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Tormenta de Galgos. 9


Zenda. Asociación Galgo Español.

Novena entrada en mi blog.

No soy una persona que le guste analizarse, no me realizo un estudio psicológico profundo sobre lo que me gusta o lo que me disgusta, lo que me relaja o lo que me inquieta; yo simplemente actúo si es necesario sin pararme a pensar: esto me conviene y esto es una cagada monumental. Porque he aprendido que no se puede ir por el mundo de puntillas; los días de lluvia uno se moja por mucho que evite los charcos, por lo tanto no podemos andar pensando: “¡Ay Dios mío si hago esto luego voy a tener el alma en vilo y el corazón en un puño!” Joder te estás amargando antes y vas a sufrir después, pues evita uno de los dos y eso que sales ganando.
Y a qué viene esto, pues a nada. Fue llegar a la puerta de la residencia y ver el coche de la Rubia aparcado en el camino. La Rubia es una tía cargante, pero no por eso voy a dar media vuelta y marcharme, además tengo un regocijo en la boca del estómago y unas cosquillitas en los dedos, me gusta sacarla de sus casillas, es tan predecible, tan simple. Es cierto que luego tengo algo de remordimiento por mi comportamiento pero es tan insignificante que merece la pena llamar al timbre para que me abran.
Escuchó mientras la puerta del garaje me deja paso un alboroto estremecedor, siempre el recibimiento son ladridos estrepitosos dando la bienvenida; nunca viene mal una visita que pueda sacar del aburrimiento tantas horas de encierro en unos cheniles minúsculos y bastante bien aireados.
Saludo con desinterés a los guardas que mantienen una conversación bastante desenfadada señalando al fondo del recinto y riendo a carcajadas. Algo me dice que lo que sea que está descolocando a los perros, me está a punto de salpicar cuando veo un galgo corriendo a… cuánto irá… 60kl/h. Me parece reconocer a Nico, es puro nervio, elegante en su zancada, uno se queda embobado viéndoles correr, como cambian de dirección en el aire, parece que la gravedad no les afecte, y esos cuerpos delgados y musculosos son capaces de mimetizarse con el viento, visto y no visto; entiendo que sean la pesadilla de la liebre, pero maldita la gracia para ambos.
Y entonces, cual ágil gacela veo pasar a la Rubia agitando una correa en la mano derecha y lo que parece un arnés en la izquierda; más que una gacela es un ave zancuda torpe y boba, corre destartalada con esos zapatos de tacón y esos leggins de cuero, toda ella embutida en un top blanco que marca esas dos perfectas cualidades suyas. No lo veo divertido y no entiendo por qué no, Nico la hace quiebro tras quiebro; se para, la espera y cuando ella le tiene a escasos centímetros, salé a la carrera provocándole un tras pies, en una de esta posa su respingona nariz en el suelo. Maldice y patalea sobre la arena cuando le ve desaparecer en el último segundo, “¡Te tenía!” grita justificándose ante unos pájaros que posados en los cables de alta tensión, que cruzan el recinto, observan como yo el patético espectáculo.  Y entonces la Rubia se da cuenta de mi presencia y viene hacía mí con la mala leche que acumula contra Nico.
-¡Podrían ayudar y no estar como una pazguata mirándome divertida!- me agita la correa a la altura de los ojos. La doy dos leches que la dejo en el sitio.
-Mi expresión puede ser desagrado, vergüenza,… pero no divertida.
-Vamos a acorralarlo, tú por la derecha y yo por la izquierda…
-Es un plan nefasto.- ¿Será verdad lo que dicen de las rubias? Aunque esto es caer en un estereotipo y no soy de esas.
-No nos caemos bien, y ambas lo sabemos. Pero ahora lo importante es coger a Nico sin que se haga daño.
-¿Nico o tú? No puedes correr detrás de un animal que tiene a sus espaldas muchos miedos, gritando y agitando al aire una correa como si fuese un látigo. ¿Acorralarlo?- fruncí el ceño y chasqué la lengua varias veces negando.
-Si crees que lo puedes hacer mejor que yo.- y me tira a la cara el arnés y la correa.- Ilumíname.
Se retira un par de metros y me reta con la mirada. Podía darme la vuelta y marcharme dejándola con el problema que ella solita ha creado, pero no puedo, no quiero quedar por debajo de ella ni siquiera a su nivel, no puedo.
Cojo el arnés y la correa que las dejé caer al suelo y me alejo lo máximo de su perfume, es de Narciso, estoy casi segura, el mismo que usa mi examiga, son muy similares, las dos rubias, las dos con profundos ojos azules y las dos con esa silueta de quirófano. ¿Será por eso que tengo ganas de humillarla constantemente?
