Trigésima entrada
a mi blog.
Soy un perro de tantos que yacen en las
cunetas de la carretera tras ser atropellado esperando a la muerte o los que
vagan por el monte con un tiro de escopeta en el pecho o aquellas que pierden
las fuerzas en las patas tras horas de pie con la soga en el cuello colgados de
un olivo o los que mueren de hambre en el fondo de un pozo. Soy un perro al que
un día le quitaron todo y le abrieron las puertas del infierno sin ninguna
explicación. Pero ¿son palabras lo que busco? Creo que no encontraría consuelo
en ellas. ¿Qué necesito para calmar esta agitación que llevo dentro?
Soy una mujer despechada, ¿Sí o no? Resentimiento
o disgusto que tiene una persona frente a un desengaño, eso dice la RAE que
significa la palabreja. Yo tengo algo más que disgusto, tengo tristeza y rabia
en partes iguales. Leí no hace mucho un artículo que hablaba de la mujer
despechada, y aconsejaba que se tuviera mucho cuidado porque a diferencia del
hombre que podía llegar a convertirse en un depresivo, la mujer era vengativa y
destructiva, llegando a ser una psicópata eso sí, en potencia.
Supongo que ahora tendrá la gente que tener
cuidado conmigo porque soy,… mejor dicho, puedo llegar a tener cierta tendencia
a clavar las garras en la garganta de más de un zorrón y en un putón con viagra a granel. No encuentro
el insulto adecuado para mi ex, atacando a esa virilidad flácida y a eso
pellejo descolgado que un día sostuvo dos huevos casi útiles, pero es que no me
parece lo suficientemente agresivo, es más lastimera su visión que otra cosa, y
ese no es el efecto que busco.
El Greñas toca mi ventanilla y me anima a
bajar del coche, se me fue el santo al cielo
de nuevo, pero ahora no tengo la cabeza sumida en un mar de lágrimas,
tengo odio por mis venas y ganas de romper las cosas con mi manos, de dar
patadas a la furgoneta del Greñas y de negarme a entrar a por los malditos
juguetes de mi no hermana, porque para eso hemos venido. Se me está poniendo
una mala hostia.
Me veo arrastrada por el Greñas hacía una
nave, ¿qué necesidad tengo de hacer lo que no me apetece? Ninguna, quiero darme
la vuelta y largarme. Pero, ¿Dónde estoy? Estoy en mitad de un polígono
industrial y tras dos naves a la derecha, veo campos arados y frutales.
Camino cada vez más despacio, mirando a ambos
lados. Él se detiene en la puerta y me aguarda. Sé que me observa a través de
sus gafas aunque parezca distraído, constantemente aplica las señales de calma
conmigo.¡¡¡Ufff!!!
-He cambiado de idea, no quiero los
juguetes.- me enfrenté desafiante.
-¿Nos vamos?- es la primera vez que alguien
me sigue la corriente, no estoy acostumbrada, me descoloca.
Titubeo. Pero no decidí regresar de tierra
hostil para dejarme arrastrar de nuevo por mi soledad.
-¡Venga!- le digo con brusquedad.
![]() |
Samsa. Asociación Galgo Español. |
Estoy molesta con el Greñas por ser amable,
por intentar complacerme, por dejarme sucumbir. Hace tres años decidí buscar la
soledad como solución a mi tristeza, pero en la soledad es cuando el hombre
mejor se conoce a sí mismo, y la cara que vi reflejada en el espejo no era la
que yo esperaba. No somos consientes de los detalles que nos rodean hasta que
las distracciones que nos producen otras personas desaparecen, es entonces
cuando nuestros pensamientos ocupan toda nuestra atención y entonces
descubrimos quienes somos en realidad, y yo era mi peor enemigo. Aquella locura
innata en mi pasaba desapercibida cuando estaba con mi familia, con mis amigos,
incluso con el cerdo de mi exmarido, pero cuando rompí el billete que me
llevaba de regreso a mi país, a mi ciudad, a mi casa, a mi vida, me quedé sola
en tierra hostil y tuve que aprender a convivir conmigo misma.
No me reconozco después de estos años
trascurridos. No he vuelto a confiar en nadie, y veo en todas las personas
posibles amenazas, por lo que descarto cualquier tipo de amiguismo. Siempre en
guardia, siempre alerta, siempre a la defensiva. Creo que nació en mí un sexto
sentido que me hace detectar lo negativo de la gente, sea amenaza o no, no
soporto a las personas que irradian ira,
rabia, celos, envidia, pero tampoco a las que huelen a miedo, cobardía.
Asique estoy dispuesta a entrar a coger esos
regalos y llevarlos al colegio de mi no hermana o en su caso, a casa de mi
madre y que ella gestione el resto. Hoy voy a dejar aparcados durante unos
minutos esos email que tienen un propósito definido en una mente perturbada que
no se sintió satisfecha con destruirme una vez, sino que vuelve después de tres
años al ataque cuando cree que resurjo de mis cenizas; pobre desgraciada que no
ve con los ojos más que las ilusiones que su cerebro atormentado proyecta. Soy la
sombra de lo que fui.
La decisión que he mostrado en mis dos
primeras zancadas me abandonaba en la tercera pero una duda en la postura del
Greñas me inquietó, no supe ver con claridad si fue él o yo el que creo esa
atmosfera de vacilación. Estaba dispuesto a entrar por una pequeña puerta pero
soltó el pomo con brusquedad y me empujó por un lateral, allí había furgonetas
aparcadas y un gentío que entraba y salía de la nave con cajas
marrones, allí se sentía cómodo el Greñas, rodeado, como si yo le
diese miedo o algo relacionado conmigo.
Pero todo se desvaneció cuando un hombre
entrado en años le silbó desde el interior de la nave.
-Te esperaba hace una hora.- dicho con un
tono paternal que ni mucho menos sonó a queja, le dio un gran abrazo al Greñas
que respondió con igual cariño.
-Ya me conoces.- el hombre me miró con
interés.
Me esperaba. Me tendió la mano con efusividad
y la mantuvo entre las suyas varios segundos, observándome con cariño pero con
mucha curiosidad. Sin soltarme la mano, llamó a una mujer que trajinaba con
unas cajas. En sus ojos vi un brillo de ilusión al verme, y digo al verme a mí,
no al Greñas con el que se fundió en un abrazo cargado de sonoros besos en las
mejillas pero sin dejar de mirarme.
-Os presento a 1324. La gusta que la llamen
de esa forma.- me abrazó cortándome la respiración y luego me acarició la
mejilla. Vi una lágrima asomar que enjugó con un movimiento hábil de su mano
derecha mientras con la izquierda apretaba la mano de su marido con tanta
fuerza que los nudillos se les blanquearon, supe que eran matrimonio por su
complicidad. -Ellos son mis suegros.
¡Cáspita! ¡Sorpresa, sorpresa! Mal disimulé
mi asombro, pues le miré con estupor. ¿Dónde escondía a su esposa? Pero como si
aquella pregunta necesitara una rápida aclaración, la mujer contestó sin dar
tiempo al Greñas a reaccionar.
-Murió hace tres años.- ahora sí que no sabía
que me sorprendía más, si saber que el Greñas estuvo casado o que era un joven
viudo.