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Dakota. Asociación Galgo Español. |
Vigésimo quinta
entrada a mi blog.
Y me doy cuenta en los pocos momentos de
lucidez que tengo, que no me encuentro muy bien, que debo aislarme del mundo
por dos razones: la primera y más importante, la indiferencia que causo en la
gente me duele, y no tan en el fondo como yo creía; y la segunda, hacer la
puñeta al mundo tiene su satisfacción personal, pero luego todo tiene un efecto
búmeran. Con mundo me refiero a mi entorno, únicamente a la gente que me rodea:
mi vecina del quinto, la panadera, las amigas de mi madre, mi familia, las
amigas inexistentes, y la gente de la residencia.
He pensado mucho en la Portes y su frasecita:
“…sí está desequilibrada qué culpa tengo yo”. Quiero confesar que el recuerdo
del hombre de barba sucia y con olor a podredumbre, no es mío, cuesta
confesarlo, pero no lo es. Recibí un balazo en el muslo, nada en consideración,
estaba en el lugar equivocado, muy habitual en aquellos días. A lo que iba. Allí
la conocí, estaba justo a mi lado y tenía la vista perdida en el techo de aquel
edificio desvencijado, no hablaba y apenas comía. Creo que la dieron por
perdida el mismo día que la dejaron sobre la cama aquellos dos hombres que la
encontraron tirada entre los restos de una vieja fábrica de calzado. No hacía
falta preguntar qué había sucedido, su poca ropa hecha girones, su cuerpo
golpeado con saña y la sangre seca que cubría sus piernas era suficiente historia.
La enfermera la limpió con esmero pero se la veía aislada de ella, indiferente
al sufrimiento de una mujer que podía ser cualquiera de nosotras. Una noche la
escuché gemir entre golpes de fiebre, me puse en pie y la sostuve con fuerza la
mano, primero se dejó acariciar sin mostrar respuesta, pero cuando retiré mi
mano para regresar a la cama, noté la necesidad de mi contacto para conciliar
el sueño. Abrió débilmente los parpados y esbozó una suave sonrisa,
seguidamente puso en orden su vida y media hora después encontró la paz allí
donde sea que vaya la gente que no encuentra descanso entre los vivos.
Alguien me ha preguntado: ¿No sabes pedir
perdón?
No tengo que pedir perdón por nada. Esto es
causa y efecto, sencillamente. El encontronazo de la última vez ¿fue culpa mía?
Evidentemente ¡No!, ¿Me dijo la Portes dónde iba? ¡No!, ¿Tenía la Portes que
haber arrastrado a la Rubia? ¡Sí! Y aquí viene la pregunta trampa: ¿Por qué no
se lo dijo? Inconcusamente no lo dijo para joderme, para que el Greñas viese
que estoy algo nerviosa, irascible con ciertos actos humanos depravados. Y la
Rubia es tan culpable como ella, ¿Quién me dice que no estaba todo planeada por
las dos? ¿Tan importantes eran esos supuestos pedidos?
El día en cuestión, por la tarde, estábamos
el Greñas y yo cerrando los cheniles después de pasear durante casi dos horas
con todos ellos por las pistas, cuando empecé a pensar que quizá debía dar
algún tipo de explicación, es cierto que él parecía no necesitarla, no como la
Portes que se fue maldiciendo mi persona en todos los idiomas conocidos.
Estuvimos todo el tiempo en silencio aunque sentía sus ojos clavados en mi
cogote todo el rato. Me acerqué dudando, dos pasitos hacia delante, dos hacia
atrás, terminó salvando la distancia él, no puedo decir si a propósito o por
casualidad.
-Quería decirte… - clavé los ojos en el
suelo, no sabía que contarle o que pretendía rompiendo el muro de hielo que nos
separaba.
-No necesito explicaciones, 1324.- me dijo en
un tono conciliador.
-No voy a justificar mi comportamiento, ni
busco tu lástima para perdonar… - se giró lentamente dándome la espalda. ¿Qué
coño me sucedía? Tranquila, tranquila.- ¡Espera! No te vayas. -le cogí del
brazo.
-No me voy 1324. Se me han caído las llaves.-
y me señala el suelo. Allí junto a su bota de agua había un gran llavero con
más de veinte llaves.
-¡Ya!- me rasco la frente con tanta fuerza
que dejo una sensación de quemazón en toda la piel. Pero lo peor es que
instintivamente mi cuerpo se pone rígido, hay tensión en mis movimientos y mi
tono de voz es serio y algo más elevado de lo que deseo.
