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Tormenta de Galgos. 28



Vigésimo octava entrada a mi blog.

Aguardaba en la puerta de mi casa desde hacía horas. No sentía el frío en los pies ni en las manos ni en ninguna parte de mi cuerpo a pesar de los cuatro grados que marcaba el termómetro de la furgoneta cuando subí a ella. No puedo asegurar que el Greñas se sorprendiera al verme con tan poco abrigo esperando su llegada. Creo que tiritaba. No me dijo nada, se limitó a mirarme con esos ojos verdes profundos y desolados, los mismos con los que mira los galgos recién rescatados, valorando su pena, capturando su dolor con una mirada insondable. Arrancó después de cubrir mis piernas con su trenca de cuadros de leñador.
En mis venas no había sangre. Había leído diez correos más de los  que mi exmarido mandaba a La puta con el chocho al rojo, a aquella que llamaba amiga casi  hermana. Saber que mientras yo organizaba emocionada mi viaje a una parte del mundo sumida en conflicto, apoyada y arropada por aquellos que creía que me amaban, la cuenta atrás para alcanzar su libertad había comenzado. ¿Esperaban que una bala perdida acabase con aquel “pero”  tan molesto para sus revolcones? Me sentía abatida, hundida como la mañana que leí su mensaje diciéndome que no tenía hogar ni vida donde regresar.
-¿Va todo bien?- el Greñas siempre mantenía un silencio respetuoso pero entre murmullos iba repitiendo las conversaciones que había leído durante la noche, y recreando con todo lujo de detalles una imágenes que jamás vi ni creí posibles.
Le miré como miran los galgos cuando llevan una semana entre nosotros, con la tristeza en los ojos y la esperanza en la mente.
-No lo sé.- balbuceé después de unos segundos.
Y era cierto que no lo sabía. ¿Cómo puede alguien romperse por dentro dos veces y por la misma razón? Estaba reviviendo mi ruptura matrimonial por segunda vez, pero ahora con la certeza que tiene la esposa que pilla en la cama al marido y a su mejor amiga. Entonces aquellos años en tierra hostil, ¿Para qué sirvieron? ¿No tapone la herida, sigo desangrándome por dentro, o soy una marioneta de sentimientos en manos de La puta del chocho al rojo?
-No creo que esos correos hablen de mí. No recuerdo nada de lo sucedido…- dije mirando por la ventana como si aquella aclaración fuera suficiente para el Greñas, que continuó con los ojos fijos en la carretera.
Y una y otra vez en mi cabeza se reproducen los fragmentos de tantos email, que he perdido la cuenta de los que llegué a leer a noche, quizá todos.
Maya. Asociación Galgo Español.
“He cortado sus conversaciones con grosería, cambiando de tema bruscamente, para que se diera cuenta que ni los árboles del Amazonas, ni los orangutanes ni las tribus que viven en la selva, ni los niños explotados por las grandes multinacionales, ni ninguno de esos dramas que asolan el mundo y a ella tanto la conmueven, me importan una mierda. Cada uno que solvente sus problemas como pueda.
Llevo años menospreciando sus parlamentos, incluso antes de que tú aparecieras en mi vida como algo más que su eterna amiga, ensombrecida por ella. Pero ella sigue impávida.”
Suspiré profundamente y creo que el Greñas dijo algo pero no recuerdo el qué, yo seguía dando vueltas a tantas conversaciones, a tantos momentos de mi vida que me resultaban ajenos totalmente. Incluso lo del perro.
“He disfrutado haciéndola sufrir gratuitamente. La convencí de adoptar un perro como un símbolo de nuestra unión, algo de los dos, alguien a quién cuidar y mimar pero que no ocasionase muchos quebraderos de cabeza, y como ella siempre ha deseado tener uno, se puso manos a la obra. Eligió una protectora y a uno de tantos, creo recordar que me enseñó la foto y la miré por encima del hombro sin mucho interés, ella me pregunto y yo le di el visto bueno. Empezó a canturrear en la ducha, a mirar camitas, correas y collares de todo tipo, a informarse de piensos y a soñar despierta en lo que íbamos a hacer con aquel bicho y dónde podíamos viajar con él.
La mala fortuna quiso que el día que íbamos a recogerlo tuviera en el trabajo miles de problemas, y salí de la oficina con el ánimo algo torcido. Me subí al coche de mala gana y la hice notar  que no iba con buen talante a ninguna adopción, pero ella insistió asegurándome que en cuanto le viese la carita y lo acariciase todos mis problemas desaparecerían. ¡Sería inmadura!
Creo que el mayor error que cometí fue decir lo que ella quería escuchar, para conquistarla, pues pasaba de mi con aquella altanería insufrible, no soportaba que una mujer a la que dedicaba mi tiempo no fuera reciproca con mis atenciones, fue una obsesión, un reto, además por aquel entonces el director de redacción estaba loco por ella, y me hablaba tanto de todas sus virtudes que llegué a creerme las palabras de aquel necio.  La dije algo como que adoraba los sacos de pulgas y miles de patrañas más que sabía que ella era apasionada.
Me engañé yo solo, y mientras conducía hacía la protectora me di cuenta que ella era tal y como me dijo. Aparqué en la puerta y cuando se dispuso a bajar del coche la sujeté de la muñeca con fuerza. Creo recordar que le dije: “O él perro o yo.” Abrió los ojos desmesuradamente, se los hubiese cerrado de dos puñetazos, creo que la expresión de mi rostro fue de asco al ver la tristeza dibujada en el suyo. Siempre tan depresiva, tan melancólica.
Esperaba por su parte algo más de coraje, a lo mejor si hubiera visto arrojo en sus palabras o en sus actos, hoy tendríamos un perro en el jardín. Siendo sincero, nunca pensé realmente en adoptar. ¿Por qué disfruté con aquello? Porque ya la odiaba. Tenía que habérmela follado como a todas las demás y pasar página, pero la pedí matrimonio, no sé la razón.
Me imploró que entrásemos a buscarle, que estaban esperando mi llegada, que había avisado. Me imagino que por su cabeza pasaría la imagen de un perro en la puerta aguardando impaciente la llegada de sus futuros amos, su soledad iría incrementándose a medidas que las horas del día fueran cayendo, y alguien le quitaría ese collar que tan amorosamente ella había comprado a distancia; y seguro que la misma persona que le baño y peino para estar guapo susurrándole la buena vida que iba a llevar a partir de ese momento, es la misma que deja en el chenil al perro que nadie fue a recoger.
Y arranqué de nuevo el coche, y ella cerró la puerta y me miró destrozada, abrí una brecha de amargura en ella pero ni con eso conseguí que se fuera de mi lado, aprendió de nuevo a amarme, y ya no mentí más sobre mi pensamiento sobre los animales. Alguien diría que eso es amor, para mi es falta de personalidad. Un ser moldeable al antojo de un buen artista.”

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