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Tormenta de Galgos. El Greñas. Borrasca.


Solei. Nuestro primer día juntos.



El hombre del tiempo nos amenaza con fuertes borrascas que entran por Galicia y en unas veinticuatro horas nos darán alcance, dejando tras de sí granizo, viento y fuertes lluvias. Bueno pues nos atrincheraremos en casa, pero antes tengo que salir al monte e intentar rescatar a todos los que andan perdidos entre matorrales y arbustos.
Sigue la galga blanca paseándose por delante de mi vista con ese andar seductor y elegante, antes de retirarse mira de reojo hacia donde yo estoy, sabe que la observo con detenimiento, entonces agacha la cabeza tristemente y desaparece por cualquier rincón de la casa. Si me dejo llevar por su pelaje, siento como mi alma deja este cuerpo y vuela hacia el que verdaderamente pertenece, pero me agarro con fuerza a donde sea: a la mesa, a la silla, a la encimera de la cocina, ¡no puedo irme!
Es una indecisión constante “que sí pero no, si no todo lo contrario”. Siempre pienso que hay algo que se me escapa, algo que no me cuentan, bien porque no lo saben bien porque es demasiado difícil de relatar. Conozco fragmentos, y lo que sé, es suficiente motivo para cualquier mortal quererlo olvidar, hacerlo desaparecer de nuestros recuerdos para poder seguir adelante. No creo que nadie pueda vivir con esa carga sin volverse loca, pero yo no estoy loca. Yo creé un nuevo yo, incluso modifiqué una y otra vez mi personalidad, cada una de ellas fue más agresiva, más irrespetuosa que la anterior. Es como un león enjaulado.
Y mi móvil suena, deduzco que el Greñas anda comprobando que la tarada no se ha reseteado, hace un rato llamó el Galguero pero no me digne a contestar, estoy molesta con él, por todo y por nada.
La sangre se me hiela al ver el número en mi pantalla y la rata momificada iluminando la pantalla, es la Rubia. Es de esas llamadas que aunque quieres evitar porque sabes que habrá sangre, no puedes evitar y mi mano junto con mi dedo índice se desconectan del cerebro para montarme un motín al desobedecer una orden clara y directa: “No se coge la llamada de la rubia de silicona”.
-¿Qué quieres?- digo a modo de saludo y en tono cariñosote. ¡Una hostia!
-Mañana antes de que salga el sol, estaremos allí las chicas y yo para intentar coger a los que se escaparon.- traga bilis.- Puedes apuntarte o seguir durmiendo. Tengo llave de la puerta trasera…- alarga esta información para saber si capto su significado. Y ahora trago yo bilis.-… meteremos a los perros en los viejos cheniles y nos encargaremos de dejarles comida y agua.
-Yo he conseguido coger a dos…- no sé ni porque miento, siempre tengo ganas de quedar por encima de ella, sea en lo que sea.- Seguiré esta noche y mañana me releváis.- eso, eres tú la que me sigue y no yo la que baila a tu son, ¡gilipollas!
-Pues está todo dicho.-y me cuelga la muy sinvergüenza.

No puedo con ella. No la veo como el tipo de mujer que el Greñas metería en la cama, pero ella siempre está cerca, insinuándose, contoneándose, dispuesta… me pregunto si él no habría cedido a sus dos encantos. Y esa rabia que se almacena a toneladas en algún rincón que la ciencia médica no ha descubierto se escapa para invadir hasta la última célula de mi cuerpo. Deseo arrancarla los pelos rubios de bote, esos labios hinchados de botox,  y esos dos sacos de silicona que ella llama pechos; teniendo en cuenta su vulgaridad, son dos tetas como dos carretas; yo los bautizo como ubres.
Creo que la Rubia fue el detonante de mi primer yo, aquel que sufrió vejaciones por su amadísimo esposo y su fiel amiga. Ella despertó el primer hecho traumático que sufrió mi vida; destrozaron los cimientos de todo ser humano: familia y amistad. Y el espacio regresó al punto de partida, pero con rabia e ira, lo que no tuve la primera vez. “El tiempo no existe en el inconsciente.” decía Freud. Quizá debería estarla agradecida por sacarme de ese estado de búsqueda de mi verdadero yo, hay algo en ella, y sé con la poco coherencia que me queda que no es culpable de nada de lo que me ha sucedido, pero me martiriza su presencia y la atribuyo algo que soy incapaz de recordar.
No se parece en nada a la enfermera sueca que ahora asalta mis pocas horas de sueño, ni a nadie que recuerde de mi pesado borroso. Puede ser esa actitud tan libertina con el Greñas, pero la del chocho al rojo nunca tubo tales muestras de cariño con mi marido ante mí. ¡Odio a la Rubia! Y debe ser por algo.
Aseguré a la Rubia que estaría por el monte buscando a los peludos, pero me quedé dormida viendo el telediario. Todo son desgracias. Me calzo las zapatillas de deporte y salgo a todo correr por la puerta para alejarme lo más rápido que puedo de la casa. No quiero que la Rubia me pille con la legaña puesta y entre dientes se ría de su victoria.
Con tanto nube y tan poco luna, correr por entre los matorrales es un riesgo para mis tobillos y decido bajar el ritmo, mi engaño tendrá el efecto deseado si me los encuentro a casi un kilometro de la casa. Ahora caigo que no llevo ni correa ni arnés ni nada, ni siquiera comida con la que atraer su atención, salgo como un dominguero en su primer día de senderismo, con calzado inapropiado y sin mochila con agua, ¡joder!
Y después de media hora, que es lo que calculo que llevo andando, porque hasta el reloj me dejé olvidado, junto con el móvil, estoy perdida del todo. No sé si la casa queda a mi espalda o a la derecha o al frente.
A lo lejos se escucha el motor de un coche, llega la Rubia con su panda de amigas. Bajo hacia lo que es una camino de arena y espero en mitad buscando la mejor escusa para parecer creíble ante mi propio engaño mal orquestado.  Pero los pelillos de la nuca se erizan, y siento el miedo cuando veo los cuatro focos iluminados sobre la baca acercase a mí a gran velocidad. Unas risas rasgan el silencio que reina cuando el motor se calla.
-¡No me lo puedo creer!- escucho una voz a la que no pongo cara.- Está claro que no te acojonas tan fácilmente. ¿Qué haces aquí?
Dudo en contestar, pero el silencio es insoportable, y los segundos que me dan de cortesía para contestar se agotan rápidamente en mi cabeza.
-Busco los perros que se escaparon de mi parcela.- “de mi parcela” vaya, me gusta como suena.
-Y entras en mis tierras a buscarles. ¡Tienes cojones!-tres risas corean un alago que suena amenazante.- Ya le dije a tu amigo que aquí dentro se hace lo que yo digo, que saltar la valla por la noche y robarme lo que es mío no es gratuito. Asique, ¿en qué lugar me colocas entrando de nuevo a robarme?
-Yo no vengo a robarte… quiero a mis perros y vengo a buscarlos.- alguien bajó del vehículo de un salto y se aproximó a mí. Aquellos focos me impedían poner cara a quién se acercaba a mí con no muy buenas intenciones, solo veía una gran silueta negra con un rifle en la mano.
Un rifle. Mis ojos se clavaron en aquella arma que sujetaba con la mano derecha y apoyaba en su cadera. Y me invadió el vértigo.

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