que emborronaban un futuro. Pero no bastaba con unas horas, los rostros de los que me atormentaban cada noche, aparecían en diversos momentos de mi vida, y tiré más fragmentos, y luego recuerdos que se asociaban a otros, y a otros y a otros. Y al final me acerqué tantas veces al agujero negro que fui engullida por él.

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