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Alzheimer de Fox.



De nombre Frodo Fox Noe,  un nombre largo pero con mucho significado: Frodo le bautizó la persona que lo rescató, y para mí fue un honor mantener el nombre que alguien con amor se lo puso; Fox viene por una serie de tv que nos encantaba; y Noe por la portectora que salvó su pequeña vida dándole cobijo cuando otros le abandonaron dentro de una bolsa de deporte con sus hermanitos a su suerte. 





Tuve la esperanza cada día al levantarme que ambos venceríamos la enfermedad, que él volvería a ser el de siempre y seguiríamos otros quince años más, pero no hubo medicamento milagroso ni remedio mágico. Se fue de mi lado entre brumas.

Empezó con cambios sutiles que no dimos importancia, los achacas a la edad, decíamos; no quería jugar y estaba menos activo. Luego se desorientaba en casa, y lloraba cuando se angustiaba al no saber dónde estaba o si no me encontraba. Deambulaba durante horas por la casa sin detenerse en ningún sitio y sin rumbo, podía quedarse con la mirada fija en un punto durante largos minutos, o bloqueado ante un objeto que no sabía sortear,  tenía que acariciar su cabecita y orientarle hacia la cama. Dormía durante el día y se activaba en la noche. 

El diagnóstico fue claro Síndrome de Disfunción Cognitiva, entre los que como yo sufren la enfermedad  de sus peludos, se conoce como el Alzheimer de los perros. 
Pero lo peor nunca fue su desorientación en la casa, en el parque, o en la calle, lo peor llego cuando empecé a ver en su mirada que me había olvidado como el beber o el comer, que me miraba sin encontrar mi imagen en su memoria y cuando por fin me hallaba en su caja de recuerdos, me seguía sin descanso por la casa rozando su morro en mi pierna, como si yo fuera su nexo de unión con la realidad. 


Es doloroso mirar a unos ojos que no te conocen cuando antes le brillaba la mirada al verte regresar a casa. Olvidó quince años de felicidad: nuestros largos viajes en coche donde el fue el perfecto copiloto, nuestras zambullidas en las Hoces del río Duratón, las castañas de la Alberca, las poses en las piedras de la Ciudad Encantada de Cuenca...  
No puedo dejar de pensar que alargué su enfermedad por egoísmo, por no dejarle marchar, por quererle siempre a mi lado y porque volviesen aquellos años.




Dicen que el duelo son unas fases muy claras por las que todo individuo va pasando hasta superar la muerte del ser amado, yo sigo entre la negación y el enfado, me niego a dejarle marchar y me enfado conmigo y con el sentido de la vida, qué razón tiene que un ser que no conoce la maldad, que solo vive para ser un fiel compañero viva menos que los años que forman la mía. 

Entiendo la tristeza de mis personajes de Tormenta de Galgos.
Sé lo que se siente cuando te olvidan, pero qué siente el que no recuerda.


¡Feliz Lunes!

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