Cuadragésima sexta
entrada a mi blog.
Mi cuerpo salió volando por los aires, de una
forma literal no real, y vi al Greñas arrastrándose
por un campo lleno de zarzas con otros dos amigos. Vestidos los tres con ropas
de cazadores y con un cuchillo atado al muslo, parecían un pequeño grupo de
elite del ejército. Se acercaban despacio a unas casetas de madera rodeadas por
alambre de espino.
-¡¡Tú nos esperas!!- me dice el Greñas enfurruñado.
Está claro que mi presencia no es nada grata.
-He llegado hasta aquí y no me vas a dejar
mirando. Contra más seamos más podremos llevarnos.- le farfullo enfadada.
-¡Venga ya, no me jodáis! ¡No hemos llegado
hasta aquí para perder el tiempo discutiendo!- era el galguero, aquel amigo del
Greñas que vi en una ocasión en la puerta de la residencia.
-¡Qué alguien corte el alambre! No van a
estar mucho más tiempo entretenidos.- musita el otro al que no conozco de nada,
espera sí, es uno de aquellos chicos con los que cenamos en Navidad, pero no
recuerdo su nombre, si es que me los llego a decir.
A lo lejos se oyen gritos y risas. Hay una nave
a unos ochocientos metros, de su puerta abierta sale una luz cegadora. Se escuchan
ladridos y gruñidos, también algún quejido y llanto. Me pone los pelos de
punta. Las ideas se aclaran en mi cabeza cuando veo al Greñas cortar el alambre
con un alicate oxidado. Es una pelea de perros. ¡Dios que espanto! Sé dónde
voy, sé lo que estoy a punto de hacer.
El galguero entra por el agujero que el
Greñas y su amigo mantienen abierto en el alambre de espino. Pasa derecho a la
caseta y con una bota de campo con placas metálicas se lía a patadas levantando
una de las tablas, con las manos arranca otras dos y por la apertura mete medio
cuerpo. Sale cabreado. Los gritos parecen perder fuerza en la nave.
-Están al fondo en una jaula de metal, son
unos seis pero no puedo entrar, soy muy grande y si quito más tablas se vendrá
abajo el techo de uralita de mierda que han puesto. ¡Hace un frío de dos pares
de cojones!- empujo al Greñas que se interpone en mi camino.
-¿Ves a alguien más pequeño que yo que pueda
entrar por esa abertura?
-No pierdas el tiempo.- esta guapo cuando se
preocupa. Me tiende el alicate y me deslizo con la agilidad de la que siempre hago
gala en las situaciones donde la adrenalina recorre mi cuerpo.
El galguero me sujeta las tablas. Entro en
ese cuchitril mal oliente y frío y con la poca luz de la luna que entra por una
ventana sin cristal que hay a la derecha, veo seis pares de ojos asustados que
me miran. Se esconden los unos tras los otros y me siguen con la mirada con el
mismo interés que yo a ellos. Que no ladren, que no lloren, que no llamen la
atención de los tres gitanos que meten en caja los restos de los perros que fallecieron
en los combates anteriores. Con el alicate rompo el enrejado de la puerta,
evitando el candado y la cadena que la cierran. Meto la mano con cuidado y tanteo
el suelo en busca del primer cachorro de pitbull que quiero salvar, pero se
esconden en la parte más profunda y oscura de la jaula. La voz apremiante del
galguero me recuerda que queda poca arena en este reloj, la algarabía de los
que festejan la lucha de dos inocentes a muerte ha terminado y escucho las
voces de la gente saliendo de la nave. Tengo al primero que arrastro sin
miramiento y se lo tiendo al galguero que a su vez se lo da a los que esperan
con miedo fuera. Luego llega el segundo que se resiste con mordiscos pequeños, y
el tercero gruñe desafiante, el cuarto y el quinte vienen juntos a mi
encuentro, y me falta el último. No pienso irme sino es con todos. La voz del
Greñas soltando todo tipo de improperios por la boca me recuerda que debo salir de allí ¡Ya! Se escuchan
los motores de los coches, en segados llegaran para dar de comer a los cachorros
y no pueden pillarme los gitanos aquí dentro, tengo que correr con el último.
No lo encuentro, no sé donde se ha podido esconder. Siento la mano del galguero
tirando de mi tobillo hacia fuera pero no me iré sin llevármelos a todos y me
zafo de su agarre y me meto más en la jaula, y entonces escucho su respiración
bajo mi cuello. Esta escondido en un socavón del suelo. Lo cojo y me lo meto en
la camiseta y corro todo lo que puedo hacia la salida. Alguien quita un candado en el exterior. El galguero
me aguanta las tablas pero tenemos complicado salir los dos de allí antes de
que den la señal de alarma. Deslizan a nuestras espaldas el cerrojo que chirría
poniéndonos los pelos como escarpias. Paso el cachorro al otro amigo del Greñas
que sale corriendo con un saco a su espalda y seis perrillos asustados gimiendo
dentro de él. El galguero me cede el paso mientras aparta el alambre de mi
espalda. Pero no hay tiempo la puerta se abre y en cuanto de la luz verá que no
tienen carnaza para las próximas peleas.
-¡Mierda!- grita el galguero.
-En cuanto entre estaremos perdidos, no va a
dar tiempo.-les digo asustada.
Y entonces el Greñas se pone en pie y corre
bordeando la cabaña.
-¡¿Qué coño vas a hacer?!- pregunta asustado
el galguero cuando el Greñas desaparece.- ¡Correeee!
En cuanto salgo intento seguirlo pero el
galguero me coge de la muñeca y me arrastra en dirección al coche. Escuchamos a
lo lejos la voz del Greñas llamando asesinos y gentuza a todos los presentes.
-¡Suéltame!- forcejeo mientras que le golpeo
en la espalda con los puños cerrados, pero no deja de arrastrarme cogida por la
cintura hacia las luces de un vehículo
que viene derechos hacia nosotros.
-¡Ni hablar! Prefiero tus golpes a los que me
dará él si algo te sucede.
-¡Van a matarle!
-Primero tendrán que cogerle y ese
desgraciado es más veloz que los galgos.- me empuja al asiento trasero del
coche.
-¡Ahí viene! –me señala por la ventanilla la
figura del Greñas que corre perseguido por un grupo de hombres que amenazan con
cortarle los huevos a trocitos y dárselos a sus perros.- ¡Abre la puerta!
Obedezco y el Greñas se tira en plancha sobre
mí y salimos a toda velocidad con la puerta golpeando las piernas de un hombre
con alma de perro. Y beso con fuerza esos labios que tanto me gustan y lloro de
alegría porque hemos conseguido cumplir con un plan loco y arriesgado, como
todos los que traza el Greñas con sus amigos.
-Te dije que no te arrepentirías saliendo
conmigo. Llenaré tu vida de emoción y riesgo, nada aburrida y muy intrépida.- y besa mis labios y acaricia mi rostro.- Pero
compensaré cada lágrima que derrames por mí.
Esa noche le invité a mi casa.