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Tormenta de Galgos. 32



Trigésima segunda entrada a mi blog.

Cuando todavía podía decir que tenía amigas, una de ellas me envió una foto de un gatito en unas escaleras y una pregunta: ¿Sube o baja? Para mí subía, para ella bajaba, había que fijarse en el borde de los peldaños, me señalaba ella entre odiosas caras amarillas destornillándose de mi ceguera mental. A esto se le llama Ilusión óptica. Podemos ver algo que no está o ser incapaces de ver lo que sí está.  Es nuestro cerebro el que construye la realidad que nos rodea, da vértigo si lo pensamos. Muchas veces vemos, oímos y sentimos lo que nuestro cerebro quiere ver, oír o sentir. Cuántos de nosotros no hemos lucubrado con algo u alguien y luego fuimos conscientes de nuestro error. El cerebro rechaza el 90% de los detalles, para ajustarlo a nuestra realidad, cada uno la suya. Los ojos lo ven todo, son como grandes lentes captando imágenes continuamente, estas imágenes pasan al cerebro y las neuronas se ponen en marcha, cada imagen activa una neurona, pero…, y aquí vienen esos dichosos “peros” que tanto molestan últimamente, hay neuronas que hacen saltar las alarmas sin pasar por la razón o la lógica, directamente te ponen en guardia; la policía, investigadores, militares, bomberos…  lo llama instinto, sexto sentido; un mecanismo de autodefensa, que yo desarrollé en tierra hostil.  Desde que puse el pie en las oficinas de aquella gran nave, algo no iba bien. Me sentía incomoda como miles de veces, pero lo primero que hice fue pegar mi espalda a la pared, lo segundo escapar de la gente y lo tercero en aquel pasillo vacio, buscar respuestas a ese estado de alerta.
Entre en todos y cada uno de los despachos que se repartían a lo largo del pasillo, y a parte de escritorios repletos de papeles, sillas giratorias mal colocadas y estanterías colmadas de libros no tenía nada más que llamase mi atención aquellas habitaciones mal ventiladas y oscuras. Sólo la última me retuvo en su interior unos minutos más. La habitación estaba ordenada y la silla pulcramente colocada, sobre el escritorio vacio de papeles, un marco con la foto del Greñas mucho más joven y más feliz, era curioso, nunca se le veía triste, y sonreía constantemente pero aquel joven Greñas no era el mismo que yo conocía, jamás hubiese pensado de él que no fuese feliz, pero viéndole tiempo atrás me daba cuenta que la vida le había pasado factura.
Y levanté la vista y miré las fotos colgadas en las paredes. Y comprendí lo que mi “yo” más profundo me estaba diciendo. Salí al pasillo y vi las fotos colgadas aquí y allá, entré de nuevo en los despachos y observé cada foto colgada con detenimiento. Y cuando terminé y apoyé derrotada mi espalda en la puerta de salida, me dejé caer al suelo agarrándome con fuerza las rodillas, recordando lo que había visto nada más entrar en aquella sala donde la gente se amontonaba en la entrada. Grandes lienzos de lugares en los que yo había vivido, gente a la que yo retraté, fotos que contaban un fragmento de mi vida, que tenían parte de mi alma.
No entendía porque me sentía tan abatida, tan desolada. Levanté la mirada aguantando las lágrimas que luchaban por salir, sin comprender porque tenía que sentir ese vacío dentro de mí, quizá fuese miedo, no se puede definir con exactitud todos los sentimientos cuando una no quiere autoanalizar. La cosa es que al levantar la mirada estaba el Greñas observándome. Ese hombre te habla con la mirada, aquellos ojos verdes estaban aterrados, supongo que creía que había descubierto algo, no sé el qué, pues caminaba entre tinieblas, tenía miles de preguntas pero ninguna respuesta, ¿por qué tenía fotos mías en aquel lugar? Quizá fuese la más importante de las preguntas, pero no la principal. Estaba a ciegas.
