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Tormenta de Galgos. 45



Cuadragésima quinta entrada a mi blog.

Esperé al Greñas durante horas, pero no regresó de su larga comida. En lugar de él, vino un loquero que se sentó en el mismo sillón donde una hora antes dormitaba la supuesta hermana y empezó una cháchara sobre la disociación. Me explicó sin tapujos ni miramientos la confusión que tenía en mi cabeza sobre la realidad y la fantasía, no sabía diferenciar la una de la otra. Esa despersonalización constante que sufro, en la que relato a todo el mundo como mi vida me resulta ajena a mí, y por el contrario mis sueños tienen una fuerte carga emocional que me hace vibrar. También la desrealización, esta vida no es real. Mi amnesia disociativa, mi incapacidad para recordar a personas que han formado parte de mi vida ordinaria. Y por último esa constante de hace un tiempo a esta parte donde estoy confusa de quién soy en realidad, identidad confusa. Todo responde a un maravilloso cuadro de disociación.
Tengo que aprender a vivir en esta realidad por muy falsa que me parezca. A no buscar las tres patas al banco y a preguntar primero si es una alucinación o alguien de carne y hueso. Hemos llegado a la conclusión de que la hermana del Greñas nunca estuvo sentada en esa silla, porque a la planta de Psiquiatría donde estoy encerrada desde hace dos días, solo puede entrar familiares y médicos. Y ni el Greñas ni su hermana estarían autorizados a visitarme por muy amigos íntimos que sean, y menos al ver la vaguedad con la que he descrito la relación que nos une.

Por lo tanto me tomo la pastillita roja que me tiende con un vaso de agua y me tumbo a esperar que el sueño que me mantiene a tontada todo el día regrese a mí con más fragmentos de una vida que no me pertenece, esos de los que no quiero despertar.
-Pero hija, ¡¿cómo te vas a ir tan lejos?!- estaba ante la suegra del Greñas, que mantenía a raya a duras penas las lágrimas en los ojos.
-No sufras, parece más peligroso de lo que en realidad es.- saqué un pañuelo de mi bolsillo y se lo tendí.- Tengo un amigo periodista que ha estado unos meses cubriendo un guerra civil, ya ha terminado.- intenté aclararla ante los ojos desorbitados que abría.- Ha escuchado la historia de esta aldea llena de niños. Necesita que le ayude a revelarle al mundo la triste realidad de su existencia, sobreviven entre el miedo y la guerra. Y una imagen llega más lejos que miles de palabras.
-¡Ay Dios mío! ¿Cómo te suceda algo?-rompió a llorar.
-¡Mamá, mamá! Nada malo la va a suceder, estará fuera sólo seis meses…- el Greñas la abrazaba con fuerza y la acunaba contra su pecho.- Nosotros no servimos para quedarnos sentados.
-¡Lo sé, lo sé!-se soltó de su hijo y me cogió las manos con fuerza.- ¡Júrame que no pondrás en riesgo tu vida!
-No es mi intención.-frunció los labios descontenta ante mi contestación.- ¡Lo juro!
-Hijo ya sabes cómo es tu madre, sufre por todo y aunque esto nos parece una empresa arriesgada sabemos que hacéis lo correcto y solo nos queda apoyaros.- y los cuatro nos fundimos en un abrazo que se desvaneció en el tiempo.
Estaba claro que ese psiquiatra tenía razón. En mi mundo paralelo de felicidad al completo, la suegra del Greñas era su madre y yo su amada esposa y su hermana mi cuñada y sus perros mis perros. Todo de lo que carecía en esta vida la tenía en la otra al por mayor. Difícil tarea la mía seguir viviendo en una realidad que no era la que ansiaba. ¿Podía cambiarla?
Evidentemente no lo he intentado. Salí del hospital y me fui derechita a mi casa, donde abrí mi portátil y comprobé que nadie me había echado de menos en todo este tiempo, claro que siendo sincera conmigo misma y con todos vosotros, yo no he sentido la ausencia de nadie. Y sigo poniéndome yo delante porque no tengo el gusto de conoceros ni os molestáis en presentaros. Ahí abajo tenéis un recuadro que pone: “Comentarios”, pues podéis decir: “Hola, mi nombre es Julia.”. Si os gusta o no el blog os lo podéis reservar porque me importa una mierda, seguiré escribiendo lo que me sale del moño cada mañana o cada noche, según se tercie el día. Cuando seamos formalmente presentados, os deberé esa cortesía de la que tan poca gala hago y os colocaré delante de mi persona.
Como podéis observar he vuelto a las andadas, tengo el espíritu guerrero y provocador, serán las pastillas que me dejen lerda toda la noche y me levanto con un cabreo monumental al comprobar que mi vida sigue siendo una puta mierda y la de esa yo pastelera es la releche. Cada noche sueño con ella y su fabulosa existencia. Y claro, las comparaciones son odiosas.
Cada vez que estoy con este talante, dejo de ir a la residencia para evitar malos rollos con esa panda de frikis. Ni yo me aguanto como para hacer que los demás me soporten.
Pero todo tiene que acabar algún día y no puedo seguir escondida en casa porque mi persona no me guste. Asique me he unido al grupo de esta semana y voy a ir el jueves a la residencia, que parece que nadie puede. Aunque la verdadera razón es que no sé nada del Greñas.
Envidio a esa yo que tapa antes de acostarse a ese perro negro de profundos ojos marrones, que se acuesta cada noche en la cama con el Greñas y se acurruca a su lado buscando su calor y su contacto. Envidio como él deja caer su brazo derecho sobre su hombro y entrelaza los dedos con los de mi otro yo antes de dormirse. Envido como besa la mejilla de esa otra yo y le susurra al oído: “Te amo”. Tengo celos de mi yo paralelo. De cómo el Greñas la mira, la habla o la acaricia. Y me planteo si yo podría tener lo mismo en este mundo. Si yo podría conquistar a este hombre y tener lo mismo que sueño cada noche. Supongo que no, por eso son mundos paralelos.
¡¡Qué bobada!! He cogido mi móvil y he escrito al Greñas un breve texto: Nos vemos el jueves. Pero una hora después sigue sin contestarme. Esto me pone más nerviosa de lo que estaba y mi mente vuelve a vagar por miles de escenarios diferentes y en ninguno de ellos salgo bien parada. Decido acabar con esta angustia de si está o no enfadado conmigo por el numerito del museo y marco su número de teléfono. Al cuarto tono escucho un “Sí” tajante y nada cordial.
-¿Por qué no contestas mi mensaje?- guarda silencio, supongo que mide las palabras, como hace la mayoría de las veces.
-No puedo, estoy de ilegal.- murmura a un nivel tan bajo que me tengo que concentrar en lo que ha dicho. Alguien hubiese preguntado qué es “de ilegal” pero yo entonces lo supe sin preguntar.  

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