Y seguro que estamos sin dormir pensando, ¿qué
pasó?
Nada, ¿qué desprecio podían infringirme? Me
ignoraban los mensajes de grupo desde el mismo día que llegué, lo raro hubiese
sido que empezasen a leerlos y a contestarlos como posesas, eso me habría
agobiado y puesto de muy mal humor. ¿Qué no me hablasen en la residencia?, si
yo siempre he ido sola, lo diferente sería que a partir de ese momento tuviese
carabina a todas horas, que se pegasen por venir conmigo, lo que me habría
producido una urticaria por la mala sangre; pero casi imposible, soy la única
con las mañanas libres y los fines de semana no voy porque no me da la gana, y
si empezase a ir sería yo la que tocase las napias a más de una. Entonces, ¿qué
podía suceder que me quitase el sueño? La Rubia. Esa era otra cosa. La veía por
la residencia con su ropa colorida y ajustada, su contoneo provocador, sus
suspiros resignados, mirando hacia otro lado cuando me divisaba mal
disimuladoramente y me aplica la ley del hielo. Eso me cabrea, pero estoy
trazando un plan, no está definido del todo pero se va a cagar el lorito.
Pero hoy la historia ha dado un giro que ni
yo soy capaz de saber cómo me puede pasar de todo a mí.
Lo primero que he divisado desde la rotonda
de entrada es la furgoneta del Greñas, abierta de par en par y a él cargando
cosas a la carrera, también estaba la “portes” con mochilas y cuerdas atadas a
la cintura. He aparcado retirada para no dificultar el ir y venir de ellos con
todo tipo de cajas. Con la calma que me caracteriza he bajado del coche y me he
puesto el calzado para la residencia, estoy de pisar mierda y pasarme una hora
quitándola con un palito hasta los moños, he decidido tener unas zapatillas que
guardo en una bolsa negra tal y como me las quito tras salir del recinto;
llenas de excremento perruno seco, soy la caña de España, lo sé. Por cierto,
eso que dicen de comprar lotería tras pisar una mierda, no sé quién lo inventó
pero es una falacia, yo tendría que ser más que multimillonaria, más que
billonaria.
Evitando un contacto visual me dirijo a la
residencia, lo que se conoce como el avestruz, si yo no los veo ellos tampoco.
Desde que me besó el Greñas en la frente no he vuelto a verle y ese beso sigue
hay posado, tengo una coctelera de sentimientos batiéndose y no sé como
canalizarlos, no puedo enfrentarme a él porque me siento confusa. Y luego está
la “portes”, no es como estar con la Rubia, pero no tengo buen feeling. Voy a
rebasar la línea que marca la salvación, escasos dos pasos.
-¡Eh! 1324 sube a la furgoneta.- no me jodas,
sino ha mirado ni una sola vez hacía aquí.
-¿Qué coño dices?- replica la “portes” en
cuanto me ve. Tiene una cara de mala hostia que asusta.
-¿Cuántos más mejor?
-Y ¿por qué le has dicho…?
-“Face” tiene trabajo atrasado en las redes y
en la oficina.-me mira.- ¿Tengo que ir a por ti o subes solita?
-¡¡Manda huevos!!- protesta la “portes”
subiendo a la furgoneta. Echa espumarajos por la boca.
Yo no digo ni pio y subo al asiento de atrás.
-Tenemos un rescate complicado. Nos avisa la
Guardia Civil que hay un galgo herido de un atropello, que ha hecho grupo con
otros dos o tres, no están seguros, y andan vagando por la carretera de los
pantanos poniendo en peligro a conductores y a ellos mismos.
-Y si no llegamos a tiempo los freirán a
tiros.- calza unas grandes botas militares que coloca en el salpicadero con una
rabia mal contenida.
-Nadie ha dicho nada de matar a tiros.-
corrige enfurecido el Greñas.- No hagamos ecos de rumores infundado,
calumniando a otros para parecer mejor nosotros.
-¡Vale, vale! Lo tengo claro, no me repitas
lo mismo otra vez.
-Pues no sigas tú por ese camino.- este
cabreo que calzan los dos viene de antes, yo no voy a pagar los platos sucios,
no sé por qué este interés en llevarme, pero yo de árbitro no hago, si deciden
llegar a las manos, tienen el camino libre.
-¿Y está?- me señala con el dedo gordo de la
mano derecha.
-No es su primer rescate.
¡Qué va, es el tercero!, pero creo que eso no
me otorga el titulo de entendida. No se montar la jaula, ni usar el lazo, ni se las señales básicas del miedo, ni como
contrarrestarlas. ¡Pedazo ayuda!
La “portes” me mira por el rabillo del ojo y
pone una mueca de repugnancia. Sigo colocando cruces negras en mi cuaderno de
contactos.
