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Tormenta de Galgos. 37



Trigésima séptima entrada a mi blog.

Al llegar a casa tenía el espíritu revuelto, la tipa del café me había dejado un sin sabor en la boca, no por no contestarla o por dejarme a medias, sino porque en casa de mis padres arrastré la sensación de que mi vida estaba incompleta, y lo que tenía como cierto, últimamente me parecía ajeno a mí, y ahora con esto, estaba casi segura de que algo se escapaba a mi entendimiento.
Busqué en los papeles que guardo en el cajón del aparador del salón. Es de estos sitios de la casa que sé que existen pero apenas visito, y menos abro cajones llenos de carpetas sin interés. Pero hoy tenía una fijación desde que me dejó sentada rumiando mi ausencia de memoria con buscar una carpeta que ponía “Médico”. La abrí y ojeé con rapidez, sabía lo que buscaba aunque no recordaba que era. Encontré un impreso de un psiquiatra y grapada a él un diagnóstico que leí con avidez.
Más o menos decía que la paciente, yo, sufro de Estrés Postraumático o TEP, muy normal como resultado de la experiencia traumática vivida. Los síntomas aparecieron un mes después de los hechos que se comentan a final del texto, pero no hay más hojas, quedan restos de pedacitos minúsculos en la grapa que sujeta los dos folios, por lo tanto, alguien se llevó el tercer folio donde se cuenta porque estoy como estoy. Parece ser que la paciente, o sea yo, sufro un cuadro de desconsuelo, depresión, ansiedad, culpabilidad, y enojo, eso es nada. Empecé quejándome de fuertes pesadillas y de Flashbacks, experiencias del pasado se mezclaban en mi vida cotidiana, con tal realismo que sufría las emociones del momento como el miedo que atenazaba mi cuerpo, así como me quejaba de sonidos, olores e incluso el dolor que padecía por mis heridas. Los flashback comenzaron con los sonidos estrepitosos, luego con las risas de los niños, y después era al ver perros paseando. A causa de todo esto la paciente, yo, desarrollé un caso de aislamiento para evitar el detonante que hace que reviva una y otra vez el fatídico acontecimiento, evito las personas que preguntan sobre lo sucedido, y lugares donde puedo encontrar niños o animales domésticos, sin salir de casa, claro está. Trato de evitar los sentimientos dolorosos y para ello evado cualquier tipo de emoción. Con lo cual yo me siento embotada y debilitada, concluye el párrafo el psiquiatra.  Desarrollo un sentido de alerta constante, para anticiparme al peligro. No me relajo. No descanso durante la noche para evitar las pesadillas, las cuales no puedo controlar con ningún tipo de ocupación mental. Estoy irritable y sobresaltada.
“La vida no es justa ni estamos a salvo en nuestro mundo de papel, mi experiencia me hizo sentir vulnerable, me recordó la brevedad de mi existencia, de que podía morir en cualquier momento, aunque fuese lo que en un principio desease.” repito esta letanía constantemente, apunta. Sigue el psiquiatra diciendo que no soy capaz de asimilar lo ocurrido, mi mente se ha quedado estancada, la persistencia del problema conlleva a una crisis mayor. Se ha utilizado todas las pautas: volver a la rutina, hablar sobre lo sucedido con un grupo de terapia, hacer ejercicio relajados como yoga, esto último no lo recuerdo,… pero la sobrecarga persiste. Yo reconozco que los acontecimientos no pueden cambiarse, pero no puedo convivir con lo que sucedió, sigo sin asimilarlo, concluye este párrafo el psiquiatra .
El último llama poderosamente mi atención. El psiquiatra apunta brevemente  lo que tras meses de tratamiento ha sucedido y en resumen, pues los detalles médicos son engorrosos y faltos de todo interés, viene a decir que la paciente, que sigo siendo yo, muestra un bloqueo de los recuerdos. Es una especie de Amnesia Lacunar, aunque no es del todo esto, una amnesia localizada  entre dos periodos traumáticos de mi vida. El primer trauma fue mi separación matrimonial, de la que habla el psiquiatra como una terapia anterior que se resolvió con éxito, y la segunda lo sucedido en lo que se narra en la hoja desaparecida. ¿Fui al psiquiatra tras mi divorcio? Según el médico he ido haciendo desaparecer los recuerdos más próximos, estos que generan un dolor insoportable y luego los más remotos. Porque a medida que me cerebro se iba sintiendo cómodo con la abnegación del conflicto que genera el dolor, surgió un recuerdo del pasado que supuso un antes y un después, mi divorcio, y anulé esos años. Y la paciente, la menda, evoluciona satisfactoriamente, recupera el sueño y el apetito. Aunque mi familia asegura que estoy sufriendo crisis de nuevo. El médico asegura que eso es normal, pues en el fondo soy consciente de la ausencia de años de vida, de vivencias felices y de personas con una fuerte carga emocional para mí: alegría, humor, perdón, gratitud y sobre todo amor. He conocido el amor y borrar de mis recuerdos a esa persona supone un duro golpe para mi equilibrio emocional. Modifico mi historia constantemente para no sufrir esos vacíos que me alertan de que algo no está bien, y evito de esta forma tener que recapacitar sobre lo que realmente me sucede.
Y en el margen derecho del folio escrito en lápiz añade: “No intentar presionar sobre los recuerdos, la paciente se resetea de tal manera que vuelve al punto de partida.”
No me puedo creer que lo vivido en tierra hostil se pueda resumir todo al recuerdo de mi exmarido, en el amor que nunca me tuvo, en las humillaciones que me hizo padecer. En resumen según el psiquiatra, echo de menos a  mi exmarido. ¿Quién lo diría? Y he olvidado tres años de mi existencia por él.
¡¡Bua!! No me lo creo. Memeces.

Belona. Asociación Galgo Español.

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