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Tormenta de Galgos. El Greñas. Honesta.



El Greñas. Honesta.
Tres horas de espera son muchas horas, minutos y segundos para pensar, para lucubrar, para desquiciarse e inventar los peores escenarios. Es un tiempo que dedico a maldecir la decisión tomada hace años de olvidar. Somos el resultado de nuestras decisiones, pero estas en mi vida no son más que parches.
El Galguero esta fuera de cobertura, la Rubia me cuelga sin miramientos, supongo que me lo tengo merecido, y no tengo ni un solo contacto en mi móvil que pueda echarme una mano en estos momentos de angustia. Angustia. ¿Por qué doy por hecho que el Greñas está metido en un lio? ¿Es un sexto sentido? O ¿todo empezó cuando el Galguero me dijo que le estaba poniendo en peligro?
Os ha sucedido alguna vez que os levantáis y sin ni siquiera subir la persiana, decís: “Hoy será un día de mierda” y ese día que es como cualquier otro se convierte en el peor del año. ¿Por qué? ¿Los astros nos conceden el deseo cuando ignoran todos los demás que formulamos a lo largo de nuestra vida: que me toque la lotería, que encuentre novio, que me regalen un  coche…? Pura psicología. Y es que la sugestión es un poder innato en nosotros que sólo lo sacamos a pasear cuando nuestro yo negativo sale a la luz. Nos hemos propuesto tener un mal día y lo vamos a lograr porque es un férreo deseo. ¿Y por qué cuando tenemos anhelos y esperanzas no los logramos con el mismo ahinco? Nos sugestionamos en la derrota, en el fracaso, en el para que intentarlo.
No sé las veces que he marcado el número del Greñas ni los recados que le he dejado en el contestador ni los whatsapp escritos. La Rubia se subiría por las paredes si supiera todo esto, me tildaría de acosadora.
Y pasan las horas y llega la noche y sigo sin saber nada de nadie. Y harta de esperar y de colgar a mi madre que me llama sin descanso y no quiero hablar más que con el Greñas. Me voy a su casa, a mi casa, a nuestra casa. No tengo llaves pero ese será un problema que solucionaré al llegar allí, no pienso agobiarme por una puerta cerrada.
Y mi móvil pita avisándome de que la batería kaputz. Estoy tan fuera de mí que no veo la gravedad de quedarme incomunicada, solo pienso en llegar a casa y encontrar al Greñas en ella. Soy una autómata al volante, me asombra la seguridad aplastante que tiene esa parte de mi cerebro de la que no tengo constancia, por su seguridad y firmeza. No soy del todo consciente de cómo puedo estar aparcada a un metro de la puerta trasera, es como si me hubiese traído otra persona, pero aseguro que estoy del todo sola en mi vehículo.
Nico. Asociación Galgo Español.

Los focos del patio trasero están encendidos y se escuchan los ladridos de los perros. Llamó al timbre sin mucha confianza y espero como si alguien me fuera a dejar pasar a mi propia casa, porque esta es mi casa. Y escucho más alboroto y toco el timbre por segunda vez, y oigo perros acercándose ladrando. Una ventanita se abre y alguien se asoma, esta a contraluz y no distingo nada pero por su altura y el aroma de su perfume sé que no es él, es una mujer. Una mujer. Y mis paranoias de la Rubia salen para calentar mi sangre.
-¿Qué sucede?- la voz de la hermana del Greñas no da paz en mi interior, el detonante de la Rubia saca de mi lo peor, los celos, la rabia y la ira que amaso desde no sé cuándo.  
-No encuentro al Greñas. – le digo mientras escucho los cerrojos abrirse para darme paso.
-Está en Tenerife.
-¿No me dijo que se iba de viaje?- me pidió que regresara por la noche y él no iba a estar. Desciendo con la misma brusquedad que subí.
-No estaba previsto pero hay cosas que no pueden esperar.
-¿Es cosa de ese tal Vicente?
-Más o menos. – me dice mientras clava la mirada en el suelo y caminamos hacia la casa rodeada de perros que saltan contentos a nuestro alrededor.
-¿Qué haces aquí? – suena a interrogatorio pero en realidad quiero llenar los silencios, estoy cansada de estar sola conmigo misma todo el día.
-Vine a darles de comer y beber y a sacarlos un rato. Fox está dentro, me lo iba a llevar a casa pero si te quedas tú…
-Se queda conmigo. Gracias.- está tan incómoda como yo.- ¿Sabes cuándo regresará?- niega con la cabeza.
Tengo lo que yo llamo una manía autodestructiva, en qué consiste, pues que cuando mis niveles rozan los límites críticos y me siento en el abismo busco el empujoncito final que me ayude a caer. Y allí estaba la hermana del Greñas y supongo que si su mejor amigo me manda a tomar por culo, su hermana que lo quiere infinitamente más, deseará que me queme a lo bonzo y les dejé seguir con sus vidas de una vez por todas. Y supongo que hago esto porque no sé cómo llevar la ausencia del Greñas, el no saber que sucede con él, sospecho que hago esto porque estoy acostumbrada a mal vivir y no puedo luchar por salir de mi decadencia personal. Tengo una enfermedad y es que la tristeza ha invadido mi cerebro.
-¿Te gustaría que desapareciera de la vida de tu hermano?- esperaba una mirada esquiva o un ceño fruncido al descubrir su pensamiento más profundo, pero el rostro de aquella mujer era el de la incomprensión.
-¿Vas a abandonarle? – diría que sonaba a desesperación.
-No. No. Es lo que tú deseas.- ella me mira a los ojos intentando leer en ellos.
-No sé de dónde sacas eso.
-Hago más mal que bien. – su mano se posa en mi brazo.
-Estás asustada. La vida nos pone en situaciones donde no sabemos actuar con los sentimientos. Aprendemos a base de prueba y error, y más en los temas del corazón.- y me toca suavemente allí donde late desbocado el mío.- Y son en estos temas donde más defensas levantamos y más nos protegemos, porque cuando abrimos los corazones nos sentimos vulnerables; es sencillo hacernos daño, sentir dolor y sufrir, y el cerebro está programado para solucionar esto inmediatamente. Tienes corazas y fortificaciones. Quisiste con locura a mucha gente y algunos te traicionaron, otros te los arrebataron cruelmente y ahí dentro piensas que él será el siguiente.- me señala la cabeza.- Ante ese sentimiento destructivo que estás buscando para justificar esa coraza que quieres levantar, se honesta contigo misma. Decide lo que quieres hacer y lucha por ello.
-Le quiero a él pero… - y rompo a llorar.
-Llora todas las lágrimas que contienes y cuando te hayas desahogado, encuentra el camino a casa.- me besa la frente como la haría el Greñas.- Por mi parte no deseo más que ver a mi hermano feliz junto a ti.
Me abrazó con tanta fuerza que el aire salió disparado de mi pecho y se llevó la tristeza, y las ganas de correr hacia ninguna parte.

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