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Tormenta de Galgos. 34



Trigésima cuarta entrada a mi blog.

Nauseas. Eso es lo primero que sentí al tomar conciencia de mi penoso estado. Mareo y nauseas. Y según iba recuperando el dominio de mi cuerpo, me di cuenta que deseaba morirme. Los parpados eran pesados como si fuesen de hormigón, la lengua áspera como la lija, los oídos me pitaban y los sonidos taladraban mi cerebro, pero lo peor era esa sensación de vértigo que vencía todo deseo de incorporarme. Nauseas. Una mezcla de acido amargo y brasa quemaron mi esófago y la boca del estómago. Gemí con los ojos apretados,  la poca luz que penetraba por la rendija de aquellos parpados pesado quemaban mi retina. Y entonces vomité. Pero no sabía si estaba de pie, sentada, o boca abajo.
-¡Dios mío!- gimoteé. Aquellas dos palabras costó pronunciarlas, la boca estaba lenta y torpe y la lengua se enredaba con los dientes.
-No creo que Dios te escuche.- inconfundible la voz de mi no hermana, mezcla de sermón y jódete.
-Esto es una pesadilla. Me siento como una mierda y tú estás aquí para tocarme la moral.- unas manos me sostenían la cabeza, una en la frente y la otra en la nuca.
Abrí levemente los ojos para situarme en el tiempo y el espacio. Mi cuerpo yacía desmadejado sobre una camillaa, en un pasillo donde miles de zapatos iban y venían a toda prisa, era lo único que alcanzaba a ver. Y bajo mi cara un cubo lleno de restos de mi estómago, con una pasta negra que colgaba de mi boca entre abierta.
-Me encantaría no estar aquí. Me gustaría estar cenando en casa de mamá, rodeada de mi familia y riendo…
-¡Joder! Pues vete de aquí. ¡Lárgate!- grité. Una enfermera se paró ante mí y me dio un golpe suave en la cabeza.
-Bajemos la voz o te saco a la calle.- por su tono, hablaba muy en serio.
Unos pasos acelerados se aproximaron y el rostro de mi madre apareció ante mis ojos.
-Mamá no te agaches, recuerda tu lumbago.- solo le faltó añadir: “Se lo tiene merecido, tu querida hija”.
-¿Cómo estás pequeña?- me acaricio la mejilla.
Los zapatos de mi padre permanecieron junto a los de ella pero no dijo nada ni hizo nada. Empecé a sentir la culpa. Quise incorporarme de nuevo por mi dignidad, pero todo empezó de nuevo a girar y vomité hasta los higadillos.
-¡Llama a la enfermera, papi!- vociferó mi madre a mi padre.
-No mamá, ella está bien.
-¿Qué estoy bien?- la ira hacía ella estalló como un géiser.- ¡¡También como cuando me colgaste hace tres años!! ¡¡Me dejaste tiradaaaa…!!
-¿Qué dices pequeña?- sé que mi madre empezó a llorar, supongo que mi no hermana omitió a mis padres aquel pequeño detalle que marcó mi vida por segunda vez.- ¡No sigas haciéndote daño!
¿Qué no siga haciéndome daño? Fue ella la que me dejó morir. Las manos de mi no hermana siguieron sujetándome con fuerza, algo más de presión en el cuello, estaría intentando estrangularme. Pero no estaba dispuesta a dejar que mis padres creyesen que yo era una desequilibrada y mi hermana una santa sosteniendo la cabeza de una difamadora.
-¿Por qué no les cuentas como me abandonaste cuando más os necesitaba?
Mi madre rompió a llorar y mi padre la abrazó con fuerza. Mi no hermana golpeó mi frente con fuerza.
-¡Cállate ya!- me soltó unos segundos, lo suficiente para que mi cuerpo se precipitara al vacío, imposible de sostener aquella masa de huesos y carne que me pertenecían, era como una marioneta sin cuerdas. Me sostuvo de nuevo como recordándome que mi situación era igual de precaria que aquel día. Si era necesario me dejaría caer sobre mi propio vomito.
-Vuelves a tenerme a tu merced.- no permanecería nunca más de rodilla ante nadie, estaba dispuesta a morir diciendo la verdad.
-Te quiero, te quiero como se quiere a una hermana, te quiero más que a mí misma.- las manos de mi no hermana me soltaron para sustituirlas unas más grande.- Nunca te reproches…
Y salió corriendo en un mar de lágrimas. Como me enfurecía aquel teatro, ahora mis padres dudarían más de mi palabra, y creerían su falsedad que solo quería destruirme. Sentí los labios de alguien en mi cabeza y luego vi alejarse los zapatos de mis padres, salían tras ella dejándome allí tirada.
-¡Iros también! Y no pienso reprocharme nada porque no he terminado contigo, no te he dicho ni la mitad de lo que pienso y dime: ¡¿De dónde sacaste ese perro?!- grité para mis adentros o para todo el pasillo porque la enfermera volvió a parase ante mi camilla pero no me amonestó. -¿Podría incorporarme?- supliqué al celador que sostenía mi cabeza.
El mundo volvió a temblar. Los sonidos se acentuaron y las luces se intensificaron. Las nauseas regresaron con más fuerza. Me dejé caer en la camilla y cerré con fuerza los ojos, sentí la mano del celador en mi frente.
-¡Gracias!
-¿Cómo se encuentra?- la voz de la enfermera turbo mi momento de paz.
-Quiero morirme.
-La próxima vez beba con más intensidad y seguro lo consigue.- estaba asqueada.
-¡No intenté suicidarme!- me justifiqué.
-No bebió lo suficiente. Fue la mezcla del alcohol, al que me han dicho que no está acostumbrada, y los antihistamínicos.
-No ingerí antihistamínicos. Era un médicamente que me recetaron para dormir. –con brusquedad me levantó el brazo derecho y sacó una bolsa de plástico trasparente. Escuché el ruido que hacía al extraer algo de su interior.
-¡Abra los ojos!- me dijo de malas formas y golpeando mi hombro con dos de sus dedos.
Delante de mi cara sostenía la caja azul con aquellas grandes letras blancas que era incapaz de enfocar en tan lamentable estado.
-Se vende sin receta.-la colocó de nuevo en su lugar sin ninguna delicadeza.- En cuanto se le disipe la cogorza, se va derecha a casa o dónde sea, pero libera el pasillo.
Y me dejó con el celador que había dejado de respirar. Aquella bruja tenía al personal acojonado. Volví a cerrar los ojos y me dormí profundamente, a pesar del mareo, las nauseas y la mala leche que me había puesto la enfermera de turno mal encarada.

Romy. Asociación Galgo Español.

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