Trigésima primera
entrada a mi blog.
-No dejan de mirarme.- comenté al Greñas tras
pillar a sus suegros mirándome por vigésima vez.
-Tantas como tú a ellos.- me giñó el ojo.
-No, no... No es lo mismo.- se irguió todo lo
que pudo y un poco más y saludó a sus suegros con la mano, ellos respondieron y
luego ocultaron una sonrisa de regocijo como cuando entregas una piruleta a un
niño después de horas suplicando por ella.- ¿Qué les hace tan feliz? ¿Por qué
les hablas de mí?
-¡Mmmm!- arqueó una ceja.
-¿Por qué sigues tratando con ellos?- me
parecía tan extraño, yo no sabía nada de mi familia política.- Dice mucho de
ti.
-Dice muchos de ellos.
-¿Estás por llevarme la contraría en todo?
-Siempre me ha inquietado que solo se supiese
la versión de Caperucita y nadie escuchase al lobo. - me descolocaba la mitad
de las veces y la otra mitad me inquietaba.- Cada persona ve la misma situación
desde un punto de vista diferente. Hay matices y detalles que a mí me parecen
relevantes y la gente los pasa por alto. Otro prisma a tener en cuenta.
-¿Por qué les hablas de mí? Y no me digas que
no lo haces.- puse los brazos en jarra.
-Todos los fines de semana como con ellos, al
menos uno de los dos días. Habló de los rescates, de los peludos, de mi
trabajo, de la residencia… y por supuesto de ti, como hablo de la Rubia, de la
portes… y del resto de compañeras a las que has bautizado tan caprichosamente.
Esto último les gustó mucho, mi seudónimo les hizo reír durante horas- esbozó
una sonrisa de esas que seducen por todo lo que revelan.- Mi mujer tenía esa costumbre
con la gente que apreciaba,… Yo era el “pelos”, mi ropa siempre estaba llena de
pelos de perros y gatos.
-Yo no aprecio a mucha gente. Lamento mucho
lo de tu mujer.
-No fue culpa tuya.- un escalofrío recorrió mi
espalda. No me gusto como sonó la frasecita, había una intención oculta, eso me
decía mi sexto sentido, me incomodó.
-Es una frase hecha.- solté impulsivamente.
Me clavó los ojos como esperando algo. Lo me inquietaba del Greñas es que
siempre tenía esa actitud expectante.
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Dayra. Asociación Galgo Español |
Unas palmadas llamaron nuestra atención. El suegro
del Greñas daba por terminada la jornada de la mañana e invitaba a todos los
presentes a café con bollos en las oficinas. Estaba buscando una disculpa,
pasaba de más charlas con desconocidos y miradas furtivas, de buscar los tres
pies al gato y de averiguar nada de la vida del Greñas, me gustaba mi
distanciamiento del mundo y de la gente. Miré mi reloj y me sorprendí de cómo el
día había engullido tres horas sin casi darme cuenta. Teníamos la furgoneta
llena de regalos envueltos y había colaborado en el empaquetado de otros
tantos. Sabía el Greñas embaucar a la gente con esos ojos verdes y esa sonrisa
seductora, aunque ahora se me antojaba alguien diferente. Estaba inquieto, la
propuesta de su suegro no le había agradado, por alguna razón no quería que
entrase en aquellas oficinas. Jugueteaba nervioso con las llaves que tenía en
su bolsillo mientras buscaba la mirada de sus suegros que hablaban con unos y
con otros mientras se dirigían hacia las oficinas.
-Voy a decirles que nos vamos.- zanjó al
final ese conflicto interior.
-Yo quiero un café, estoy helada.- me miró
disgustado. Cuanto más te resistan más me encabezonaré, le dije con la mirada. Te
pille.
En qué momento he decidido romper esa barrera
que me mantiene a salvo de todo el mundo, en el mismo instante que el Greñas
mostró temor. ¿Temor a qué?
Y se toma su tiempo en llegar a las oficinas.
Somos los únicos que quedamos en la nave, se escuchan el alboroto de la gente,
pero él reduce más el paso, si cabe.
-¿Sucede algo?- sé de sobra que sí.
-Verás… - y una voz estridente, melosa y
seductora interrumpe el momento confesión.
-¡Hola! He llegado justo a tiempo. – la Rubia
tiene dos hostias.
-¿Qué haces aquí?- el Greñas usa la pregunta
para salvar el momento. ¡Joder!
-Te dije que estaba liada pero por ti…
¡Mato!- y no podrías morirte, digo yo.- ¿Qué tal?- me hace la pregunta retorica
sin mirarme.
-¡De mala hostia!- sin disimulo ni
edulcorante.
-¿Has pensado en tomar vitaminas? Está
demostrado clínicamente que la regla nos deprime y nos pone de mal carácter. El
síndrome premenstrual. Se debe a la variación de las hormonas y sus niveles… -y
habla y gesticula, y sigue hablando y gesticulando.-… y afecta al hipotálamo.
-¡Coño! Entonces si hago una locura, puedo
alegar enajenación mental.- mal disimula el Greñas una sonrisa.
-Habrá que preguntárselo a un abogado.- dice
la Rubia cogiéndose del brazo y arrastrando al Greñas hacia las oficinas.
Creo que ha olvidado que él quería ir en la
otra dirección, y a mí, ahora, no me apetece ir detrás de la Rubia viendo su
contoneo de cadera y su melena al viento.
La gente siempre se acumula en la puerta, es
una maldita costumbre, dificultar la entrada y salida, ser un obstáculo para el
resto de la humanidad. ¡Dios como lo odio! He ido bordeando la sala con la
espalda pegada a la pared, intentando pasar desapercibida. Evidentemente perdí
de vista a la feliz pareja nada más pasar el umbral, tampoco hice nada por
darles alcance o seguirles el paso. Paso de la Rubia.
He sentido claustrofobia de las
conversaciones de todos, de sus voces, de sus risas, me faltaba el aire y la
habitación giraba. He tenido que escapar por una puerta que daba a un largo
pasillo y le he recorrido sin levantar la vista del suelo. Creo que no me he
cruzado con nadie pero no puedo asegurarlo. He llegado a una puerta metálica y
al abrirla buscando una salida, me sentía perdida, me he ubicado al instante. Unas
cuantas horas antes el Greñas dudaba si cruzar aquella misma puerta para acceder
a la nave. Y entonces he cerrado de nuevo la puerta y he mirado el largo
pasillo, ¿qué ocultaba allí el Greñas?
Dicen que la capacidad de nuestro cerebro
está en desarrollo y el hombre desconoce su alcance, pero puedo asegurar que lo
que mis ojos no vieron mi masa gris lo contemplaba, y mi conciencia me decía:
¡Vámonos!, pero mi terquedad en los momentos más inoportunos son los que me han
causado todas las cicatrices que calzo.