Hemos llegado a una explanada donde nos
espera un coche de la Guardia Civil, el Greñas y la “portes” bajan de la
furgoneta. Se saludan y comienza una conversación donde unos y otros van
señalando puntos en la distancia con el brazo derecho totalmente extendido y el
dedo índice indicando el recorrido, monte arriba, monte abajo, perfil de la
carretera y después encogen los hombros: “¡Desaparecieron!”. La cara del Greñas
es de fastidio, si no hay rutina la captura será difícil y complicada. Y ahora
no sé de qué hablan, de la poca conciencia humana, del tráfico o de la
festividad de todos los Santos que aumenta el dispositivo de la Guardia Civil,
¡vete tú a saber! pero yo estoy cansada de aguardar aquí sentada y lo pero me
estoy… cómo diría la Rubia:”Haciendo pipi”.
A mí eso de miccionar me cuesta muchísimo
fuera de un cuarto de baño, y subo por la ladera de la montaña buscando un
lugar resguardado de miradas, pero da igual el punto donde me pare, tengo ojos
clavados en la nuca y subo un poco más y un poco más. No son ojos literalmente,
es esa sensación de que te vigilan. La cosa es que ya rozando la cima,
encuentro unas zarzas y un árbol caído, el lugar idóneo. Doy la vuelta, y giro
a la derecha y ¡zasca! Allí hay un galgo de color crema con las patas
desolladas, veo los huesos. Me miré con pánico y yo a él. Una oleada caliente
me sube por los pies hasta la cabeza, siento su dolor, su miedo y su soledad.
Él no sabe qué hacer, busca una salida. Yo repaso mentalmente las posibilidades
que tengo de sacar el móvil del bolsillo trasero y llamar al Greñas para que
suba con todo tipo de aparatejos, pero el puto móvil no está. Se me ha caído
subiendo o lo dejé en el asiento de mi coche.
El galgo lucha por levantarse, pero no puede,
le fallan las fuerzas y cae de golpe. Creo escuchar un ruido de ramitas
romperse unos metros más arriba, y miro con disimulo para ver a otros tres pares de ojos observándome.
Primero me agacho pero recuerdo que el Greñas me dijo que siempre tenía que
tener mis ojos por encima de los suyos, dominio. Me yergo y extiendo mis palmas
hacia arriba. Doy un paso corto, pero rápido y se revolucionan los cuatro. El galgo
que no puede moverse bosteza varias veces y mira hacia el suelo. ¡Joder! La regla de oro, movimientos lentos y la
mirada clavada al suelo, señales de calma, bostezar de vez en cuando y chaparse
la nariz, ¿eso lo tenía que hacer yo o él? No me acuerdo.
¿Dónde está el Greñas cuando se le necesita?
Vuelvo a intentarlo. Un paso lento, mirada al
suelo y palmas hacia arriba. Un pasito tras otro. Sin prisa. Mirando a un lado
y a otro, como si pasase por allí pero ya me fuese. Y le tengo a mis pies, con
el hocico clavado al suelo y la respiración jadeante. Y me agacho lentamente y
le acaricio suavemente. Retira la cabeza asustado pero le susurro e intento de
nuevo hacerle sentir la caricia de alguien que no promete un futuro dichoso
pero si la liberación del momento.
-1324, lo has hecho genial. –y ahí está el
Greñas con una mirada increíblemente hermosa. Y su mirada me embriaga, me
siento pletórica.
Una vez que llego él todo es sencillo. Coloca
un calmante al pobre galgo que casi agoniza y con la precisión que da la experiencia
y la sensibilidad de alguien que conoce el dolor del animal, alcanza los
cuellos de los otros tres que entran dócilmente en el lazo.
Ya en la furgoneta con los cuatro bien a
salvo me tiende el móvil.
-Lo encontramos tirado en el suelo de la
furgoneta. Estaba sonando sin parar. Fue cuando nos dimos cuenta que habías
desaparecido y te seguimos.- se acerca a mi mejilla, siento el roce de sus
labios, espero el beso pero escucho su voz sibilante.- Te llamo: “La puta del
chocho al rojo”.
Abro los ojos como platos. Es el nombre con
el que he registrado a mi examiga en contactos en el Google. La “portes” que
nos observa pero no capta lo que pasa, ve como me sonrojo ojiplática, imaginará cualquier morbosidad
que luego cuchicheará a la Rubia.
-¿Les ponemos nombre?- suelta colocando las
piernas abiertas y los brazos en jarra.
El Greñas afirma con la cabeza pero antes de
alejarse vuelve a posar sus labios en mi oído: “Tú mejor déjalo, miedo me das.”