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Nico. Asociación Galgo Español. |
Vigésima tercera
entrada a mi blog.
Y seguimos sumidos en un mundo de mierda.
Dejando de lado mi estado mental tan lamentable, continúo sin dormir y viendo
enemigos tras las sombras. Tienen todos, una disposición natural a cabrearme
diariamente. Mi madre con su constantes llamadas para saber qué hago o dónde
estoy, mi padre recordándome que la única familia que me quedará cuando ellos
no estén será mi hermana, su marido y sus hijos, auténticos desconocidos. Luego
está la puta del chocho al rojo que no deja de saturar mi contestación con
falsas disculpas y ruegos de otra cita para aclarar un error de interpretación.
¡Error de interpretación! ¡No soy gilipollas! También ha llamado la nueva
zorrona y mi exmarido, esté último creo que sólo quiere un revolcón conmigo…
Ayer o antes de ayer o hace un mes, no tengo
ni idea de cuándo mantuve la conversación con mi madre. Jugueteaba con las
migas que quedaban en el mantel después de una comida cuya única finalidad fue
cebarme, la pillé mirándome con lástima:
-… ¿Qué te cegó?-intenté rebobinar para saber
de qué estábamos hablando, con la tarea mecánica de amontonar las miguitas había
descuidado la conversación que era más una monserga de todas las comidas.
-¡Deja a la niña!- mi padre era hombre
prudente, de poco entrometerse en la vida ajena, incluso siendo la mía mantuvo
una distancia respetuosa en todos los momentos, incluso en aquellos donde una
bofetada hubiese sido la mejor respuesta.
-No solo era la edad, sino aquella seducción
que usaba con todo el mundo… -la diferencia de años fue un tema de disputa
entre mi madre y yo, pero todo lo demás era totalmente nuevo para mí.
-…Con falda, querida, con todo el mundo que
llevase una falda.- mi padre bebió un sorbo de su vaso de whisky, mientras
contemplaba el fondo en busca de respuestas.
-No recuerdo… - y es cierto que no recuerdo
nada, es la vida de alguien muy lejano a mí, alguien a la que no conozco ni
quiero.
-Siempre tan correcto, tan perfecto. Vestido
tan elegante, oliendo a perfume, nada de empalagoso ni exagerado, una fragancia
que dejaba un recuerdo constante de él en el aire, y nunca era la misma,…
-¿Te molestaba que fuera aseado y limpio?-
salté a la defensiva como si me uniese a él algún tipo de deber moral defender
su honor, que nadie ponía en entre dicho.
-Siempre tan cordial, tan simpático… -siguió
mi madre impertérrita.
-…primero sondeaba y luego halagaba, mantenía
tu interés en conversaciones estimulantes de temas que te apasionaban… -
apuntilló mi padre como si él no estuviera a nuestro intercambio de expresiones
de un hombre que llevaba tres años desaparecido.
-… luego llegaron los detalles sencillos: la
rosa roja, una rosa roja perfecta, sin espinas y sin florituras, entregada con
delicadeza…
-¿Os parecía mal que intelectualmente me
enriqueciese o que me colmase con detalles románticos?- ¡Santo cielos! ¿Qué padres no desean lo mejor
para su hija?
-Cuando uno intenta engañar a los demás
fingiendo ser otra persona pueden pasar dos cosas: que acabe engañándose a sí
mismo, lo cual, nunca sucedió con él porque es maestro en estas artes; y dos
terminemos destruyendo a la otra persona…
-¿Él no me destruyó?-grité, vehemente.
-Eras independiente, divertida, apasionada,
inteligente, admirada por muchos y envidiada por otros,… trabajaste durante
años con él y jamás te fijaste en su persona… pero él sí en ti. Creo que te
convertiste en una obsesión en un trofeo….
-¡¡¿Un reto fui para mi marido?!!-estaba
claro que mi madre había perdido el juicio.
-Para tenerte tenía que cambiar de los pies a
la cabeza, tal y como era, para ti era invisible, uno más de tantos. Empezó a
vestir con otro estilo, más juvenil sin olvidar su madurez, estaba claro que
tenía dentro del armario un buen estilista; con otros colores dejando la gama
del negro y gris marengo aparcados, a usar esos perfumes afrutados que siempre
te han gustado. No había ningún problema en fingir ser otra persona si
conseguía su premio. Y cambio su personalidad, paso de ser un mujeriego a un
seductor enamorado de una mujer inteligente, elegante con saber estar y que
encandilaba a todo el que la conocía. Te introdujo en su vida, en su círculo
social, y hechizaste a sus amigos y te hiciste amiga de sus mujeres. Eras la
mujer perfecta para un hombre triunfador. Él lo sabía. Pero para tenerte, tenía
que seguir siendo quien no era. Mantener una farsa durante tanto tiempo, supone
un alto coste. Un conflicto en lo más profundo de uno mismo. Y dejó de gustarse
ante el espejo, y cuando eso sucedió buscó la causa de aquel asco que le
producía ver su imagen cada mañana, y reparó que tú habías sido el detonante de
su destrucción… en las fiestas le preguntaban por ti, las mujeres de sus amigos
a las que seducía en otro tiempo con facilidad veían a su alrededor una muralla
infranqueable por la ternura y amistad que despertaba su mujer, ¡tú, hija mía! Su
mujer estaba presente en todos los rincones, en todas las conversaciones, en
todos sus logros como cadena de televisión y en las imágenes de primera plana
de su periódico…”ella, ella, ella, ella”… ¿Dónde había quedado sepultado él?
¿Cuándo se convirtió en la sombra de su mujer? Eso se repetía cada día. Pero eliminarla
de la ecuación no era sencillo, si se separaba, el que dejaría de estar en el círculo
sería él, y esos eran sus amigos, su trabajo, su vida. Tú sobrabas. Fue sencillo
engatusarte, estabas cegada por sus logros y no veías que eran todos tuyos,
admirabas a la persona equivocada. Y nuevamente te engañó y te fuiste. La gente
se acostumbró de nuevo a no veros juntos, os desligó, y con el tiempo su
personalidad camaleónica hizo que todos olvidasen que una vez tú estuviste
dentro del círculo… Todo lo que sucedió después fue sencillo.
Leí hace tiempo que cuando una persona se
vuelve invisible es porque pierde los lazos que le unen al resto del mundo. Yo he
perdido tanto los lazos afectivos, siento que no soy suficientemente
significativa para los demás, como que no tengo nada en común con el resto de
las personas, no compartimos los mismos valores. Hay una brecha entre yo y el
resto del mundo, larga y profunda.
¿Quién ha cambiado: el mundo o yo, o ambos?
Me obligaron a cambiar. Y ahora no encuentro mi
lugar.