El Greñas. Camino.
Esperamos junto a la puerta trasera con
nuestros plumas y nuestros gorros bien abrochados. Me tenía sujeta por la mano
y la apretaba con fuerza, como si fuera a desvanecerme en la oscuridad de un cielo
sin luna y cargado de oscuras nubes. Escuchamos el ronroneo de los primeros
coches y el Greñas abrió de par en par los portones. Furgonetas, todoterrenos y
viejos utilitarios fueron acoplándose en un complicado Tretris a los largo de
la finca. A todos repetía el mismo saludo, un apretón de manos a la altura del
pecho y una pregunta común: “¿Algún problema?”, “En calma” contestaban todos al
bajar. Se fueron abriendo las puertas y sacando los trasportines que trasladaban
a los asustados galgos. Todo en silencio y con movimientos lentos.
Desde donde yo estaba podía observar sin ser
vista, o eso creía. Vi al Galguero y a su otro amigo, venían en diferentes
coches acompañados de otros dos hombres que no me resultaban familiares. Es curioso,
después de estar horas hablando de mi otra vida con el Greñas, no sé si
recuerdo a la gente porque la tengo presente vagamente en mi mente o porque los
recuerdos de él, los he hecho propios para parecer una persona casi normal. Me
esforzaba mirando cada rostro intentando recordar si los había visto antes, si
eran de ese grupo íntimo de amigos que el Greñas me juraba que me echaban de
menos. Pero sinceramente no hubo ni un flash ni un destello de nada.
-¡Hola!- una voz débil me sobresalto. Eran un
muchacho joven, más que cualquiera de nosotros, con una barba con cuatro pelos
rubios platino, casi blanco, incluso sus cejas y sus pestañas son
inquietantemente blancas y unos ojos de un azul intenso casi hielo.- No puedo
creer que estés hoy aquí.
-¡Ya!- miré buscando al Greñas para que me
salvara de aquel desconocido. Pero estaba ayudando a meter a los asustados
galgos en la que sería su nuevo hogar hasta encontrar uno definitivo.
-He preguntado siempre por ti.- dijo con la
mirada clavada al suelo y las manos metidas en los bolsillos mientras mantenía
un balanceo lateral algo infantil.
-¡Gracias!- sonreí para parecer amigable pero
realmente quería salir corriendo hacia la casa y esconderme bajo la cama. No estaba
preparada para enfrentarme a más gente que parecía saber quién era yo y cuáles
eran mis problemas, mientras yo no tenía
ni puta idea de quién era ninguno de ellos.
-¿No te acuerdas de mí?- su voz suena triste.
Niego. Parece que duda durante un momento si contarme algo o callar, pero veo
en sus ojos la resolución de compartir conmigo un momento que marcó su vida. –Hace
muchos años…
-¿Cuántos?- no es que tenga valor el tiempo
pero necesito situar mi persona en dos momentos, antes de y después de. Estaba
claro que este era “después de”.
-Creo que once. Yo era un niño de siete años
aunque por mi estado físico parecía un niño de tres. – los foscos de la finca
apenas nos iluminaban y él permanecía al amparo de las sombras.
-¿Once?- era “antes de”, ¿por qué no lo
recordaba?
Perdonad, ¿qué porque “antes de” y “después
de”? Por alguna razón que no logro comprender y sólo un psiquiatra podría
arrojar luz, mi mente ha llegado al punto donde mi ex me dejó, y ahí a marcado
un punto de partida. Todo lo anterior a mi ex, lo recuerdo, lo posterior lo he
borrado. ¡Manda carajo!
Empieza a andar despacio, acercándose hacia
la luz. Su expresión, su tez, sus rasgos. Es un muchacho albino, de origen
africano.
-¡No me joda!- oigo mi voz gritando en la
distancia.- Estamos hablando de una madre y su hijo, le estoy diciendo que si
este niño se queda en esta tierra, ¡le matarán!
-¿Qué quiere que hago yo? ¿Sabe cuántos niños
mueren cada segundo en este inmenso país?
¿Cree que puedo salvarles a todos?
-No, a todos no. Pero puede salvar a este.-
llevo firmemente sujeto de la mano a un niño asustado que escucha una discusión
en una lengua extraña pero sabe que se debate por su vida y entiende que de su
silencio y su gesto inocente depende todo.
El hombre habla con la madre, que menea la
cabeza negando con tristeza. Acaricia la cabeza de su hijo y me sonríe con
dulzura.
-Ella no quiere dejar este lugar sin encontrar
a sus otros dos hijos, pero comprende que si él no sale de aquí antes o después
le mutilaran para hacer magia negra. Le cede a su hijo.- yo la miro con horror.
-¡No puedes cederme a tu hijo!- ¿qué voy a hacer
yo con un niño tan pequeño?
-Podemos arreglar los papeles para que se
convierta en una madre de acogida.- una mujer que aguardaba en silencio en una
esquina de aquella calura tienda de campaña, se pone en pie y me sujeta con
suavidad por el hombro.
-No me siento capaz de…
-Si no lo hace, ya sabe cuál será su final.-
la mujer mira sus manos vacías.- ¿Tiene a alguien que pueda hacerse cargo de
él?
-Dentro de dos días regreso a Madrid,
¿estarán los papeles para entonces? –la mujer duda.
-¿Se hará cargo usted?- las cosas cuando me
fui pendían de un hilo y puse kilómetros de por medio esperando que ese tiempo
de distancia aclarasen las cosas, los sentimientos. Yo no estaba segura de si
volver con mi marido era lo que verdaderamente deseaba. Pero tenía claro que ir
con una maleta como aquella, no aportaba nada bueno.
-Mi hermana. Ella le acogerá sin reservas,
sin preguntas.- además estaba segura que los hijos de mi marido y toda su
familia, harían la vida imposible a la criatura.
El rostro de aquel niño esquelético y
asustado, se ha convertido en un adolescente, algo bajo para su edad pero más
resuelto e igual de tímido.
-¿Te crió mi hermana? – toda mi vida es como
un puzle del que se va viendo la imagen a medida que encajas las piezas. El
muchacho duda y mira por encima de mi hombro. Allí está el Greñas siempre cercano
y prudentemente distante.
-Cuando aquella mañana me contaste la
historia de David…- el muchacho sonríe al escuchar su nombre.-... supe que
estabas más cerca de nosotros que nunca.
-No me podía creer que me recordases…- la dicha
de su rostro es contagiosa.- Y ahora estás aquí.
-Buenos, yo… digamos que aquella…- ambos me
miraban con interés.
-Era difícil no dejarse atrapar por ti.- sé
que habla de mí, pero usa el pasado porque ambos sabemos que queda mucho camino
para recuperar a ese yo.
El muchacho se arrojó a mis brazos y yo no
sabía qué hacer con aquella muestra de cariño. Vi por el rabillo del ojo al
Greñas frotarse los ojos con las palmas de las manos. Y correspondí al abrazo
de David como lo haría aquella mujer que decidió sacar a un niño albino de África.
Hay momentos en los que pienso que esa otra
yo era un tía cojonuda, luego recuerdo lo que nos ha hecho a ambas y pienso que
es una gilipollas redomada.
Siento un dolor profundo al pensar en mi
hermana. La he tratado durante este tiempo con tanta crueldad. La he acusado de
la fechoría de otros. Me he negado a verla, a estar en la misma habitación que
ella, incluso a intercambiar un simple saludo. Tengo mucho camino por recorrer
y mucha gente a la que recompensar por estos años de dolor, incluso a David que
traje de África para olvidarlo.
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Serena. Asociación Galgo Español. |