-Estás siempre a la defensiva. Siempre
esperando el peligro, a la persona que te dañe. –puso los dedos como garras de
leopardo, su intención era salvar la distancia que yo misma había marcado, pero
me cuesta apearme de mi fortaleza y como respuesta fruncí el ceño y aumenté la
distancia que nos separaba.
-Supongo que soy la mofa del grupo, la
desequilibrada que la lía en cuanto tiene la oportunidad.-reí con amargura.- No
creas todo lo que cuentan de mí, puedo llegar a ser peor.
Mi tono era agresivo, mis movimientos de mano
desde lejos resultarían amenazadores. Lo que deseaba decir al Greñas no era lo
que salía por mi boca, que sonaba poco respetuoso y enfadado con todo bicho viviente.
-Lo mejor es que lo dejemos.-sentencié al
final.
Daba igual lo que dijese al Greñas, nada iba
a cambiar, la gente vivía en una realidad diferente a la mía, yo había visto
cosas, tenido vivencias que parecían sacadas de una novela de terror y había
hecho otras de las que no me sentía orgullosa pero fueron necesarias para
sobrevivir. Sobrevivir, curiosa la palabra empleada, yo fui a tierra hostil
para morir, y cuando estoy rozando con la yema de los dedos lo que tanto creí
ansiar, descubro que lo que en realidad quiero es vivir, pero para lograrlo
tengo que pactar con el mismísimo Diablo porque allí la voz de Dios se ahoga
con el ruido de las bombas y los llantos de los desgraciados que no tienen
donde esconderse.
-¡1324!- del Greñas sabía que cuando
controlaba la voz, vigilaba la respiración y vocalizaba, era porque dejaba
fluir sus sentimientos, lo había aprendido observándole hablar con los galgos.-
Nadie es más severo con nuestros defectos y pecados que nosotros mismos. Yo no
juzgo a nadie, pues hubo un tiempo…
-Para, para… ¿vas a relatarme lo mala que es
tu vida?-me hubiera gustado escucharle, conocerle más detenidamente pero esa
boca con vida propia ajena a mi cerebro y a mi corazón lo estropea todo con
bordería y crueldad.- Lleváis mucho tiempo ignorando implacablemente mis
mensajes, y ahora me llamáis “desequilibrada”, no vengas con un acercamiento de
colegas de sufrimiento porque no mola nada.
-Nadie te rechaza… -levanté la mano para hacerle
callar, por mi parte era una actitud soberbia que no tenía cabida con un hombre
prudente y comedido, otro me hubiese dejado allí tirada, creo que me comportaba
con él de esa forma porque sabía que no se iba a ir.
-He aprendido con el tiempo que el rechazo
duele más que el dolor físico, que tarda más en curar y que la memoria grava a
fuego los sentimientos padecidos y los recrea una y otra vez con todo lujo de
detalles y sensaciones.- deseaba decirle como me sentía, que la culpa era de
todos ellos, o mía, pero sobre todo que necesitaba ayuda, estaba cansada de
sentirme tan sola, tan triste, tan desesperada, pero no sé como pedir ayuda, no
lo sé.- Quise pertenecer a vuestro grupo, pero…
-Con tus reglas.- aclaró lo que yo intentaba
ocultar.
-…supongo que sí. Pero no me dejasteis y me
sentí rechazada y levanté barreras para protegerme… No fui capaz de tomar una
decisión, no pensaba con claridad cuando me fui, sentía tanto desconcierto,
tanta frustración y dolor, un dolor físico real, me sentí abrumada. Tenía que
dar explicaciones a mi familia, a mis amigos… incluso me las debía a mí misma.
¿Qué hice mal? ¿Por qué me abandonó? Me sentía culpable. Superar el abatimiento
que tenía tras días de flagelación, era imposible, y a todo esto, tenía que
añadir el daño gratuito que cause a mi familia que durante semanas me buscó
desesperada.- todo aquello no era lo que yo quería decir al Greñas que
escuchaba atentamente, ¿por qué me sinceraba con un desconocido?- Tenía todo el
derecho a estar enfadada con el mundo, a ser violenta, a herir si era necesario,
a mostrar agresividad a todo aquella persona que se acercase a mí, tengo todo
el derecho, me lo he ganado a pulso. Cuando regresé, lo primero que hice fue
alejarme de todo el mundo, levantar murallas para todos los que intentasen
acercarse a mí. Y casi lo logré. Pero un día… te cruzaste en mi camino… hubo
algo en tu forma de hablar, de tratar a aquellos animales que me llevó a
buscarte…
¡¡Joder, joder rebobina!! ¿Qué acabo de
decir? ¡¡No me jodas, no me jodas!!
Y huí.