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Tormenta de Galgos. 47



Cuadragésima séptima entrada a mi blog.

El Greñas me colgó no puedo asegurar el tiempo que le tuve en línea mientras yo vivía ese fragmento de la otra yo. Me acosté como lo hago habitualmente, agitada y triste. He adquirido una nueva manía antes de meterme en la cama, mirar mi alfombra vacía y sentir esa ausencia en mis pies; y acariciar el almohadón pareja del mío antes de cerrar los ojos, duermo con la mano extendida sobre una superficie del colchón que permanece fría toda la noche, siento la falta del roce de mis dedos sobre una piel cálida y suave.

Según llegué a la residencia salí camino de no sé dónde. La Portes me pilló por banda y me dijo algo como: “Ven con nosotras, eres tan buena como cualquier otra”. No alcanzo a saber para qué soy buena, y tampoco me he molestado en averiguarlo. Simplemente me he subido a la furgoneta en cuando he visto el gesto de disgusto de la Rubia, las señas maliciosas que le lanzaba a la Portes para que me abandonara en tierra y la cara de alucine de la Mantas cuando me he sentado a su lado después de saludar amigablemente a todas ellas.
En el trayecto pude averiguar que el Greñas ha estado fuera de combate desde hace días, que la Rubia anda mosca porque no contesta sus whatsapp y piensa que otra lagarta se ha adelantado y le ha levantado la presa. La Portes la consuela diciendo que eso es del todo imposible, que ella vale “mogollón” y tiene un tipazo que más de una desearía. La Mantas por el contrario no deja de mirarme, me tiene miedo, es como si supiera que he pasado el fin de semana en una habitación acolchada en la planta de psiquiatría de la Paz; yo la dedico sonrisas cordiales pero creo que le he puesto los ovarios de corbata, porque cada vez está más alejada de mí y más pegada a la puerta, ¿será capaz de tirarse en marcha si la hablo?
La conversación que mantienen la Portes y la Rubia me alegra la mañana, saber que el Greñas ignora a la mujer de silicona es tan satisfactorio. Mis labios esbozan una sonrisa bobalicona. Pero ya me he cansado de escuchar el lamento de una mujer cuyos encantos no surten efectos en un hombre con alma de perro, curioso empiezo a sentir lo mismo que mi yo del mundo paralelo. ¿Habrá una Rubia tras el Greñas? ¿Qué haré con ella? Y río yo sola de mi propia sandez y la Mantas se retrae sobre si misma escondiendo las manos entre las rodillas y mirando la alfombrilla de la furgoneta, buscando un agujero en el que ocultarse, ¡qué tía más rara!
Es curioso pero la carretera por la que acabamos de entrar delimitada a ambos lados por la flor de la lavanda es un recuerdo que no logro fijar pero que he visto antes. Este es el dilema que siempre tengo, los recuerdos no se pueden borrar en su totalidad porque llevan consigo miles de matices, tanto visuales, como acústicos, como olfativos, podemos eliminar los visuales pero el aroma de una planta como la lavanda, nos traerá a esta misma carretera miles de veces, siempre y cuando este recuerdo tenga una carga emotiva elevada. Y eso es precisamente lo que me está sucediendo. Sé que tiene que girar a la izquierda cuando llegue al cruce y entrar por un camino de arena que finaliza en una finca donde se construye una casa modesta con contraventanas de color verde y un gran porche con travesaños de madera de roble. Lo que tiene totalmente terminado es un apartado a la derecha donde hay una gran mesa de hormigón con bancos a juego a su alrededor y a dos metros una gran barbacoa con horno de leña y una pila gigantesca. Veo la casa, ya está terminada, incluso han hecho un sendero de piedra, han plantado árboles que algún día serán altos y darán una bonita sombra a los lados. Veo un dibujo hecho a bolígrafo azul en un cuaderno de cuadricula, tengo en mi mano derecha una regla con la que he trazado las líneas que forman la casa y en la izquierda sujeto un metro con el que quiero medir la distancia exacta entre los árboles para saber cuántos debemos de comprar, quiero que lleguen hasta la misma entrada. Al Greñas todo eso le resulta ridículo con su pulgar en alto calcula que con veinte cipreses cubrimos una lado del camino y con otros tantos terminamos el trabajo.
-¿Es la casa del Greñas?- pregunto sin darme cuenta del mote que uso.
-¡Qué manía!- protesta la Portes. La Rubia me mira con desgana y asiente.
Pero no detiene el coche como yo esperaba, gira hacia la derecha y toma un barrizal que podemos llamar camino para entrar por la parte posterior, allí aguardan otros cuatro coches aparcados.
Entramos por un portón rústico de madera, simplemente me encanta y no puedo evitar quedarme embobada mirándolo durante el tiempo que mis tres compañeras de viaje vacían la furgoneta y entran en la finca mirándome por el rabillo del ojo. Creo que piensan que estoy como una regadera, y sencillamente tienen razón. No me resulta familiar la entrada ni me trae recuerdo alguno los olivos ni los frutales que veo desde la entrada, pero tengo la sensación de que es un proyecto de futuro, un sueño que todavía no he trazado en mi cabeza pero miles de veces he pensado en construir. Es confuso, lo sé.

-¡No me jodas! ¿Qué hace aquí?- la Etóloga viene a mi encuentro seguida por el tío aquel de la reunión de mujeres maltratadas, la Portes trae cara de contrariedad y la Rubia de disgusto, la Mantas ha desaparecido.- ¿Cómo te encuentras?
Me tiende esa mano regordeta manchada de pintura blanca, me la quedo mirando fijamente y la intenta limpiar en una camisa llena de lamparones de todos los colores. Al final cedo ante esa mano que se mueve nerviosa en el aire exigiendo mi apretón.
-Muy bien.- está claro que sabe el fin de semana de reposo que he tenido, la delata su mirada escrutadora.- ¿Te gusta el lugar?-una frase con doble sentido.
-Me gusta.- digo sencillamente.- ¿Por qué no quieres que esté aquí?
La abordo sin contemplación, estoy cansada de las bagatelas.
-Estoy encantada siempre que tú te encuentres bien. Sencillamente no te esperaba y creo que el hombretón se llevará una grata sorpresa.- si por hombretón se refiere al Greñas, no las tengo todas conmigo después de nuestro último encuentro.
-Estaba en la residencia y no contábamos con ella. Allí estaba todo cuadrado y aquí hacen falta muchas manos.-suelta la Portes disculpando el haberme arrastrado a casa del Greñas sin contar con el anfitrión.
-Dije que vendría el jueves.- la Rubia y la Portes niegan con la cabeza.
Saco mi móvil con muy mala leche y busco el grupo de gilipollas al que pertenezco. Lo abro y allí está mi mensaje sin salir, le falta dar al puto triangulito o avioncito verde, ¡Me cago en la leche! La Etóloga mira por encima de mi hombro y se sonríe. Yo lo lanzó y le enseñó a la Portes el mensaje.
-¡Ves!- la Portes me mira sin comprender como si fuera estúpida, y la Etóloga rompe en sonoras carcajadas.
-Siempre me gustó esa forma tuya de ser.- y se va agarrada al hombre que no sé ni quién es ni que pinta aquí. Claro que tampoco sé qué hago yo en la casa del Greñas. Y qué es eso de que le gusta mi forma de ser. ¡Joder, sin nos hemos visto escasas tres veces!

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