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Tormenta de Galgos. 13



Lana. Asociación Galgo Español.

Decimotercera entrada a mi blog.

Hoy vengo a la residencia con un entusiasmo nuevo. Tenemos una reunión para aclarar los puntos que se quedan olvidados entre corchetes y las comas que pasan a ser largos letargos de abandono. Hay bolsas y cajas tiradas por la entrada, está claro que han empezado por la limpieza, voy a echar de menos las ratas de campo muertas que hay bajo los sacos de pienso; las observo con un ojo científico antes de tirarlas al cubo de la basura, mirándolas soy capaz de vaciar la mente de todos esas otras imágenes que nunca me dejan vivir en paz. Las hice alguna foto, no tengo claro porque me molesté en retratarlas pero las tengo guardadas en la memoria de mi móvil. Incluso archivé mi contacto en el google de la Rubia como: “Soy así porque lo valgo” con una foto de estas ratas disecadas, la más espeluznante, estoy deseando que me llame para ver en la pantalla la foto de la rata y el lema brillante parpadear al ritmo del politono fúnebre que la he colocado.
Entra y sale gente muy en la faena de dejar los cheniles y la entrada como nuevos, cosa que durará dos días. Espero un momento para ver si soy tan lista de saber quién es quién sólo por su aspecto. Tienen sobrenombres para diferenciarlas pero no como la Rubia, está: mantas, pienso, abrigos, portes, veterinario, adopciones y gatos, esta última hace un poco de todo, como todas pero además cuida de dos colonias de gatos. Y lo sencillo sería llamarlas por su nombre, que lo han dicho y se han presentado, pero me niego, me cierro en banda a tener lazos con nadie; no tendría que tener miedo, no es miedo, ya no tengo marido al que seducir, ni vida que robar, pero algo habrá que quieran quitarme, llámalo supervivencia, autodefensa o como carajos te dé la gana, no estoy loca, soy una sobreviviente.
Sale una chica que tira un rollo de papel mojado al suelo y me mira con interés, es bajita y de curvas generosas, ojos vivarachos y un tono sonrosado. Está empapada en sudor, muestra del esfuerzo de dos horas de trabajo sin tregua, pero destaca en ella la tensión en los labios, soporta las nauseas con esfuerzo, está familiarizada con el olor. Ayer llovió: agua más pelo de animal más mantas, es una ecuación a prueba de estómagos; esta es “la mantas”, creo que es ella, está familiarizada pero no acostumbrada, es su frase. No doy ni un paso más ni digo palabra alguna, me limito a ser observada y a su vez observo.  Me saluda con timidez, ella sabe quién soy yo, mira a sus espaldas buscando el apoyo de alguien que la aguarda para seguir la faena y asoma otra chica con una estirada cola de caballo que se sorprende al verme, pero soluciona la tensión, dándome en la mano un arnés.
-En la pista 7 necesitan esto urgentemente, iba yo hacía allí pero tenemos mucho trabajo aquí dentro. ¿Te importa llevárselo tú?-“la portes”, esta chica resuelve siempre todos los entuertos de ir con los galgos de un lado a otro.
Tiene un gesto machorro y un porte de camionera que no me desagrada, me resulta chocante imaginarla de copas con la Rubia, son tan opuestas. Muestro una sonrisa que no busca nada en particular, bueno quizá tocar un poco los ovarios a más de una por ese mutismo en el chat con mis mensajes, pero veo como se frunce su frente con unas arruguitas finas, no le descoloca mi gesto, lo espera, eso me inquieta un poco.
Creo que hablan de mí más de lo que yo me imaginaba.
En la pista 7 está el Greñas, apoyado en la puerta viendo como un hombre camina junto a una de nuestras galgas más mayores, Lana. Hay mucha tensión entre ellos, y Lana es una perra amorosa, tranquila y cariñosa, son nueve años los que soportan sus delgadas patas y lleva con nosotras cuatro meses escasos. Su rescate de la perrera fue de las primeras tareas que tuve en mi iniciación en el voluntariado, no he vuelto a ir, no estoy preparada para pasear por esos pasillo de hormigón mirando a través de las rejas, viendo la esperanza dibujarse en sus rostros y al segundo verles acurrucarse al fondo del chenil porque saben que no son los elegidos.