Siempre me ha gustado mirar al Greñas a los ojos. Me relaja lo que dicen, trasmiten serenidad, seguridad y confianza. Y ahora que parece caminar entre ríos de lava, la intimidad que percibo hace que desee perderme en esos profundos ojos verdes. Afecto.
-Siempre me gustó la fotografía, supongo que me viene de raza, mi padre es fotógrafo profesional.- hice un paréntesis para tomar aire.- Es de eventos como bodas, comuniones y bautizos pero desde niña he crecido entre cámaras, carretes y líquidos de revelados. Durante toda mi vida he mirado al mundo por el visor de una cámara, cuando lo hago centro mis sentidos en los detalles. Me gusta averiguar la historia que cuenta cada rostro, pero sobre todo mirar al alma de las personas a través de sus ojos. La interacción de dos personas observándose.  La mirada sostenida y correspondida se vuelve más íntima, más sincera. Siempre intentas mantener un contacto visual con una persona cuando hay unos fuertes lazos que te unen a ella. Y dirás, ¿por qué me cuenta este rollo?- señalé las fotos que cubrían las paredes.- Estos son fragmentos que captaron mis ojos a través de mi cámara.  Puedes mentirme diciendo que no lo sabías pero te diré que siempre tuve esa certeza en tu mirada, la de que sabías quién era,… mejor dicho, quién fui.
No sabía si mantener la distancia o acercarse hacia mí. Vacilaba. Incluso las palabras, medidas siempre con cuidado, desaparecían en su garganta.
-¿Por esto no querías que entrara?- le pregunto sin dejar de señalar mis fotos. Sus ojos asienten.- Supongo que siempre supiste quien era yo. ¿Por qué tienes tantas?
-Mi mujer me enseñó a amar la fotografía. A ver la humanidad… - se quiebra su voz. Ahora veo a un Greñas diferente, un hombre que conoció el amor y lo perdió.
-¿De qué murió?- la debilidad que muestra, ese ser frágil que aguarda en la distancia, me enternece.
-Un coche…- mira hacia la derecha esquivando mi mirada.
¿Qué no desea contarme? Quizá sea el dolor de su recuerdo y yo siempre intento arrastras cada silencio prolongado al ámbito personal, a la afrenta hacía mí, no soy el ombligo del mundo, para eso nació la Rubia. Me golpeó la frente con delicadeza para no llamar la atención sobre el Greñas que vuelve a mirarme con interés.
-Puedes llevarme a casa.-no soporto la angustia del Greñas a quien siempre he visto seguro de sí mismo.- Sobre los regalos…
-No te preocupes de eso. Yo me encargo.
Y salimos de allí sin decirle a nadie que nos íbamos, sin despedirnos de sus suegros ni de la Rubia de silicona. Y una hora más tarde y sin despegar ninguno de los  dos los labios entraba en el ascensor de mi edificio con el alma revuelta.
Amore. Asociación Galgo Español.
Ni la ducha con agua hirviendo, ni el té humeante me ha hecho entrar en calor. Un frío recorre mis venas, un frío que no calienta una hoguera, es el frío que deja el vacío, la soledad, la ausencia de un abrazo, la falta de unos labios sobre la piel.
Y a pesar de mi estado, he cogido el coche y he ido a casa de mis padres, porque hoy es Noche Buena. Pero allí en la puerta he sentido que me faltaba algo o alguien. He llorado la ausencia a mi lado de esa persona. La angustia de no sentir su contacto. Y me debatía en este sin sentido cuando he visto llegar a mi no hermana y su familia. Hablaba por el móvil y parecía preocupada. Y estaba dispuesta a salir del coche cuando he visto a su marido llevar en brazos a un perro negro. Y una idea ha cruzado por mi mente como una flecha en llamas: “Esa es mi familia”. Y el dolor que sufría segundos antes se ha transformado en desprecio.
He vuelto a casa, he preparado mi maleta y regreso al lugar al que pertenezco.

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