El Greñas. El
Tiempo.
-Siendo sincero no sé cómo se cuenta una
historia como la nuestra.
Estamos dentro de la casa. Bueno dentro,
dentro todavía no, voy camino de cruzar el umbral, él me espera dos pasos por
delante de mí y me mira con miedo. Ya me ha dicho que teme que sufra una crisis
como la del museo y todo vuelva a empezar. No comprendo que quiere decir con
eso pero tengo una vaga idea de que mi yo de este mundo tiene encerrados a
todos sus yo de los otros.
Ahí fuera se ha dejado de trabajar y han
empezado a cuchichear, más de una necesita que le expliquen que está
sucediendo. Los amigos del Greñas le han hecho un gesto de ánimo con los puños
cerrados pero con el dibujo del fracaso en la cara, y no he podido evitar
pensar, qué es lo que me va a contar realmente, quizá no quiera volver a verme
y no se atreve porque estoy loca de atar.
-¿Me vas a dejar?- le pregunto justo al dar
los dos pasos que me separan de él.
-No puedes dejar al amor de tu vida sin
aniquilarte.- y me acaricia la mejilla.
-Creo que me gusta escuchar eso, ¿creo?
Di dos pasos vacilantes. El pequeño pasillo
que daba a la parte posterior de la casa en la que todos trabajaban en los
cheniles, se abría a un amplio salón con grandes sillones, una mesa rústica
hecha con una puerta de madera, y una chimenea grande de piedra con una enorme
hoz como elemento decorativo justo en el centro. La mesa de comedor era la más
grande que jamás haya visto, todo aquel espacio era gigantesco, diseñado para
grandes reuniones o celebraciones, ¡Me encantaba! Justo delante de la chimenea
casi en brasas, cuatro camas de distintos tamaños albergaban a cuatro galgos
que dormían tranquilos ajenos a nuestra presencia. En un rincón cerca de la
ventana por la que entraba un radiante sol, estaba la cama de Fox, aquel dibujo
de hojas marrones y verdes me era familiar, no así el resto de las cosas que
decoraban la casa.
Una vez familiarizada con el entorno, me
acerqué a ver las fotos que el Greñas tenía colgadas por las paredes, y sobre
una estantería en la chimenea y a la entrada justo a la derecha una gran
librería llena de libros, películas y marcos de fotos. Él me seguía de cerca
pero con cuidado, se movía como un gato, sigiloso y lento.
Las imágenes de la paredes eran lugares:
pueblos, campos, ciudades… Me quedé mirando la primera intentando que algún
fragmento de ese yo tan detestablemente feliz me alcanzase. Eran los Toros de
Guisando, diría que verano, pero después de un rato donde la única que se
impaciento por el tiempo perdido mirando aquellos tres toros de piedra, fui yo,
el Greñas parecía feliz de verme allí, tenía una sonrisa plácida.
-¿Qué te hace tan feliz?- desesperada dejé la
imagen.
-Verte en casa.- “en casa” ha dicho en casa,
no en “mi casa”.- Tómate todo el tiempo del mundo, no tenemos prisa.
Y pasé a la segunda, pero ninguna me evocó
nada de nada, ni las otras tantas que decoraban todas las paredes del salón.
-Estás fotos las hice yo.- me dice
orgulloso.- Tardaste tu tiempo en enseñarme; tengo paciencia para algunas cosas
pero no para encontrar el enfoque apropiado ni la luz ni el encuadre. Tú misma
elegiste las mejores y las enmarcaste.
-No recuerdo nada de lo que me cuentas.- sus
ojos reflejaron la tristeza por olvidar una secuencia de una vida para él tan
repleta de bellos momentos.
-Yo te los contaré.-me acarició la cabeza y
enredó sus dedos en mi melena. Al instante pareció regresar al presente y se
sintió turbado por lo que hacía soltándome de golpe.
Pasear por aquella habitación mirando aquí y
allá me hacía sentir una intrusa en la vida de otra mujer. Los marcos de fotos
eran del Greñas con la otra yo, no puedo ser yo pues no recuerdo nada de todo
esto, ni la foto bajo el Acueducto de Segovia, ni en las playas de Menorca, ni
recuerdo haber estado en Sevilla junto a la Giralda con aquel vaso de dos
litros en la mano, ni ninguno de aquellos momentos. Y a medida que el tiempo
pasaba y yo iba robando esos recuerdos de la otra yo, mi ansiedad aumentaba.
Por qué si aquella era yo, había olvidado todos esos instantes de felicidad; mi
cara era toda dicha, abrazada al Greñas, besándole o posando cogidos de la mano
sonriente, por qué borrar de mi memoria todo aquello y recordar la vida con mi
exmarido. ¿Qué sentido tenía?
Sobre la mesa del comedor dos grandes fotos
del día de nuestra boda. En aquella misma finca, rodeada de perros y gatos y en
primer plano Fox miraba orgulloso a la cámara.