Nico me observa, ha visto como nos hemos pasado el relevo de su captura, no se le ve preocupado pero a mí tampoco, porque si no lo cojo yo, lo cogerá el Greñas que está a punto de llegar. Resulta que nadie podía venir esta tarde y casi hay overbooking.
Paseo sin prisa, alejándome de él y sin mirarle, con la vista clavada al suelo. Dos minutos después me sigue sin carreras a una considerable distancia, la suficiente como para sentirse seguro si intento algo raro. Me agacho y toco con la punta del dedo una piedra, la observo y la dejo en el mismo lugar. Por el rabillo del ojo veo como repite la operación. Tengo una pelota de tenis en mi mochila y muy lentamente la saco y me la guardo en el bolsillo. Él no pierde detalle, pero empieza a mostrar algo de inquietud, sabe lo que es la bola peluda amarilla, hemos jugado muchas veces y aunque jamás me la trae, disfruta corriendo tras ella y cogiéndola antes de tocar el suelo. Me agacho nuevamente cuando veo un agujero en la tierra, hecho por alguno de ellos, y coloco la pelota en el fondo, finjo que la estoy desenterrando y aunque se resiste a acercase y da vueltas sobre sí mismo sin dejar de observarme, decide venir para arrebatármela, sale corriendo con ella en la boca. Le sonrío divertida cuando le veo feliz saltando de aquí para allá con la pelota entre sus dientes dándola mordiscos. Ya es mío. Pero a lo lejos oigo la voz estridente de la Rubia: ¡Serás gilipollas! ¡Le tenías a mano coño!
He leído las publicaciones de la Rubia cuando me enteré que era ella quien las escribía, no he leído nunca nada más soez y repetitivo día tras día, sus palabras preferida son tacos y su frase se remacha como muletilla de todas las historias: una vida de mierda. Luego esta lo que se conoce como apología a  la violencia contra los galgueros: habría que cortarles las venas con cuchillo de plástico, sacarles el corazón con cuchara de madera y un largo etcétera que no voy a enumerar porque este es mi blog y no hago publicidad a nada que lleve la firma de la Rubia. Esto me demuestra que es una descerebrada. La red está llena de historias lacrimógenas, lo sabré yo que escribí sobre algunas aunque versadas en otros temas con una gran similitud, le duela a quien le duela leer esto. Hay que darle una vuelta de tuerca a todo para llegar a un público que se resiste a ser insensible pero se acostumbra a ver la imagen desgarradora y la olvida a los pocos segundos, bueno seamos buenos y digamos días, los que tardamos en comentarlo con nuestros familiares, amigos y compañeros, es la imagen del momento y presumimos de estar informados, pero luego todo se eclipsa por el gol de Messi o el coche de Cristiano. Somos frívolos.
Pero a lo que íbamos, uno puede pensar que el insulto de la Rubia tuvo algún efecto en mí, pues sí, el que se siente en la victoria, la miré con desprecio para darme cuenta que junto a ella y observándome con interés estaba el Greñas, con el pantalón vaquero desgastado y una camiseta de manga corta blanca ajustada, marcando musculitos, la Rubia tenía más pechamen que cinco minutos antes. ¡Por Dios!
Sin dejar de mirar a la Rubia a los ojos, la dediqué con un movimiento sutil de mis cejas mi hazaña y llamé a Nico: “¡Nico, pelota!” y por supuesto, lo que estáis imaginado es lo que sucedió, Nico se acercó y me retó a quitarle la bola peluda amarilla, pero nosotros dos llevábamos mucho tiempo jugando al tira y afloja y como bien sabe que yo no me dejo arrastrar por su velocidad inigualable ni su destreza al quitarme la pelota de los pies, espero hasta que la deposita a unos cincuenta centímetros de mí y se retira esperando mi lanzamiento. Se la lancé un par de veces y a la tercera le coloqué el arnés y la correa. El Greñas me vitoreó y la Rubia aplaudió con desgana antes de desaparecer por entre las filas de los cheniles, mascando su humillación, seguro.
-¿Cuántas veces se te ha escapado aquí el amigo?-me pregunta divertido mientras abraza a Nico y se lleva dos buenos lametazos.
-Miles, hasta que descubrí el invento de la pelotita.- le muestro el interior de mi mochila con otras cuatro esperando su turno.
-¡Eres muy mala 1324!- y me acompaña a dejar a Nico sin dejar de reír a mandíbula abierta.
Rubia cero, yo uno.

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