Fuimos  buscando un cachorro que acababan de abandonar, un galgo de dos meses con una pata rota. Mientras la mandamás hablaba con el de la perrera y acariciaba la pata de aquel galgo negro, que creo que llamó Nanyu, yo paseaba inquieta con los ojos clavados en el tejado de uralita, maldiciendo lo que fuese que me estaba sucediendo, sentía en el cogote miles de ojos y unas voces susurrándome al oído, a las que no quería escuchar y silbé y canté entre dientes, ahuyentando miedos antiguos. De tanto mirar al techo girando sin descanso, sentí un vahído y me dejé caer en una reja. Me apoyé de espaldas y cerré los ojos para que todo dejase de bailar, entonces sentí una lengua acariciar mis dedos, una respiración cálida sobre mi mano y busqué la ternura de aquel roce.  Sus grandes ojos negros me observaban con curiosidad, tenía una mirada penetrante, placida y tranquila; no había rastro de tristeza ni desaliento en ella. Creo que sonreí, eso la complació y regresó a su manta en la que se ovilló. Vi sus grandes tetas hinchadas y rojas, aquello era doloroso, ¿Dónde estaban sus crías? Las busqué en los cheniles contiguos, pero no había más cachorros que el que se llevaba en brazos la mandamás, que me llamaba desesperada desde el final del pasillo. No podía irme, necesitaba entregarle a sus cachorros. Y el aire empezó a pesar, tanto como mi angustia.
-¿Qué te sucede?- escuché a mi lado la voz enfadada de una mujer que iba siempre contrarreloj. Ella siguió la dirección de mi dedo tembloroso.
Miró al funcionario que se encogió de hombros.
-La dejó el galguero hace una semana sin crías. Tiene mastitis severa y no hay recursos.- la mandamás meneó la cabeza resignada.
-¿Qué quiere decir eso?- la cogí con fuerza por la camisa, cuando intentaba dejarme allí sin más explicación.
-Que no podemos hacer nada por ella, que la sacrificarán en dos días porque su tratamiento es costoso, ya es vieja.- aquello no tenía sentido en mi cabeza.
-Somos una Asociación que protege a los galgos, esto es un galgo…
-Nuestros recursos provienen de donaciones, tenemos deudas en veterinarios, en la residencia donde los alojamos, en tiendas de piensos que nos van fiando y llegan al punto de perdonarnos partes de la deuda cuando nos ven suplicando… Tenemos que priorizar. Él tiene posibilidades de salir pronto, de encontrar familiar, ella supone gastos médicos y dudo mucho que alguien quiera a una galga con nueve años, ya he visto esta estampa antes y termina muriendo en nuestros cheniles sin conocer familia.
Me negaba, no podía, aquello me rompía por dentro a unos niveles profundos, aquello abría heridas que nunca cicatrizaron.
-Nadie puede jugar a ser Dios.- miré al funcionario que aburrido nos escuchaba.- Me la llevo.
El móvil de la mandamás sonó y evitó que abriese la boca para decirme que allá yo y mis sandeces. Contó a quién fuese los quebraderos de cabeza y de moral que la nueva voluntaria le estaba ocasionando una mañana de agosto. Colgó y miró al funcionario que aguardaba asqueado.
-Nos la llevamos. El registro de los dos a nombre de la Asociación.- dijo la mandamás en tono tajante.
No pregunté ni despegué los labios en el camino de regreso a la residencia. No estaba preparada para tener un galgo ni un perro de ninguna otra clase, la soledad es un castigo impuesto y no quiero quebrantarlo, ni aquel día ni hoy. ¿Qué hubiese hecho con el galgo? Se lo hubiese llevado a mis padres, ellos saben siempre lo que hay que hacer.
Ahora que lo pienso, fue ese día cuando el funcionario abrió la reja para dejar salir a Lana, cuando mi caja de Pandora dejó escapar todos los males del mundo.

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