El Greñas. Vacíos.
No recuerdo que mi vida pasase ante mis ojos
como en una película, quizá porque aunque me diesen por muerta, yo seguía viva,
había prometido regresar a casa, y una promesa por nada del mundo se rompe.
Pasé meses en el hospital con mi vida
pendiente de un hilo. Quedaba esperar las secuelas que aquel proyectil dejaría
en mi cerebro.
-El neurocirujano nos dio tan pocas
esperanzas de que despertaras. Hice tratos con el mismo diablo para no dejarte
marchar.-tocar su mejilla con aquella barba de tres días, era tan familiar.
-¿Me extrajeron la bala?- el Greñas dudó en
contestar, pero al final se decidió a menear la cabeza negativamente.- ¿Tengo
la bala en la cabeza?
-La bala no importaba, era el deterioro
ocasionado. Te operaron, dos largas horas en quirófano para corregir los daños,
la bala tenía la peor de las ubicaciones, era más seguro dejarla que intentar
extraerla. Luego te sumieron en una sedación profunda, un coma inducido, para
evitar que el cerebro se estimulase, permitiría que bajase la inflamación, y se
disolviesen las hemorragias causadas, no solo por la bala, también por los
diminutos fragmentos del cráneo que se rompieron. Cinco días después te despertaron y comenzó
tu evaluación.- me apretó la mano con fuerza intentando recordar que este yo
caótico y amnésico era real y no un sueño.- El médico se mostraba cauteloso,
pero nos decía que tu fortaleza era la de una luchadora, era un milagro que
siguieras con vida.
-Y perdí la memoria.- dura afirmación la mía.
-¡No!- me sorprendió su rotundidad.- Salimos
del hospital perfectamente. Éramos unos afortunados. Me decías: “Te prometí que
volvería”…- sonaba triste su voz.
-¿Entonces?- me sujetó las manos con fuerza.
-Una sola recomendación, un sencillo
ejercicio. Te tenía que despertar a diferentes horas de la noche y preguntarte
cualquier cosa, por ejemplo tu nombre o tu dirección.- cogió mi rostro entre
sus manos y me besó las mejillas.- Las primeras semanas, contestabas con
claridad y entre risas ante la bobada del médico. Fue casi al mes, cuando ya
dábamos por superado todo y quedaba como un mal sueño todo lo vivido, cuando
note vacilación…
-¿Sé me olvidó mi nombre?
-No. No sabías quién era yo. –me soltó y miró
de nuevo a través de la ventana.- Luego llegó la depresión, la ansiedad, la
rabia, el temor… las pesadillas. Según los médicos todo aquello era normal,
pero yo veía como con cada noche de insomnio te iba perdiendo entre brumas.
Cuando más intentaba traerte devuelta, más te alejabas. Te ingresamos en el
hospital cuando intentaste quitarte la vida.-suspiró.- Y luego todo se precipitó
como en una pesadilla. Días donde eras tú, antes de esa noche en África, y
otros donde te consumías en el sufrimiento. Empezaste a olvidar como mecanismo
de defensa. El camino fácil.-sonaba a reprimenda.- Una tarde te encontraste por
casualidad con tu examiga… Malamente habías pasado página a aquella parte de tu
vida, pero ella todavía rumiaba su amargura. Tu ex la echó de patitas a la
calle sin nada… Y despertó una nueva pesadilla en ti, y… empezaste una nueva
crisis.
-Me dijo que no se casó con ella porque no
firmé los papeles del divorcio.
-Yo de eso solo sé lo que me contaste.- se
retiró el pelo de la cara, que sexy era cuando hacía ese gesto tan cotidiano y
natural.- En tierra hostil no lo tuviste nada sencillo, y llevabas casi un año
viendo la peor cara del hombre. Lo que te hicieron fue un golpe bajo, esperar a
tu regreso para confesar su infamia hubiera sido de… caballero, ya que tanto se
jacta de ser un señor, comunicártelo por teléfono, fue de cobardes. Las semanas
que pasaste vagando desesperada sin saber cómo regresar a casa, te pasaron una gran
factura. Estabas deshecha de los nervios. En todo ese tiempo que estuviste
recuperándote, tu ex se deshizo de tu amiga como de todas las que la han
seguido. Evidentemente ella piensa que
todo es por tu culpa por no firmar lo papeles, pero él jamás tuvo interés en
casarse y el divorcio no le corría ninguna prisa.
-Es peor persona de lo que yo creía. El otro
día seguía reprochándome que no firmase los papeles… Me culpa de su desgracia.-
curiosa la gente.
-No quiero perder el tiempo hablando de ella
ni de nadie que no seamos tú y yo.- no se le ve muy convencido, no sé hasta qué
punto todo esto nos beneficia a ninguno de los dos. -“Sino luchas por tus
sueños, no hundas los sueños de otros”.- aquella frase sin ninguna lógica salió
de sus labios entrecerrados.
Mi examiga esperaba que la vida se la
sirvieran en bandeja de plata, soñaba con una vida de opulencia y sin
preocupaciones, sin esfuerzos ni sudores, como no fue así, decidió joderme la
mía.
Mi memoria es tan frágil. Olvidó recuerdos
reales y los sustituyó por falsos para adaptarme al entorno que este cerebro
mío atormentado y loco ha creado. Y este hombre que está junto a mí en el
sillón sentado, que me observa con miedo por si desaparezco entre los borrones
de mi mente, ¿en qué le he convertido? Mi imaginación me ha estado engañando,
poniendo momentos y conversaciones con persona que nunca existieron. He culpado
a mi hermana de lo que hizo otra persona y hubiese metido la mano en el fuego asegurando
que ella me colgó, recuerdo nuestra conversación y el pitido monótono de la
línea interrumpida. He olvidado al Greñas, nuestro amor, nuestro momento y lo
he llenado de soledad y tristeza.
-Vaciaste tu memoria pero tu cerebro no podía
vivir con esos huecos, y los rellenó con momentos falsos.- me dice el Greñas
abatido.
Y me doy cuenta de la tortura que he hecho
vivir a este hombre del que me acuerdo en fragmentos efímeros. Lo difícil o complicado
para entender, es que a pesar de saber el principio de la verdad, no puedo
cambiar nada. Quiero estar con él, porque me siento segura, feliz, completa y
amada, pero sigo sintiendo dolor cuando pienso en mi ex, rabia cuando visualizo
a mi examiga que no dudó en destrozarme la vida. Para él han pasado diez años,
para mí solo dos años. El tiempo no ha trascurrido para los dos de la misma
forma. ¡Pobre ignorante! me diréis, pero no se puede luchar contra uno mismo,
contra mis sentimientos. Para mí el tiempo ha fluido despacio. Yo sigo lamiendo
aquellas heridas.
La cuestión que me planteo ahora es: ¿tendré
ese tiempo que necesito para volver a ser lo más parecida a aquel yo cinco
segundo antes de decidir olvidar? ¡Ojalá! Pudiese encontrarme a mi misma cinco
segundos antes de que todo esto empezase para decirle a ese yo atormentado que
la pesadilla ni siquiera ha empezado. Olvidar no fue la solución, pero…
¿recordar lo será?