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Tormenta de Galgos. 15


adoptayacogegee@gmail.com

Decimoquinta entrada de mi blog.

He comido con mi madre en un centro comercial cerca de su casa. Esto pinta como suena, a muermazo. Me ha hablado de todas y cada una de las vecinas, de mis tías del pueblo y de los primos que ya ni recuerdo. Y por si fuera poco, se ha empeñado en comprarme una bata guateada de las que usa ella para que no pase frío porque le costa que no pongo la calefacción. Y aunque he objetado de que todavía no hace como para enfundarse en un traje de Michelin, mi madre hace oídos sordos y me la compra de un color rosa chicle. Cuando me he visto con ella delante del espejo, porque me ha hecho probarla para ver la talla, como cuando era niña, me ha venido a la cabeza la Barbie de silicona y sinceramente me han dado ganas de liarme a patadas con el espejo. ¡Cómo me pone la Rubia!
-¿No podía ser un tono menos llamativo?-bajaba las escaleras refunfuñando.
-¿Negro, marrón oscuro o algo más animado como gris marengo? ¡Venga, ya! Vas vestida de luto…
-El marrón chocolate no es vestir de luto, es el color de moda.-replico indignada, aunque no tengo ni idea si está o no en las pasarelas de Cibeles, preguntaría a la Rubia, pero me dirá que es el morado.
-Dentro de unos días entramos de lleno en Navidad. ¿Celebramos las fiestas aquí o en el pueblo?
-¡¡Mmmmm!!
Celebrar las Navidades en el pueblo es no poder escapar de la familia, son horas de convivencia, de charlas insustanciales y comidas copiosas. Mi madre intentará liarme con alguno de los hijos de sus amigas. Resoplo.
-¡Aquí!- digo eufórica y señalo la decoración del centro comercial, todo lleno de luces y guirnaldas.- Se respira felicidad y fiesta por todos los rincones.
Mi madre se ríe. A ella no la engañan mis palabras pero se deja seducir por ellas.
 Y entramos en una tienda y salimos de otra y vamos recorriendo uno a uno los establecimientos de todo el centro comercial. Agotada y con un dolor de pies insoportable, lo que hace que mi mala lecha salga del bote donde le encierro cada noche al acostarme. ¿Qué puede pasar más? ¿Qué mi madre me compre una sobra de ojos malva a tono con las plataformas de la Barbie?
 Mi madre recorrer  los estantes de la perfumería mientras yo miro, desde dentro, el escaparate repleto de sombras, coloretes, rímel,… cosas que usé en mis tiempos de jovencita bobalicona y enamoradiza; cuando escucho una risa sonora y familiar. Me inclino peligrosamente para encontrar la procedencia de tan conocida carcajada, pierdo el equilibrio y tiro una bonita montaña de cajitas de colorete que forman un impresionante árbol de navidad de unos veinte centímetros. Me disculpo y lo recolocó como Dios me dio a entender, la dependienta sonríe maldiciendo para sus adentros y acordándose de todos mis muertos. Y en ese preciso momento pasa el Greñas acompañado de un grupo cuantioso chicas, entre ellas la Rubia que lo lleva muy cogido del brazo y va rozando la mejilla en su hombro, con esa plataformas que lleva ya puede la zorrona restregarse bien, creo que deslumbro cierto tufo a celos, ¡qué va! es una descripción fiel de una tía cargante. Pero a lo que iba, me desvío con una facilidad,  también va la “mantas” y la “portes” que camina agarrada a un chico lleno de píercings. El grupo mamacitas al completo.
Allí estaba yo colocando las cajitas de coloretes cuando la Rubia repara en mí y se queda tan sorprendida como yo de que me haya detectado. Arrastra al Greñas al escaparate y me sonríe divertida, moviendo la mano con un “¡Holaaa!” ridículo e infantiloide. ¡Qué ganas de darle dos buenas hostias!
-¡Saluda hija! No ves a esa chica tan mona.- mi madre saluda con la mano y una sonrisa que disloca la mandíbula.
-¡Mamá, déjalo ya!
Pero el Greñas ya asoma la cabeza por la puerta con no muy buenas intenciones.
