Octava entrada de
mi blog.
Voy camino de la residencia después de una
mañana muy sosegada.
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Nina. Asociación Galgo Español. |
La cita con mi examiga, solo por una cosa ha sido
productiva, y esa furia contenida que he
ido regalando a unos y otros, ha desaparecido por arte de magia. ¿Qué pudo
decir que me dejó descolocada? Estaba siendo una conversación, bueno no de
conversación nada, porque yo no hablé, algún monosílabo de vez en cuando y un movimiento
de cabeza animándola a que continuase para terminar lo antes posible, que me
dijese lo que fuese y que se largase con viento fresco. Por eso de conversación
nada, fue un monólogo en toda regla.
Para que mi silencio fuese incomodo, lo
acompañé con un ictus de menosprecio, que me ha tensionado los músculos faciales
y ahora me duele la cara, ¡joder! No conforme con eso solo y mi desdén calase
fondo, el único contacto que tengo en el whatsapp, dejando a un lado a mis
padres, y que tiene actividad, al que mantengo siempre en silencio, le activé
todas las alarmas posibles, el luminoso, el politono más estrepitoso y la
vibración al máximo aunque se me agotase la batería a la media hora. Lo coloqué
sobre la mesa de cristal y esperé mientras ella iniciaba después de pedir un
café y un té para mí, una retahíla de sandeces que no tenían ningún sentido. Primero
intentó buscar esos sentimientos que un día nos unieron como hermanas, anécdotas
de cuando íbamos al colegio y de nuestros juegos infantiles, nuestros primeros
amores en el instituto y la llegada a la Universidad y nuestros planes para
comernos el mundo. Periodismo dio para mucho pero no para tanto. El sentimentalismo
no es lo mío y perder el tiempo de esta manera me empezaba a cabrear y se lo
hice notar, me empecé a mover incomoda en la silla como si quemase y a mirar descaradamente
mi reloj. Mi grupo del móvil siempre cotorreando estaba muerto. Quince minutos
más de buscar en el baúl de los recuerdos y fue salvada por el politono
nerviosos que danzaba por la mesa. Lo dejé sonar un buen rato, hasta que mi examiga
me animó a contestar, como si yo necesitase su consentimiento. Conociendo al
grupo no dejaría de tocar los cojones en una hora y media, eso es lo que yo
tenía calculado que duraba cada debate, del tipo que fuese. Era como un grupo
de solitarios que espera a que alguien diga lo que sea en el chat para evadirse
del entorno ermitaño en el que vive. Y sonó y sonó.
La conocía desde hacía años y no había
cambiado ni un poquito, odiaba que no la tuviese en cuenta, que jamás sus
opiniones contases y su presencia fuese invisible en cualquier reunión, siempre
alguien la eclipsó, y sin parecer prepotente ese alguien era yo, ese era su
complejo. Lo exploté, miré mis mensajes cada vez que sonaban, cuando lo dejaba
sobre la mesa añadía: “Luego contestaré”, como si fuera importante para el
grupo mi aportación. Alguna vez había hecho alguna pregunta o dado una posible
solución en algo, y mis palabras se perdían en la red social. En esta ocasión
estaban colgando fotos de los recién llegados familiarizándose con su chenil,
se les veía inquietos. Dos videos de ellos corriendo por las pistas y los miles
de mensajes pasteleros que suelen seguir a unas fotos de este tipo, y muchas
caritas con corazones y más corazones y más labios lanzando besitos. Cruzaba los
dedos para que mi examiga continuase siendo miope y no llevase gafas por lo
presumida que era y no porque se hubiese operado y viera como un aguilucho, entonces
estaba haciendo el ridículo padre.
Me estaba cansando de mi silencio
autoimpuesto y de la pantomima que escenografiaba con mi móvil. Ella había
pedido otro café mientras yo leía los últimos mensajes. Uno de ellos decía que
no sé quién, no podía acercarse por la tarde a la residencia aunque se había
comprometido, su jefe la colocó sobre la mesa trabajo que no se podía demorar,
lo quería para mañana y era totalmente imposible terminarlo a tiempo de ver a
los flacos, como llamaban cariñosamente a los galgos. La expresión de mi cara debió
de cambiar porque mi examiga dejó de hablar y me observó con interés: “¿Algún problema?”,
“No, me tengo que ir antes de tiempo” contesté a la vez que mis dedos rebeldes se
ofrecían para ir la menda a la residencia. Inmediatamente el Greñas que siempre
está callado, contesto: “Perfecto 1324, allí nos vemos.”. ¿Cómo que nos vemos? Se
supone que me ofrezco yo porque nadie está disponible. Durante unos segundos
estuve mirando su frase que fue la última del chat. Y entonces fue cuando mi
examiga que reanudo el monólogo dijo algo importante.
-….y por eso me ha largado de su casa con una
mano delante y otra detrás, no tengo derecho a dada, a pesar de los dos años y
medio de convivencia como marido y mujer, nunca nos casamos. Porque tú nunca
firmaste los papeles que él te envió.
-¿Me estás acusando de tu pobreza conyugal?-
aquello me importaba una mierda, ¿Yo seguía casada con aquel mamonazo? ¿Cómo
era posible que nadie me lo hubiese contado?
-¿Por qué no firmaste los papeles cuando
todavía estaba dispuesto a casarse conmigo?- toda aquella mañana dando vueltas
a chorradas era para echarme en cara que yo había fulminado su jubilación por
una cochina firma.- Dejé de trabajar para volcarme en él.
-Dejaste de trabajar porque no eres más que
otra cara bonita que envejece con los años. Porque quemaste tu último cartucho acostándote
con el dueño de todo y ahora ninguno de los de abajo se metería entre tus
piernas porque estás marcada como la puta del dueño. Tú misma lo has dicho:
sigo siendo su mujer, no has dejado nunca de ser la otra. Te has creído una
señora y eras la amante que calentaba su cama.
-Él no te quiere y no volverá contigo jamás,
nunca trabajarás en ninguna de sus negocios, ni en prensa ni televisión. A ti
te vetó y conseguirá que cualquiera de las otras cadenas jamás te de un puesto
entre sus filas. -disfrutaba con aquello pero se olvidaba que en esos años de
jugarme el tipo, buscando la muerte allí donde estuviese, me forjé un nombre y
una reputación como fotógrafa de guerra. Se lo debía a mi padre pero eso
quedaba entre él y yo.
-¿Crees que me mantengo del aire?- le dije
mientras soltaba sobre la mesa un billete de veinte euros.- Invitó yo.
Me puse la chaqueta y guardé el móvil en el
bolsillo. Estaba dispuesta a irme pero no me sentía a gusto sin darle una
estocada final.
-Por cierto, jamás me envió papel alguno, ni
de divorcio ni de nada.-una sonrisa cínica cruzó mis labios.- Piensa en eso
esta noche cuando te metas en la cama.
Es curioso como mi cerebro se obnubiló con
aquel mensaje destructivo que me envió unas horas antes de regresar a casa. Estaba
tremendamente enamorada de mi marido, hablaba todas las noches con él y le
contaba mi vida excitante en un mundo en guerra, estaba siguiendo sus pasos y
veía en sus ojos el orgullo que sentía por mí. Pero todo se fue al carajo. Y me
sentí rota por dentro y me creí desligada de mi mundo de pétalos de rosas rojas,
como una divorciada tras firmar los papeles. Nunca pensé más en ello, para mí
todo estaba roto, la traición no entra dentro de una posible reconciliación.