El Greñas. Celos.
Y rompí a llorar entre gritos y convulsiones
histéricos, a golpear mi cabeza con el puño cerrado. A suplicar que dejase de
doler, que los recuerdos desapareciesen y que aquella brecha en mi corazón que
llevaba años sangrando se cerrase. La furgoneta se paró y sentí los brazos del
Greñas abrazar mi cuerpo tembloroso, pero yo no deseaba caricias, no quería que
me tocasen… quería desaparecer en lo más profundo de la tierra. Abrí la puerta
y salí corriendo por el arcén de la carretera. Tropecé y caí varias veces, y
cuando valoraba arrojarme a las ruedas de un camión que se acercaba a gran
velocidad, las manos del Greñas me sujetaron por la cintura. Sentí el roce de
sus labios en mi oído y un suave susurro, un sonido que salía del pecho, una
“ese” larga y mansa que se perdía en mi alma.
-¡Duele! Duele tanto, duele siempre, de día y
de noche, aunque en la oscuridad es más cruel si cabe. Y esta tristeza que me
invade me deja sin fuerzas, me pesan los brazos, las piernas, sólo deseo
tumbarme y dormir, dormir para no despertar jamás.- me apretó con más fuerza
contra su pecho, acariciando mi cabeza delicadamente con aquellas manos
surcadas por quemaduras de sogas.-… Tengo miedo. Miedo a mí misma, a esa parte
de mí que desea destruirme. No quiero volver a pasar por lo mismo, no deseo
infringirme daño físico, no quiero huir de lo bueno y placentero de la vida, de
lo que me da felicidad. No quiero buscar el caos, ni escapar de la gente que me
quiere, no podría soportar de nuevo saber que por mi culpa nuevamente está
sufriendo quien me ama. Obsesionarme con lo malo que me rodea, focalizando mi
existencia a cumplir mi negatividad y encerrarme en mi amargura de que el mundo
está en mi contra y lo mejor es sucumbir, no luchar contra el dolor.
Las palmas de la mano del Greñas se posaron
en mi mejilla y suavemente me separó de su pecho para enfrentarme a sus
profundos ojos verdes. Durante unos minutos sostuvo mi mirada. Y cuando las
fuerzas abandonaron mi cuerpo y las piernas flaquearon, posó sus labios en los
míos. Mis brazos inertes pegados a mi cuerpo helado se alejaron lentamente de
mí para agarrar la sudadera por su cintura. No deseaba que me soltase nunca.
Era lo más cálido y tierno que jamás mis labios hubiesen tocado. Recordaba
otros besos: unos fugaces y furtivos robados en la puerta del instituto, otros
rápidos y algo alcoholizado en las fiestas universitarias, y los últimos que
rozaron mis labios, estaban envenenados, aquella pasión con la que me despidió
mi exmarido en el aeropuerto aquella mañana de hacía tres años, me vendía al
destino incierto, a la muerte que me esperaba al otro lado de la líneas enemigas
en una tierra que envenenó mi alma, de forma lenta y precisa.
Y cuando sentí que se terminaba, y su cuerpo
se alejaba de mí, pensé en la Rubia, ¿por qué me castigaba su imagen en un
momento como ese? La vi restregando sus pechos en su brazo, con aquella sonrisa
sexual que acompañaba con un contoneo de cadera provocador y lascivo. Y me
sentí engañada, utilizada, traicionada antes de que todo sucediera.
-Supongo que cuando te acuestes con la Rubia
esta noche, no le contarás que me has besado.- no hubo sorpresa, creo que me
vio venir, me delató mis ojos achinados y mi sonrisa tensa.
-La única relación que me une a la Rubia, es
la pura amistad, una amistad sincera.- miré sus manos y me los imaginé
acariciando aquellos pechos redondos que no tenía reparo en exhibir con top
cortos y ajustados.
-Terminarás metiéndote en su cama, cuando
veas que no tengo nada que ofrecer, no hay nada más que lo que ves….- y abrí
los brazos para que me mirase detenidamente.- Soy patética, triste,….
Pero ya no había lágrimas ni angustia en mi
voz, la rabia y la ira, fortificaban mi fortaleza que se forjó con la
desconfianza por la traición sufrida. Y fuera de mi muralla dejaba al Greñas en
su vano intento de hacerme sentir amada. No dejaré que nadie más me rompa el
corazón en miles de pedazos. Y cuando mi mirada se hizo desafiante, sus ojos
verdes posaron la vista en el suelo
mojado por la lluvia fina que caía y regresó a la furgoneta con paso lento.
Mi yo destructor volvía a la carga, tras tres
años de intenso trabajo, alimentando mi ira, mi cólera, mi furia destructiva
para todo aquel que buscase mi compañía. Y por dentro me rompí al verle
alejarse, le deseaba callada, pero a la vez, sin a un tenerle, temía perderlo,
y en esa lucha me debatía sin darme la oportunidad de intentarlo.
Ya dentro de la furgoneta, el Greñas
aguardaba en silencio que me colocase el cinturón y entonces sin yo esperarlo
dio la respuesta a lo que verdaderamente me dolía:
-“La peor forma de extrañar a alguien es
estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener” Gabriel García
Márquez.
Ese yo creado para sobrevivir en tierra
hostil no dejaría al Greñas acercarse, mantendría las distancias, y si osaba
intentarlo le atacaría sin piedad.
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Las sevillanas. Asociación Galgo Español. |
Desperté sobresaltada gritando en la
oscuridad del salón. La figura del Greñas recortada ante las llamas de la
chimenea me sujetaba por los hombros. Vagos intentos por sacarme de aquella
pesadilla en la que me había sumido tras horas de conversación.
-¿Es verdad que intenté arrojarme a las
ruedas de un camión?- me quitó con delicadeza un mechón de mi cara.- Ya no sé
si lo que sueño es real o imaginaciones mías.
-Sí. Fue cuando firmaste los papeles del
divorcio y volviste a verle.- me encanta como sujeta mi mano.
-¿Ya salíamos juntos?-negó.- ¿Salías con la
Rubia?
-¿La Rubia?- meneó la cabeza sin comprender.-
Ella lleva en la organización casi dos años o algo menos. Lo del camión fue a
los pocos meses de que nos conociéramos.
-Le gustas.- me besó la mejilla.- ¿Te has
acostado con ella?
-No. Es buena gente.- no me gustaba que
hablase de ella y menos si no era para llamarla pelandrusca.
-Te restriega las tetas por el brazo y lo
hace a esa altura porque no es mucho más alta, sino tendrías los pezones a la
altura de los ojos…- El Greñas rompió en sonoras carcajadas. Primero le miré
tan sería como pude, frunciendo el ceño, luego me uní a él.
-Celos. Me encantan tus celos. Quien me iba a
mí a decir que serían tiritas para mis heridas todos esos dardos envenenados
que la lanzas.
-¿Será que ella es una santa?
-No, me las ha hecho pasar jodidas. Me sentía
incomodo cuando te menospreciaba entre líneas…
-¿Entre líneas?- volvimos a reír. Al final me
iba a gusta la Rubia y todo.- ¿Dónde está todo el mundo?
-Se fueron hace horas. Dentro de un rato
llegarán el Galguero y otros amigos. Me traen a los perretes de este fin de semana.-
se levantó y añadió más leña a la chimenea.- Estuvimos de ilegales y rescatamos
unos cuantos galgos de carreras de un sitio poco recomendado. Viene once de
todas las edades y colores, una mamá y sus seis cachorros, y otra preñada.
Me enamoré de él porque no tiene límite para su
nobleza, no mira para otro lado y no le importa el riesgo si el fin lo merece.