-¡1324! Ni en mis mejores sueños podía imaginar encontrarte hoy aquí. Cuando me dijeron que tenías otros compromisos ineludibles y no podías venir de cena Navideña con nosotros, me entristecí bastante.- miré a la Rubia que se encogió ligeramente de hombros dedicándome la sonrisa de Judas. ¡Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos!, le digo achinando los ojos y enseñando los dientes.
-¿Cómo? No me puedo creer que no fueses a cenar con tus amigos por comprarte una bata.- ¡trágame tierra!
-¿Una bata?- pero mi madre ya asomaba la manga de la horterada rosa guateada, antes de que yo pudiese hacerme con la bolsa y el Greñas acaricia la tela como si fuera seda de la mejor calidad.- ¡Vaya, no te imaginaba…!
-Bueno vosotros tenéis una cena y nosotras muchas compras: regalos para la familia, los amigos…- mi madre me mira con la boca abierta mientras la voy empujando hacia la salida.
-¿Señora no podría dejar esos regalitos para otro día?- el Greñas usó una mirada seductora, mientras con una mano la abrazaba fraternalmente. Y mi madre cayó en esa tela de araña de coqueteo.
-Las compras precipitadas de última hora salen siempre más caras y son a lo que uno pilla.- tenía que dar la razón a la Rubia, para escapar de una cena con gente a la que no trago, pero hacerlo era peor que me marcasen al rojo vivo con un hierro incandescente. ¿Dar la razón a la Rubia?, ¡vamos, ni muerta!
-¡Pues voy! ¿Mamí,  podrás ir sola a casa?
-Lo que me faltaba por escuchar esta tarde. ¡Será posible!
-Su hija habla poco pero cuando lo hace tiene la precisión de un francotirador.- rio el Greñas de su propio chiste, seguido de mi madre y de la Rubia que corea todo lo que dice o hace, aunque no entienda nada, ¡Lerda!
Allí dejé a mi madre diciéndome adiós con la mano más contenta que un pikolín de ver a su hijita con gente de su edad camino de un fiestorro. El Greñas me arrastra cogida por el hombro a una cervecería alemana que esta al final del pasillo en la zona de los restaurantes. Si me soltaba, correría como alma que persigue el diablo; él lo sabía, yo lo sabía.
 Ya en la barra cuando todos habíamos pedido y el barullo de las conversaciones de todos los allí presentes sobresalían de la música de ambiente, el Greñas se acerca a mí y me susurra al oído.
-¿La “face” no te dijo nada de la salida Navideña?- me costó recordar que la “face”, como me la presentó él, era la Rubia para mí. Pero una vez que solventé este lapsus en mi memoria, no dudé en negar con la cabeza.- Me lo imaginaba 1324, pero no me extraña tienes una facilidad para irritarla casi natural.
La Rubia no nos quitaba ojo desde el otro lado de la barra y tampoco el resto de las mamacitas. Los cuatro chicos que acompañan al grupo se van colocando sutilmente alrededor de nosotros dejando apartadas a las féminas que cuchichean y nos taladran con las miradas. Algo me dice que me voy a grajear la enemistad de todas ellas. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, el Greñas ya tenía dueña, creo que él no debe ser consciente de ello.
-1324, tienes facilidad para leer el dolor en el rostro de los seres vivos, eso es un don pero a la vez una maldición. – creo que ha malinterpretado mi cara severa y mis miradas gélidas a la Rubia con algún tipo de congoja o tristeza. Y entonces me acerca hacía él y me besa en la frente, yo sin aliento y la Rubia al borde del colapso, las mamacitas tapándose la boca de horror.
Rubia cero y yo mil. Tendré que andar con mil ojos si no quiero llevarme una cuchillada trapera.
Y ahora en la cama, siento sus labios donde posó el beso, siento su contacto en la piel como si todavía estuviera besándome. Pero también las miradas de la Rubia y los esfuerzos de todas para alejarle de mi lado y provocar que el Greñas y la Rubia estuvieran juntos en la mesa.

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