El Greñas. Jersey.
Creo que durante todo este tiempo he contado
cientos de fragmentos de los recuerdos de mi otro yo, y eran tan horribles que
he llegado a comprender que el olvido formara parte de la terapia para curar el
daño emocional que sufrí. Y a qué viene esto, pues porque esta nueva yo no
tenía nada que necesitase ser olvidado has cinco minutos después de despertar bajo
las bofetadas y meneos del Galguero que tiene la sutilidad de un orangután.
Han pasado las horas y es noche cerrada y no
encuentro las palabras que definan el dolor que sentí al ver aquel cuerpo escuálido
tapado con la chaqueta hecha de retales de la Hippie. Y no la he rebautizado,
es que todos la conocen con ese sobre nombre porque parece sacada de los años
60-70. Viste de tantos colores que resulta imposible no pensar que antes de
abrir el armario consume alguna droga alucinógena, como el LSD. Su forma de
hablar pausada y sus movimientos lentos, ciertamente creo que va fumada.
Desperté zarandeada y abofeteada por el
Galguero que me creía más en el otro mundo que en este. Tan desesperado estaba
porque recuperase la conciencia que era ajeno a todo el desastre que nos
rodeaba, las carreras de los galgos, los sollozos de los que no salían de un
trauma para caer de cabeza en otro, y los ladridos de los que se enfrentaban al
miedo con caos. Y los gritos de unos y otros por hacerse oír en tan magna
locura. El cielo estaba cubierto de humo, el humo blanco del incendio extinguido
por cubos y cazuelas de agua, pues hasta la manguera que estaba enganchada en
el último de los cheniles, se había fundido y convertido en un amasijo de goma
negro y mugriento. El aire olía a tierra mojada, madera quemada y otro olor que
hacía que las entrañas se revolvieran de angustia, y no era el miedo ni la desesperación
lo que mi nariz captó al despertar.
Un muchacho pelirrojo envolvía mis manos con
unas vendas cubiertas de un ungüento amarillento. El Galguero me gritaba como
si toda mi confusión se debiese a una sordera prematura, y no al miedo de verme
desbordada por la maldad de unos cuantos desgraciados que habían turbado mi
noche de insomnio. Me sentó con tal violencia que toda la finca giró sobre sí
misma y fue engullida por una oscuridad que inmediatamente se aclaró, pues no
hubiese soportado más negrura en mi cabeza.
Era incapaz de articular palabra, de contarle
como cinco muchachos habían asaltado la finca para sumir la vida de aquellos
animales en otro infierno. El Galguero necesitaría todo aquello para buscar a
los maleantes. Pero no estaba interesado por lo que yo pudiese aportar, en sus
ojos estaba la misma angustia que vi en los del Greñas en el museo, temía que
desapareciese de ese momento para saltar a otro diferente donde volviese a
inventar un yo fuera de dramas. Aunque empiezo a pensar que tengo cierto imán
para las situaciones adversas.
Se acercó a nosotros aquel hombre que siempre
anda cerca y al que no termino de bautizar, seguido de la Hippie. Esta tenía en
su rostro la fatiga de las horas vividas, pero también el abatimiento de la sin
razón. La sin razón, aquello que por mucho que busquemos su lógica no la
hallamos, pues se escapa al raciocinio de lo sensato y de toda normalidad. Sus grandes
ojos azules miraban un punto fijo no muy lejos de mis pies. Supe que no debía
mirar, pero qué difícil es escapar de la locura.
Miré la dirección que señalaban sus ojos y
allí a escasos tres metros de mí, yacía un bulto tapado con una chaqueta de
infinitos colores y pintados con rotulador negro una veintena de símbolos de la
paz. Levanté mi mano vendada y señalé sin comprender, qué era aquello, yo saqué
a todos de los cheniles.
-Uno de ellos murió dentro.- meneé la cabeza
violentamente.
-Vaquita.- dijo la Hippie con un hilo de voz.
Miré mis manos quemadas, no eran un sueño,
estaban allí, las tenía vendadas y sentía bajo la tela blanca el dolor y el
calor de las llamas.
-Yo la saqué… lo juro… lo recuerdo… lo siento…
- estaba tan confundida. ¿Por qué había muerto dentro del chenil? Recordaba
como el Greñas la colocó envuelta en su jersey de lana sobre el colchón
mullido. “No se ha despegado de mí en dos días. Mi jersey la calmará cuando se
sienta sola.”- ¿Por qué regresó?
La Hippie se sentó a mi lado y me cogió con
fuerza de los hombros.
- Seguramente la abandonó en mitad del monte
pera la perra supo regresar a casa tras unos días de largo trayecto por caminos
y carreteras. Supongo que no la gratificaron tal muestra de cariño. Pues la rescatamos atada a un árbol donde
alguien después de darla una paliza la dejó allí morir de hambre.-no puedo
dejar de imaginar la escena y siento mareos.- Tu marido tardó un par de días en
dar con ella, y unas horas en demostrarla que no todos los hombres somos
iguales. No he visto una animal con más ganas de ser amada que ella, Vaquita,
como la pusimos por su piel blanca con manchas negras. Fue dócil y sumisa, y en
los cheniles de la Residencia demostró que los miedos los superaría en poco
tiempo. Este lugar era el adecuado para empezar de cero, aquí tendría
supervisión continua y no hay nadie con más mano que tu marido para abrir las
puertas del infierno y mostrar el cielo. – me coge mis manos vendadas.- Tú la
sacaste por su bien, pero fuera reinaba el caos, las llamas, los aullidos,
sollozos, el miedo… ahí dentro la dejo él, que representaba la calma… ella
regresó a esperarle. Amor y lealtad a tu marido.