-Siempre le ha gustado posar.-cogí el marco
entre las manos y fui pasando la yema del dedo índice por el perfil de nosotros
tres.
-Desde que entró en nuestras vidas, no has
dejado de retratarle, está acostumbrado a los flash, yo creo que piensa que la
cámara es una prolongación de tu ojo. –reímos.
-Recuerdo pequeños destellos de una vida
extraña, ¿es la mía?-asintió con una sonrisa difícil de definir.- ¿Soy yo todas
estás de las fotos?
-Todas estas fotos son tuyas, y más que
guardo en los cajones y en mi portátil.- asentí triste.
-He olvidado mi vida contigo.-tengo miedo a
saber la verdad.- ¿Me estoy volviendo
loca?
Me abrazó con fuerza, me besó la frente y me limpió
la mejillas con las lágrimas que escapaban de mis ojos.
-Ese sería el final del principio de nuestra
pesadilla.- respiro profundamente.- No sé si es mejor empezar por el final, los
días de sombras, o dejar a un lado esto y contarte los días de luz.
-¿Cómo nos conocimos?-una sonrisa divertida
me demostró que a pesar de lo que le estaba haciendo olvidando su existencia,
me amaba por encima de todo.
-Siempre has recordado ese momento. En todas
las veces que has empezado de nuevo, ese instante estaba ahí.- señala mi
corazón y no mi cabeza.- Fue en tu pueblo, es cierto que olvidas a la gente y
las razones por las que te ocultabas en la vieja casa de tus padres, incluso
olvidas que venías paseando de la mano de tu hermana cuando nuestras miradas se
cruzaron por primera vez. Nunca olvidaste el nombre de la galga que salvamos,
ni nuestra breve conversación. El resto es borroso y cada vez ha sido
diferente. En unas me has buscado pero nunca estuvimos más cerca que el
contacto de dos amigos, en otras quisiste rehacer tu vida sin mí y aunque al
principio me negué, luego pensé que era lo mejor para ti, no así para mí que he
sufrido tu ausencia cientos de veces. Pero esta vez, cuando estaba dispuesto a
dejarte marchar, cuando guardé la distancia para darte la oportunidad de
encontrar la felicidad, apareciste en la residencia, en una versión de ti más
agresiva y desenfadada. Un gran cambio. Y vi el cielo abierto por primera vez,
sin nubarrones ni sombras. Llevo esperando este momento tres años. Tres años
donde tuviese la oportunidad de contarte quién eres y quién soy yo.- se
atragantan las palabras en su garganta y tose.- Cuando el otro día te vi en el
museo convulsionándote como las otras veces, temí que todo volviese a empezar
de nuevo, y ahora he estado más cerca de ti que nunca. Cuando supe que
empezabas a recordar, ¡Dios, Dios! No puedes ni imaginarte la dicha que supuso
para mí, saberte tan cerca. – rió de repente.- Ya los celos que muestras con la
Rubia eran un bálsamo para mis oídos, que no quisieras aprender el nombre de ninguna de ellas, era una señal de
que ahí dentro estabas luchando por salir. Nunca has tenido memoria para
retener los nombres de nadie, desarrollaste un gusto por rebautizarlos a todos, pero en tus otras versiones, recordabas
nombres y apellidos, hacías un esfuerzo constante por empezar de nuevo sin
mirar atrás. Esta vez te has resistido, estabas enfadada con el mundo, agresiva
con las personas más cercanas porque sabías que todas te mentían. En tus otras
tú, eras dócil.
-Me escondía en el pueblo, ¿De qué?
-De qué no, de quién. De ti. –y una luz se
aclara en mi oscuridad.
-Me abandonó, me volví loca en aquellas
tierras y escapé por miedo a volver y ver la vergüenza en la cara de mi
familia. Me dejó por mi amiga.- los recuerdos llegaban por oleadas.- Rompí mi
billete y durante una semana quise morirme, me robaron la mochila y no podía
regresar, sin dinero ni papeles. Le llamé a él, y su hermana me dijo… -mis ojos
se abrieron desmesurados.- ¡Dios mío! Me colgó ella, y llamé a mi hermana…
Una oleada de dolor recorrió mi cuerpo y se
posó en mi pecho, llevé mis manos allí y agarré la chaqueta con fuerza,
estirando de ella para eliminar tanto sufrimiento. El aire dejó de entrar por
los pulmones y el corazón amenazó con detenerse. El Greñas se asustó y quiso
pedir ayuda, pero tapé sus labios con mi mano libre y le supliqué con la mirada
que si queríamos volver a ser como antes debía darme tiempo. Tiempo para
recuperar todos los sentimientos escondidos y olvidados. Y entonces me di
cuenta que el tiempo era la clave.
-¿Cuántos años hace de aquello?- el Greñas
meneó la cabeza.- ¿Cuánto tiempo?
-Eso sucedió hace diez años.- y sus ojos se
llenaron de lágrimas.
-¿Diez años?... ¿han pasado diez años?-
asintió desconsolado.