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Amore. Asociación Galgo Español. |
Vigésima entrada
de mi blog.
¡Qué bien me va todo! ¡Qué cielo más azul!
¡Qué lucecitas Navideñas tan bonitas!
¿Quién se lo ha creído? ¡¡¡¡Yo noooo!!!!!
Estoy de los villancicos navideños en el coche, en el centro comercial, en la
residencia y en las bocas de las voluntarias hasta el cogote, voy a vomitar,
¡Vomito!
Han pasado unos días, no he tenido ganas de
escribir porque andaba con la mosca tras la oreja, había un numero que no
dejaba de llamarme al móvil, y cuando no era este número era mi ex y si no era “la
puta del chocho al rojo”. Estoy tan fuera de mí que he hecho demasiadas
bobadas, enumero dos de diez, para muestra un botón, decía mi abuela. La primera,
cambié mi nombre en el Facebook, me he llamado 1324. ¿Por qué? Yo que sé. Quizá
esta nueva versión de mí misma con amigos imaginarios o con una vida social
inventada sea más excitante que la que yace en la frontera de tierra hostil. Y
la segunda y no menos preocupante, pedí amistad a todos los de la residencia,
incluso a la página de la residencia. Lo patético es que todos me aceptaron, ¡qué
gente tan retorcida!, no me soportan pero quieren saber lo que escribo de
ellos, van a llevarse un chasco cuando vean que no pongo nada de nada, sólo las
fotos de los carteles que ellos mandan.
A lo que iba. Cuando una persona insiste unas
quince veces llamando a un mismo número, te planteas que es la oferta del siglo en otra
compañía de telefonía o es algo verdaderamente increíble como un premio Pulitzer
y si no contestas perderás la oportunidad de tu vida o también cabe la
posibilidad que sea la nueva pareja de tu ex que te llame con amenazas: “¡Te
desfiguraré la cara a arañazo limpio, si no firmas los papeles, ¡ya!!”
Y aunque parezca surrealista, es la tercera
opción, y no las otras dos totalmente cotidianas. Era una voz joven que
arrastraba la “S” como si fuera una víbora, aunque más parezca una lagarta en
busca de una vida acomodada. Me preguntó si yo era la esposa de su marido. Evidentemente
contesté que no. Y aquí la muchacha desató su boca y me llamó en décimas de
segundo de todo: vieja amargada; puerca retorcida; pesetera, no debe saber que
cambiamos al euro hace unos añitos,… luego se cagó en mis tres padres, esto
ofendería a mi madre a mí me divirtió. Me recliné en el sofá y la escuché todo
lo que tenía que decir sin añadir nada, cuando terminó me dijo como
advertencia: “No hagas que vuelva a llamarte”. Eso último es lo más chungo que
nadie me ha dicho jamás, ¡Ojalá!
Cuando me presionan soy impredecible, puedo
sacar una furia demoledora e infatigable, como puedo cavar una fosa y meterme
en ella, ¿a qué se debe esa variedad de yo misma en este cuerpo?
Luego llamé a mi exmarido y le dije:
“Como la nueva furcia que metes en tu cama me
siga llamando para firmar unos papeles que nunca me has enviado, quizá sea yo
la que tome cartas en el asunto.”
Una hora más tarde mientras me duchaba recibo
un mensaje en mi contestador:
“Siempre fuiste tan comedida, tan educada,
con esa presencia arrebatadora, en todo momento sabías lo que había que decir o
como correspondía actuar. Incluso en nuestra vida íntima eras tan inocente,
tirando a mojigata, eso al principio me causaba ternura y me hacía desearte,
luego cuando te fuiste… bueno encontré una versión de ti más loca, más salvaje.
Me encanta esa nueva tú. Tenemos que vernos.”
Ya lo he dicho, mi examiga me imitaba en la
ropa, en el maquillaje, en el perfume, ¿qué posibilidades hay de que dos amigas
coincidan en todo? Hasta en los estudios. A ella le gustaba la moda, la pintura…
pero tenía que seguir detrás de mí como un perrito faldero, vivir siendo una
copia y para eso necesitaba estar cerca, yo evolucionaba constantemente, era
una versión pobre de mí, una versión como dice el capullo de mi ex.
Un par de días más tarde llama la del “chocho
al rojo”. Por cierto, he cambiado todos mis contactos en el google, tienen
todos connotaciones eróticas, me pareció divertido y mucho, ahora no tanto. No
hablé con ella, se limitó a dejar el recado en el contestador como todos los
demás. Sujeté el móvil con las dos manos, sintiendo cada vibración como las
convulsiones de la ira que la provocaba ignorando su llamada, incrementando su
rabia, recordándola que mi desprecio sigue siendo latente, que no es nada ni
nadie en mi vida. Mientras sonaba y veía el excremento de perro que he puesto
como foto del perfil, el adecuado para ella, es como una “Gran cagada”, dejó mi
vida sumida en la mierda, no me digáis que una imagen no cuenta su historia, ya
sé que es “vale más que mil palabras”.
Tengo ganas de volverme loca. Me siento
prisionera de mi cuerpo, de mi educación, de mi misma. Me gustaría decir a las
personas que me llevaron al límite que todo lo que me sucede es por su culpa. Pero
eso lo pienso en los momentos de debilidad o quizá en los de cordura. Descargar
lastre, y no seguir arrastrando las conversaciones que nunca se tuvieron, las
explicaciones que se guardaron.
Parece ser que para mi exmarido todo se
reduce a un tema de cama, la otra tiene una licenciatura en sábanas de satén, látigos
y mordazas, yo sigo anclada en la luz apagada y quitar lo justo para un
restregón sin que dejes de ser una señora. Mojigata. Yo no me escandalizo con
facilidad pero si es cierto que soy de una moral recta.
Llevo sin tener relaciones tres años. Mi exmarido
ha ido pasando de cama en cama, cada vez más jovencitas, con más técnicas
modernas… anillos, bolas chinas, látigos, antifaz, corbatas usadas para
maniatar… ¡Uff! Ni un gel he usado en mi vida. Seguro él se toma viagra,
imposible que pueda seguir la fogosidad de una jovencita con las hormonas en
ascensor sólo con dos coñac. Dos coñac. Todos los sábados por la noche y
siempre que no hubiese cena con amigos porque entonces lo trasladábamos al
domingo, y si no tenía resaca; se tomaba dos copas bien cargadas antes de
meternos en la cama.
Los años de ascensores, mesas en los
despachos e incluso en la oscuridad del cine, se acabaron en cuanto nos
casamos. Se volvió todo tan rutinario, y aburrido, yo creo que no fui yo, yo
quería el riesgo, me gustaba saber que podían pillarnos. Me guastaba ponerme
lencería cara y excitante pero con el tiempo me di cuenta que no valoraba mis
esfuerzos por parecer sexy en la cama, por parecer un poco como mi amiga, una
furcia.
Se desnudaba de cintura para abajo y esperaba
a que me tumbase con las piernas abiertas, sin juegos sin besos. ¡Pin-pan-fuera! se giraba y se quedaba dormido mientras yo repasaba mentalmente en qué
momento nos distanciamos.
Por eso acepté irme como corresponsal, esperaba
que la distancia nos uniese, que ilógico pensamiento. Anhelaba que me echase de
menos. Pero me sustituyó por una versión cutre de mí.